Puedes soñar despierto y dormido. Los sueños pueden cumplirse o pueden no cumplirse. Hay sueños que se cumplen cuando ya no estás. Hay sueños propios, no cumplidos, que proyectas en tus seres queridos. De vez en cuando tienen significado y otras veces no tienen sentido. Los sueños a veces permiten evadirte de una realidad no deseada y a veces son de los que te intentas evadir cuando la realidad es más deseada. Ese intercambio entre mundo real y mundo onírico depende de lo gruesos que sean los muros que separan ambos mundos. En ocasiones esos muros son tan finos que apenas se distingue lo ensoñado de lo verdadero y puede llevarte a la confusión. Viaje de ida y viaje de vuelta. Dos destinos diferentes que pueden acabar pareciéndose. Como decía Pedro Calderón de la Barca: «que toda la vida es sueño y los sueños, sueños son»
Cuando mi padre se quedaba dormido en la silla de la sala de espera de un médico, o en la silla de la cocina, nosotros le decíamos:
“¡Papi que te has quedado dormido”
y él sobresaltado abría los ojos y decía:
“¡Ay, si es verdad!, ¡Qué cabezadita más buena me acabo de echar!”
Era habitual que se quedase dormido viendo películas. Era muy gracioso porque recuerdo que cuando abría los ojos, después de haberse quedado traspuesto durante una gran parte de la película, igual estábamos viendo otra película y él se pensaba que era la película anterior. Entonces, después de un rato de seguir la trama de la película actual nos preguntaba por ejemplo: “Y el de la camisa azul ¿dónde está?“, refiriéndose a un personaje de la película anterior, y nosotros nos reíamos muchísimo.
Luego quería que le contásemos un resumen de la película y yo le decía: “¡Jo papi, es que siempre te quedas dormido y luego quieres enterarte de todo! ” y él me decía: “Anda, cuéntamela que te prometo que es la última vez que me duermo”. Si no entendía el resumen que le hacía yo, él no paraba de preguntarme por detalles y yo, para chincharle un poco, le replicaba: “¡Pues no haberte quedado dormido!”.
Le encantaba echarse siestecillas. Cuando se jubiló solía echarse la “siesta del carnero”, esa cabezadita antes de comer que sienta tan bien. No acostumbraba a perdonar la siesta de después de comer y la de después de cenar viendo la tele y acompañado de nuestro gatito Ulyses o de nuestra gatita Pitusa.
Cuando se había echado una buena siesta decía que se había echado
“una siesta de pijama y orinal”
Cuando se iba a dormir por la noche a la cama decía:
“Me voy a la piltra”, “Me voy al sobre”, “Me voy a mimir”, “Me voy al catre” o «Voy a planchar la oreja»
Cuando se despertaba y había dormido bien decía:
“He dormido a pierna suelta”, “He dormido como un bebé ”, “He dormido como un ceporro”.
Y si había dormido mucho afirmaba:
“He dormido como un lirón” o “Se me han pegado las sabanas”
Cuando dormía soñaba mucho. Uno de los sueños más disparatados, y que recordábamos siempre con risas, era uno que tuvo, hace ya unos cuantos años, en el que un señor le pegaba con un radiador de esos antiguos de hierro fundido. Cuando mi padre contaba ese sueño lo hacía acompañándose de los gestos que podrían asemejarse a alguien dando a otro golpetazos con un radiador. Era realmente cómico verlo y escucharlo. No sé qué sentido tendría ese sueño, pero era realmente curioso.
El 20 de septiembre de 2020 mi padre se levantó muy alterado y con lágrimas en los ojos. Dijo que había soñado que se moría y que le decía a Miguelin, su único nieto, que fuese bueno y a nosotros, su mujer y sus hijos, que nos quería mucho. Mi padre quedó muy afectado tras esa sueño y yo, para quitarle hierro al asunto, le dije: “Papi, no te preocupes que ha sido un mal sueño” y el me dijo, mirándome directamente a los ojos y con una voz muy firme y clara a pesar de la emoción, :“¡Parecía muy real! ”. Se me encogió el corazón. Ahora echando la vista atrás, pudo ser que mi padre, de alguna manera y a través de ese sueño, estuviese prediciendo su cercano final.
