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Se llaman otras artes a las diversas manifestaciones artísticas que no entran dentro de la definición de las tradicionales bellas artes. Estas otras artes incluyen una amplia gama de expresiones creativas que pueden ser difíciles de clasificar dentro de los límites convencionales. Pueden englobar, por ejemplo, el arte digital, el arte de instalación, el arte conceptual, la artesanía contemporánea, y otras expresiones que no se ajustan a las categorías tradicionales. También se pueden encuadrar en este término las manifestaciones de la cultura popular y la creatividad en la vida cotidiana. Hay arte en todo lo que nos rodea, sólo hay que prestar un poco de atención.

Sus otra artes II

Ser capaz de hablar sin decir nada es un arte que manejan muy bien algunas personas. Suelen utilizar este arte los políticos que están más arriba, o mejor situados, en el escalafón de las responsabilidades. Esta tendencia de hablar sin decir nada cobra protagonismo porque hoy en día todo el mundo quiere decir alguna cosa sin dar importancia a la trascendencia de las palabras. Sólo necesitamos expresar algo. Vivimos en un mundo donde todos hablan pero nadie escucha. Mientras más se diga, más inteligente cree uno ser. Ante tanta palabrería, la concisión que sentenciaba Cervantes en su frase:

«sé breve en tus razonamientos, que ninguno hay gustoso si es largo»

está cada vez más en desuso.

Ahora bien, el arte de hablar sin decir nada puede llevar intencionadamente a otro arte, el arte de hacer reir. Y eso lo hacía muy bien Cantiflas, el genial cómico mexicano que debutó en la gran pantalla a mediados de los años 30 y dilató su carrera profesional hasta principios de los años 80.

Todo cambió el 17 de Mayo de 2021

Así tenía frases como:

«estamos en guerra porque ya estamos ¿por qué razones? ustedes me dirán. Y yo les contestaré: razones fundamentales que todo conglomerado debe entender y son tres: la primera, la segunda y la tercera»

Tal fue el calado de su forma de hablar que su arte dio lugar a que se acuñara el verbo específico cantinflear que en el diccionario de la Real Academia Española de la lengua (RAE) se define como: “hablar de forma disparatada e incongruente y sin decir nada”. Este cómico se caracterizaba por sus reacciones ingenuas, su asombrosa naturalidad y por sus personales y desvariados monólogos que eran continuos, embarullados, inagotables y hasta delirantes. Su discurso se hacía interminable mientras el comediante movía incansablemente su mano izquierda para acompañar la insólita proliferación de sus muecas.

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Mi padre nos contaba que de joven cuando veía películas de Cantinflas en el cine, entre las risas de los presentes y lo difícil que suponía entender el vocabulario del actor, no se podía seguir la trama del filme. Pero, como bien señalaba, seguir la trama era lo de menos ya que bastaba, y sobraba, con observar al cómico. El Gran Pakitin utilizaba muchas expresiones de Cantinflas como la de dame ”una ayudadita” cuando pedía que le echásemos una mano para hacer algo:

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o “no seas abusativo” si alguno de nosotros, por ejemplo, le pedíamos muchas cosas. Mario Moreno Cantinflas hablaba de este modo para hacer reir. Pero tras la risa, se escondía una denuncia. A su manera, con su estilo, hacía una crítica social a quienes, sintiéndose importantes, tratan de engañar a los demás a costa de palabras vacias.

Y no tenemos que cruzar el charco para disfrutar de un actor español que también practicaba el arte de hablar sin decir nada. Ese cómico de la vida, Antonio Ozores,  siempre será recordado por hablar raro. Balbuceaba en sus parlamentos de manera divertida y atropellada y únicamente se le entendían las últimas palabras de sus conversaciones. Con Antonio Ozores no se trataba sólo de lo que decía, sino de cómo lo decía. Su estructura anárquica al hablar implicaba una forma de trabajar atípica y es que este actor apenas se aprendía sus diálogos sino que los improvisaba inventándose palabras inexistentes.

