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Como en el anterior capítulo, en éste quiero agradecer a todos los amigos y conocidos que mi padre hizo en Zaragoza. Mi padre logró tener muchas y muy buenas amistades en todas las facetas de su vida. Siempre desinteresado y sin dobles intenciones. Allá dónde iba se hacía querer y es que era muy fácil quererle. Fue forjando amistades en el terreno laboral, en la vertiente ideológica, en el ámbito del entretenimiento y el ocio, en la dimensión religiosa, en su faceta de profesor, en el área médica, en su día a día. Iré ahondando en todos esos aspectos de su vida a medida que avance en los capítulos del blog.

Cambiamos de colegio

Y resulta que nuestra familia nómada en sus inicios, cada vez se asentaba con más firmeza en Caesaraugusta. Cada vez los muros de nuestro hogar se afianzaban más en Medina Albaida. Cada vez el ancla de nuestro barco se “agarraba” más a su posición, Zaragoza. Cada vez nuestras almas echaban raíces más profundas en suelo maño.

Las cosas fueron fluyendo casi sin darnos cuenta. Enseguida mi hermana Irene y yo acompañamos a mi hermana Patricia en el colegio Agustinos. Llamándome Mónica, nombre de la madre de San Agustín, mi destino académico no podía ser otro que el colegio Agustinos. Allí empecé 1º BUP.

Todo cambió el 17 de Mayo de 2021

Al año siguiente de matricularme en ese colegio, le tocaba el turno a mi hermana Irene. Ella tenía un expediente de excelente en artes plásticas y similares.

Mi padre recordaba siempre la reunión que tuvo con el director de estudios de ese momento, el Padre Ricardo Paniagua, para que mi hermana Irene fuese admitida en el colegio. Por aquel entonces el tema de matricularse en un colegio no era tan complejo como es en la actualidad.

En esa reunión, mi padre defendió que mi hermana Irene tenía muy buenas notas, a lo que el cura le contestó tocándose su barba, un gesto que más adelante nos dimos cuenta sería uno de los más característicos de este sacerdote:

“Sr. Morillo, no hay duda que las notas de su hija son excelentes en determinadas materias, pero esas materias no son el esqueleto del curso”.

Finalmente, mi hermana Irene también fue matriculada en el colegio San Agustín y demostró en sus años de estudio en ese colegio que en “el esqueleto” de los cursos sacaba también unas notas extraordinarias.

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A mi hermano Nacho aún le quedarían algunos cursos más antes de pisar suelo agustiniano. Él estudió en el colegio Mercedarias hasta 4º de EGB y desde 5º de EGB hasta 8º EGB estudió en el colegio El Carmelo.

Todo cambió el 17 de Mayo de 2021
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Del Colegio El Carmelo al Colegio Montessori

Situado en la calle Mariano Lagasca 25, el colegio femenino El Carmelo fue diseñado por el arquitecto Santiago Lagunas Mayandía en 1959 para las RR. HH. Carmelitas Misioneras.

Lo primero que llamaba la atención de este colegio era su fachada, discreta, pero a la vez cargada de contenido. Para el viandante que no prestaba excesiva atención, la fachada se mimetizaba perfectamente en el entorno de edificios de viviendas.

Estaba diseñada como una gran retícula de trazos variados e incrustaciones vítreas, era sobria, casi dura. Sin embargo, una vista algo más detallada permitía percibir la silueta de una gran cruz central con los símbolos de los cuatro Evangelistas en los ángulos. Aún más desapercibida pasaba la recatada torre de ladrillo que cierra la fachada en su lado derecho. La fachada adquiría así una dimensión simbólica y de fuerte contenido semántico pese a la economía de recursos con la que se planteaba.

Todo cambió el 17 de Mayo de 2021
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A pesar de las dificultades para lograr regularidad y orden en un solar poco propicio para ello, el arquitecto consiguió una distribución fluida y funcional en su interior. 

El objetivo era la mayor comodidad de las instalaciones lo que iba en consonancia con la evolución que la arquitectura educativa estaba experimentado a principios de la segunda mitad del siglo XX. Además, en el interior, la luz y el color adquirían un protagonismo destacable gracias a las incrustaciones de vidrios de colores utilizados en la fachada.

La capilla, con referencias medievalistas, ocupaba el lugar señalado que le correspondía en un colegio religioso. En ella, el arquitecto dejaba una muestra palpable del gusto por el diseño, muy imaginativo, que se extendía desde las líneas generales de la construcción a los elementos muebles y pequeños detalles de construcción como la cerrajería.

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En junio de 2005 el colegio El Carmelo fue adquirido por el colegio privado Montessori que aplicaba su propio método de educación.

El método Montessori, que ponía en práctica la filosofía educativa de la italiana María Montessori (1870-1952), cubría todos los períodos educativos desde el nacimiento hasta los 18 años.

María Montessori observó que el niño pasaba de la infancia a la edad adulta a través de cuatro períodos evolutivos, llamados “Planos de desarrollo”. Cada período constituía la base del período siguiente e iban de 0 a 3 años, de 3 a 6, de 6 a 12 y de 12 a 18.

En ese sistema educativo, el docente debía “seguir al niño”, partiendo de la idea de que el niño era el maestro y reconociendo las necesidades evolutivas y las características y peculiaridades de cada edad.