Otro sueño que tenía cuando dormía, pero éste más recurrente, era aquél en el que se enteraba de que no había aprobado el último examen de la carrera. Ese sueño parecía tan real que se despertaba sobresaltado. Pero lo soñado distaba mucho de la realidad ya que él cogió todos sus bártulos y se fue de Madrid a Tarrasa para conseguir el sueño de ser Ingeniero Industrial. Así las cosas, el 26 de mayo de 1978 mi padre presentó el proyecto de fin de carrera en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de Tarrasa y el 25 de septiembre de 1978 hizo efectivo los derechos para que le expidiesen el título de Ingeniero Industrial.
Alcanzó su sueño. Una realidad más deseada que ese mal sueño reiterado que tenía. Probablemente todo el tiempo, esfuerzo y dedicación que depositó para obtener el título de ingeniero industrial le supusieron muchos nervios y estrés y eso motivó ese sueño de realidad inalcanzable. Otra aspiración académica que consiguió, y que después impulsó su carrera profesional y laboral, fue aprobar las oposiciones a Inspector de Hacienda en 1984.
Sin embargo, la realidad empañó ese sueño alcanzado ya que, el mismo día que mi padre se enteró que había aprobado las oposiciones, entraron a robar a nuestra casa. Una realidad desoladora sobrevenida en un sueño realizado.
Mi padre anhelaba que sus hijos también tuviesen estudios y cursásemos una carrera universitaria. Mis padres solían decir que esa sería la herencia que nos dejarían. Así que, con mucho esfuerzo, ahorro y sacrificio, consiguieron que sus cuatro hijos fuesen licenciados. De hecho, mi hermano consiguió el mismo sueño de mi padre de ser ingeniero industrial.
Cuando en 1981 nació mi hermano Nacho se hizo realidad la ilusión de mi padre de tener un hijo varón y mi padre proyectó muchos sueños en él. En el tiempo en que mi hermano, junto con otros dos socios, creó su propia empresa, mi padre estaba más entusiasmado, si cabe, que mi hermano. Era un sueño para mi hermano y, a la vez, era el sueño de mi padre.
Pero ese camino profesional que eligió mi hermano hizo que tuviese que irse a vivir a Francia. Cuando mi hermano se fue a Francia toda la familia, y especialmente mi padre, quedamos tristes porque se alejaba de nosotros. El día antes de su marcha le dediqué las siguientes palabras reflejo del sentir de mis padres, mis hermanas y yo:
“Mañana parte el niño de mis ojos. En su equipaje lleva ilusiones, sueños, metas, esfuerzo, sacrificio y mucho, mucho trabajo. Porque cuando han soplado vientos de cambio, él ha construido molinos en vez de levantar muros. Un Don Quijote que no luchará contra los molinos, sino que se subirá a ellos y contemplará al mundo desde las alturas. Mi niño, cuando estés allá en lo alto y notes como el viento hace girar las aspas de las turbinas, recuerda que ese viento es el soplo de todos los que te queremos y deseamos que alcances tus sueños”
A partir de entonces el deseo de mi padre era que mi hermano Nacho volviese a España pero sin abandonar su carrera laboral. El 12 de noviembre de 2022 mi hermano se casaba con una santanderina y meses después mi hermano dejó Francia para volver a vivir a España. Mi padre no pudo ver en vida ese sueño cumplido pero sé que desde arriba hizo fuerza para que mi hermano regresase a su hogar.
Un sueño que tenía mi padre, y que gracias a mi hermano Nacho se cumplió, fue pasear por La Promenade des Anglais de Niza. Mi padre había leído de pequeño muchos libros en los que aparecía nombrada esa avenida, la más famosa de Niza. Entonces, una de las veces que mis padres viajaron en tren a Montpellier para visitar a mi hermano que trabajaba allí, sin ellos saberlo, les llevó a Niza. Y así mi padre caminó de la mano de mi madre por el famoso paseo.
Cuando a mediados de los años ochenta íbamos a Pozuelo de Alarcón (Madrid) a visitar a mis tíos y a mis primos, mi hermano Nacho, con apenas cinco años, tenía una idea fija que era ver pasar a los «los trenes gallegos». Los llamaban así porque pasaban por Pozuelo de Alarcón con destino a Galicia. Mi padre, que siempre ha tenido predilección por los trenes, iba por las noches con mi tío José Mario y mi hermano Nacho a contemplar esas veloces máquinas. Sin más, los tres se quedaban observando cómo esos trenes pasaban delante de ellos dirigiéndose a un destino previsto. Lo imprevisto era la expectación que esas máquinas generaban en los tres.