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Mi padre no se perdía una película ni de él ni de su hermano, José Luis Ozores, una pareja de actores imprescindibles en el cine de la época.

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Y en ese arte de hablar sin decir nada toman mucho protagonismo las redundancias. Pero una cosa es usar las redundancias como un recurso literario, o incluso admitir que algunas redundancias están tan asentadas entre los hablantes que ya no molestan a nadie, y otra muy diferente es admitir que podemos usar tantas redundancias como queramos. Mi padre utilizaba en su vocabulario algunas de ellas para provocar una sonrisa, una risa e incluso una carcajada. Sus más habituales eran:

“El asunto del negocio”

“Un ejemplo, por ejemplo, etcétera”

o “Yo ya, ya yo”

Esta frase de “Yo ya, Ya yo” es de la película “La vida por delante” (1958). Esa cinta narraba la dificultad de una pareja de recién casados de clase media-baja para despegar en su nueva vida. Antonio, interpretado por Fernando Fernán Gómez, y Josefina, interpretada por la actriz argentina Analía Gadé, se gradúan, él de abogado y ella de médico.

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En la película se trataba la problemática de las reducidas dimensiones de los apartamentos, del amiguismo, de la dificultad para conseguir trabajo y de  la “chapucería”, ese otro arte tan español a la hora de rematar las cosas.

“Yo ya, ya yo” la pronuncia Fernando Fernán Gómez en una escena en la que la pareja debe enfrentarse a un caso de atropello por parte de la mujer. El actor Pepe Isbert da vida a un posible testigo que es tartamudo, cuyo testimonio es puesto en imágenes por Fernán-Gómez de forma sorprendente y muy coherente.

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Para hacer reir mi padre no sólo utilizaba las redundancias sino que empleaba cualquier herramienta o recurso para provocar, en el día a día, esa sonrisa, esa risa o esa carcajada. Tenía sentido del humor en la vida porque, bien es sabido que, “sin sentido del humor, la vida no tendría sentido”.

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Y es que «de casta le viene al galgo» ya que los Pérez, la familia por parte de la madre de mi padre, la abuela Teresa, eran una familia muy alegre y en su casa por menos de nada se organizaba un sarao. Mi padre contaba que cualquiera que entrará a casa de los Pérez salía de ella con un mote a sus espaldas.

Una muestra clara de ese gusto por la comicidad fueron sin duda Manolo (al que llamaban Manolete) y Antonio (al que llamaban Tolon), hijos de Antonio, el hermano mayor de la abuela Teresa. Manolete y Tolon, por ende primos de mi padre, fueron protagonistas de las anécdotas más sonadas de la familia.

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Mi padre tenía un sinfín de historias sobre ellos. Nos contaba que una vez los Pérez hicieron un viaje en tren para ir a coger cangrejos a la playa. Estaban en un compartimento del tren y se habían llevado un pollo en pepitoria para comer. No sé si fue Tolon o Manolete quien, encaramándose a un altillo, quiso alcanzar la olla del pollo en pepitoria que habían colocado allí.  La mala suerte estuvo de su parte, ya que la olla volcó y todo su contenido se esparció en el compartimento.

En otra ocasión, se fueron los primos de excursión al bosque. Manolete y Tolon llevaban una cámara de fotos y continuamente hacían posar a mi padre y a otros de sus primos en montes altos y en los lugares más complicados de acceder. Al final de la velada, Manolete y Tolon se dieron cuenta que no habían puesto carrete a la cámara.

Manolete y Tolon se sentían atraídos por todos los temas de carácter escatológico. Un día en una comida de primos, Manolete empezó a decir:

“¡Juan viene!”

y el otro primo le contestó: “¡Deténlo!”

y Manolete respondió: “¡No puedo!”

y el otro primo sentenció: “¡Pues que truene!”

y entonces empezaron a pederse ante el asombro de propios y extraños. 