Este método ponía al niño en el centro de la actividad educativa, mediante lo que se denominaba un “ambiente preparado” que le ofrecía oportunidades para realizar un trabajo programado, elegido libremente, que propiciaba una serie de períodos de concentración que no debían ser interrumpidos.

La libertad se desarrollaba dentro de los límites bien definidos que permitían a los niños convivir en el aula. Los alumnos trabajaban con materiales científicamente diseñados para explorar el mundo y desarrollar sus habilidades cognitivas y además estaban ideados para que el niño pudiera reconocer el error y se hiciese responsable de su propio aprendizaje.

Para María Montessori:

La escuela no es un lugar donde el maestro transmite conocimientos sino un lugar donde la inteligencia y la parte psíquica del niño se desarrollará a través de un trabajo libre con material didáctico especializado”.

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Y es justamente con este método y en este colegio donde mi hermano Nacho estudió hace treinta años, que Miguel, el único nieto de mi padre y del que estaba muy orgulloso, está cursando en la actualidad sus primeros años escolares. A Miguel, Miguelín o Migue, le viene que ni pintada la frase de María Montessori: “El niño que tiene libertad y oportunidad de manipular y usar su mano en una forma lógica, con consecuencias y usando elementos reales, desarrolla una fuerte personalidad.”

Todo cambió el 17 de Mayo de 2021
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Cambiamos de barrio

Cambiábamos de colegio en la misma ciudad, pero cambiábamos de barrio también en la misma ciudad.

En junio 1991, casi dos años después de nuestra llegada a Zaragoza, gracias a la ayuda y consejo de un amigo de mi padre, Pedro, mis padres tuvieron la oportunidad de comprar el piso en el que actualmente vivimos mi madre y yo, y en el que mi padre vivió con nosotras hasta sus últimos días. Un piso ubicado en la calle Gran Vía.

Esta calle comenzaba en la plaza de Basilio Paraíso y culminaba en la avenida Goya. Una vez pasado el cruce con la Avenida Goya, el bulevar cambiaba su nombre por el de Fernando El Católico, que pasaba por la Plaza San Francisco y llegaba hasta La Romareda y el Parque Grande de Zaragoza.

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La historia de esta calle tiene sus inicios a principios del pasado siglo XX, cuando el número de habitantes creció en Zaragoza de un modo exponencial lo que obligó a la ciudad a desarrollarse, a expandirse, a ensancharse.

En 1906 se planificó un ensanche para la ciudad, y en aquel planeamiento ya se recogía la necesidad cubrir el cauce del río Huerva y convertirlo en una avenida que se dirigiera hacia el sur, hacia la carretera de Teruel y el Parque Grande. El principal impedimento era el río Huerva.

Finalmente, dos décadas después el arquitecto municipal Miguel Ángel Navarro ejecutaba su cubrimiento y comenzaba a tomar forma una de las arterias de la ciudad. Fue en 1925 cuando comenzaron las obras de urbanización que, en unos años, concluyeron.

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Así surgió la Gran Vía, en una moda de bulevares que por entonces triunfaba en España ya que con idéntico nombre lo encontrábamos en el callejero de Madrid, Barcelona, Valencia, Granada, Murcia o Bilbao.

Con 40 metros de anchura y casi un kilómetro y medio de longitud bien merecía esta vía el adjetivo de “gran”, y más aún conforme fueron ubicándose magníficos edificios en sus laterales.

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Pasear por el bulevar, bajo la sombra de los de los árboles, era una de las cosas que más le gustaba a mi padre.

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Otra de las cosas que más le gustaba a mi padre de esa calle era coger el tranvía, aunque la relación de mi padre con este medio de transporte fue cambiante al pasar los años.

La primera fase de las obras del tranvía en Zaragoza iba a tener lugar entre Valdespartera y Pº Gran Vía. De esta forma, Zaragoza recuperaría el tranvía que vio por primera vez la luz en 1855 y sucumbió a los cambios urbanos dejando de circular el 23 de enero de 1976.

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Como nosotros vivíamos en el Pº Gran Vía íbamos a vernos directamente afectados por la implementación del tranvía.

Las obras del tranvía iban a suponer un incordio, y un coste, para los habitantes y los comercios de la zona. Además, se iba a suprimir un carril para tráfico rodado lo que llevó a eliminar muchas líneas de autobús que se utilizaban para desplazarse por la ciudad y se iba a proyectar además un carril bici.

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Por estos motivos se promovieron firmas para la no construcción del tranvía.

Mi padre no dudó en sumarse a esta iniciativa y firmó no sólo una vez, sino dos o más veces, en contra de la construcción de este medio de transporte. Esas firmas no fueron suficientes para suspender las obras, así que el 19 de agosto de 2009 se dio el pistoletazo de salida a la construcción del tranvía.

Las pruebas sin pasajeros de la primera fase comenzaron el 1 de noviembre de 2010. El 18 de febrero de 2011 comenzó “la marcha en blancoc (pruebas en vacío simulando un día normal) .

A partir del 4 de abril de 2011 comenzaron las pruebas con viajeros que accedían mediante billetes sin coste. Y Finalmente, el 19 de abril de 2011 se inauguró oficialmente el tranvía.

Pues bien, a pesar de que mi padre firmó dos veces en contra de la construcción del tranvía, una vez lo empezó a utilizar, y comprobar sus ventajas, le encantó. No dudaba en montarse en él siempre que podía para moverse y trasladarse de un lugar a otro para hacer sus recaditos.

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