Mi padre era una persona a la que le gustaba conservar y cuidar sus amistades. De hecho, mantenía el contacto con amigos de cuando era niño y jovencito. El problema es que debido a que sus amigos de antaño vivían en diferentes ciudades de España, era complicado que llegasen a reunirse todos juntos. Antes que le extirparan el páncreas, mi padre y sus amigos de la infancia decidieron que ya era hora de volverse a ver y quedaron en Madrid. Mi padre escogió el tren, como era previsible, para viajar de Zaragoza a Madrid y acudir a tan entrañable reencuentro.
Allí estaban Luisito, que vivía en Madrid, Armandito, que había viajado desde Valencia a la capital y José Luis, que vivía en Madrid. Los cuatro estuvieron comiendo en un famoso restaurante de la capital. Me comentó Luisito que en aquella comida, otro amigo que no pudo asistir, otro José Luis, al que los amigos llamaban «Bedoya», les llamó por teléfono y aprovechó para hacerle alguna consulta fiscal a mi padre. Fue un viaje de ida y vuelta, pero un viaje que se quedó en el recuerdo de mi padre para siempre. Imagino que el tiempo en aquella reunión retrocedió continuamente al pasado.
De pequeñito ya era un auténtico amante de ese juego. Su prima Julita me contaba que a comienzos de los años cincuenta ella y su hermano Cesarin (al que llamaban familiarmente “El Chache”) iban muchas tardes con su madre Consuelo, la hermana de la madre de mi padre, a jugar a la casa de la calle Canarias nº 30 1º A.
A Julita y a su hermano «les volvía locos el Meccano de Paquito«. Julita recordaba que mi padre hacía grúas, torres y todo tipo de construcciones y que «podía pasar horas poniendo tornillos en esas especies de palitos metálicos llenos de agujeros«. Mi padre había nacido tres días antes que mi tía Julita y por eso se consideraba mayor y era el que mandaba en los juegos. De vez en cuando, mi padre dejaba a Julita poner alguna pieza en sus proyectos de construcción y entonces Julita se sentía la niña más feliz del mundo. Cuando mi padre falleció, Julita dedicó a mi padre las siguientes palabras:
“Algún día, Paquito, subiremos todos allá arriba dónde te encuentras, en una escalera hecha de palitos gigantes llenos de agujeros y una vez allí jugaremos todos con un Meccano maravilloso y seremos eternamente felices”
Tenía previsto construir la Torre Eiffel que mi hermano Nacho le envió desde Francia como regalo para su cumpleaños.
Hay en casa una noria a la que le hizo un par de vagonetas, pero está inacabada.
Incluso entre él y su nieto Miguelin habían organizado las piezas para empezar a construir el Tower Bridge de Londres.
Pero mi padre se fue demasiado pronto. Demasiado pronto para terminar sus obras meccaninfas y poder enseñar a su nieto todo lo que quería transmitirle de su gran afición. Sin embargo, mi padre ya había dado el primer paso. Había encendido la antorcha, la sostuvo, y estiró la mano acercándosela a Miguelin para que el sueño del Meccano no terminase al partir él.
La informática fue todo un reto para mi padre. Tuvo sus más y sus menos con ella. Luchaba por entenderla, pero muchas veces perdía ante ella. Se armaba mucho lío, por ejemplo, al guardar archivos en el ordenador. Era habitual encontrarle buscando desesperadamente en qué carpeta del ordenador había guardado un determinado archivo.
Decidido a entender esa ciencia tan adelantada, se apuntó a unas clases de informática. Las clases se las daba María, una mujer encantadora que ayudó mucho a mi padre en el manejo del ordenador y de sus programas y aplicaciones. Mi padre aprendió a utilizar el Word y el Excel y a navegar por internet.
Tanto mejoraron sus habilidades informáticas, que empezó a escribir en Word un manual sobre electricidad. Tenía creadas muchas carpetas y subcarpetas en el ordenador para llevar a cabo su proyecto.
Y para llenar de contendio esas carpetas desempolvó libros que tenía de cuándo estudiaba la carrera de ingeniero industrial así como apuntes de electricidad de cuando mi hermano Nacho iba a la facultad de ingeniería.
Su sueño era completar ese manual e incluso poderlo llevar a una imprenta para encuadernarlo y, quién sabe, si publicarlo. Lamentablemente mi padre falleció antes de que pudiese concluirlo. Sin embargo, le dije a mi hermano Nacho, que es el más entendido de nosotros en esa materia, que recopilase todos los archivos que mi padre tenía de ese trabajo para que el sueño se cumpliese. Mi hermano está en ello y espero, y deseo, que ese sueño se materialice en un futuro muy cercano.