No hay que ahorrar en hacer reir pero ahorrar en otras cosas es un arte.  Ahorrar es el arte de no gastar ni malgastar. Es el arte de guardar lo conseguido y gastar cuando sea necesario. A mi padre le gustaba ahorrar pero, desde luego, sin llegar a ser mezquino ni codicioso. Él era «ahorrativo», como diría Cantinflas. A aquél que derrochaba lo llamaba manirroto. Si alguien gastaba en exceso decía que:

«había tirado la casa por la ventana»,

«había hecho un dispendio»,

«llevaba un gran tren de vida»,

«tenía un agujero en el bolsillo» o

«vivía por encima de sus posibilidades»

Él prevenía  contra los gastos sin control ya que de la abundancia no es raro que venga la necesidad y así decía:

“días de mucho, vísperas de nada”,

“ya vendrá el tío Paco con las rebajas” o

“ya vendrán las vacas flacas”

De pequeños vivíamos con lo justo pero nunca nos faltó de nada. Era la época en que mi padre trabajaba y a la vez se preparaba las oposiciones para Inspector de Hacienda, y mi madre había dejado su trabajo como profesora para cuidarnos a mis hermanos y a mi.

 

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Recuerdo ver a mi madre por las noches, sentada en la cama, y entre sus manos sostener una caja metálica de caudales en la que habían papelitos y ella no paraba de hacer números para que le saliesen las cuentas.

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Una familia numerosa con sólo un sueldo se las tenía que ingeniar para llegar a fin de mes. Destrozàbamos los zapatos porque no parábamos de correr y encima el suelo del patio del colegio “Legado Crespo” de Madrid era de cemento con lo cual las suelas de los zapatos de los niños enseguida acababan desgastadas.

Para no tener que comprarnos zapatos nuevos, lo que suponía un gasto adicional, mis padres  decidieron cambiarnos ellos mismos las suelas de los zapatos. Se hicieron con un soporte para reparación de calzado, pegamento especial para zapatos y lo más importante, compraron los filips de caucho (para las medias suelas) y las tapas de caucho (para el tacón).

En esta misma línea de ahorro mis padres nos decían que el «papel albal» con el que nos envolvían los bocadillos del recreo del colegio, de salchichón el preferido por mis hermanas y de chorizo el preferido por mi,  no lo tirásemos a la papelera para reutilizarlos más veces. Al final el «papel albal» quedaba tan agrietado y cuarteado de los usos que finalmente había que desecharlo. La vida de ese papel de aluminio se había alargado en exceso a la vez que había cumplido su misión con creces y el medio ambiente lo agradecía.

Recuerdo que mi padre y su cuñado, José Mario, tenían visiones diferentes con respecto al tema de ahorrar. Su cuñado defendía la capacidad de endeudamiento que es la cantidad máxima de deuda que un particular o empresa puede asumir sin poner en peligro su integridad financiera. Mi padre se tiraba de los pelos cada vez que escuchaba a su cuñado hablar sobre ello. Era muy gracioso ver cómo intercambiaban opiniones al respecto, cuando las unas eran tan opuestas a las otras. Nunca llegaban a acercar posturas pero disfrutaban del intercambio de ideas.

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Yo solía tener una hucha metálica de un cerdito en la que guardaba lo poco que ahorraba. Mi falta de ahorro me llevaba a tener alguna deudilla monetaria con mi padre. Él siempre fue buen pagador y mejor cobrador. Así tenía mis deudas correctamente registradas en una libreta y cada vez que yo le pagaba hacía el oportuno apunte y me decía:

“¿A qué te has quitado un peso de encima?. Ya sabes, que el que paga descansa y el que cobra más”

Si por ejemplo yo le pagaba más de lo que le debía lo apuntaba como una entrega a cuenta realizada por mi y me decía de broma:

“¿Ves Moniquilla como lo llevo todo muy bien apuntadito?»

Si le adeudaba un importe con centimillos, me decía con guasa:

“Venga, que te perdono los céntimos”

A veces él mismo cogía algunas monedas de mi hucha para comprar algo o echar en el cepillo en misa y entonces me lo descontaba de su estadillo.

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Cuando le iba a pagar y se acercaba, me decía con gracejo:

«¡Qué viene el cobrador del frack!»

Mi padre ahorraba sobre todo en electricidad. Solía apagar las luces de los cuartos de la casa cuando las veía encendidas así que se ganó el apodo de El apagaluces. Nadie podía escapar a su implacable misión. Muchas veces estábamos en una habitación haciendo algo y, si él pensaba que no había nadie, apagaba las luces y le decíamos:

«¡Papi, no apagues la luz que estoy aquí!”.

Cuando éramos más pequeños mi hermana Patricia tardaba muchísimo en acostarse. No sé cuántas cosas hacía antes de meterse en la cama. Mi padre muy guasón decía:

“¡A la cama o apago los plomos!”

y mi hermana se apresuraba todo lo que podía, pero eran tantos sus rituales antes de cerrar los ojos, que mi padre más de una vez quitó los fusibles.

Ahora, eso sí, si alguna vez nos veía que estábamos leyendo y no nos habíamos puesto suficiente luz nos decía:

“¡Os vais a dejar la vista. No veis ni un carajo! ”

Y entonces nos encendía más luces para que pudiésemos leer en condiciones.

Si se levantaba por las noches a beber agua o ir al lavabo iba acompañado de una linterna y así no tenía que encender las luces del pasillo. Tenía varias linternas de diferente tamaño.

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Le gustaba hacer broma con ellas. Muchas veces se ponía una linterna con el foco apuntando a su barbilla con lo que su cara quedaba dibujada emulando un claroscuro. Entonces, de esta guisa, nos intentaba asustar cuando estaban todas las luces apagadas diciendo: “¡Uhhh! Soy el miedo! y más que darnos miedo, nos hacía reír.

Mi padre decía que había que ahorrar en el consumo de agua. Desde abril de 2007 las facturas del Ayuntamiento de Zaragoza de agua y basuras fueron más modernas, detalladas y cargadas de información. A partir de 2008, año en que se celebró la Expo de Zaragoza,  en las facturas del agua aparecía Fluvi, la mascota oficial de la Expo de Zaragoza.

En esas facturas Fluvi iba acompañado de una pizarra en la cual se informaba al titular de la póliza si su evolución en el consumo de agua había sido ascendente o descendente. Mi padre se ponía muy contento cuando recibía una factura con las felicitaciones de la mascota por el ahorro en el consumo de agua.

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De broma decía:

“¡Me voy a duchar sólo una vez a la semana y ya verás como me lo agradecerán en La Confederación Hidrográfica del Ebro!”

 y cuando salía de la ducha hacía aspavientos y, decía de broma:

“¡Si es que ducharse tanto no puede ser bueno, se va el manto de la piel!”

También solía recordar a uno que decía:

“¡No quiero ducharme pa’ no espabilarme!”

Hablaba también de aprovechar el calor residual, sobre todo cuando se utilizaba la vitrocerámica o el horno. Y era cierto, el calor residual es el excedente de calor que se produce durante el funcionamiento de una máquina o un aparato y el aprovechamiento de esta energía térmica como medida de eficiencia energética es posible. Y mi padre era muy consciente de ello.

Si mi madre, por ejemplo, había hecho unas pechugas de pollo a la sartén y después las dejaba en un plato, mi padre cogía ese plato y lo ponía encima del fogón de la vitrocerámica, que ya estaba apagado, para que el calor residual mantuviese calientes las pechugas. Y así era, después de comer el primer plato y pasar a comer las pechugas, éstas seguían calientes y no había que recalentarlas en el microondas.

Una de las adquisiciones que realizó mi padre, y de la cual estaba muy orgulloso, era un cargador de pilas. Ese artilugio le entusiasmaba. A mí siempre se me gastaban muy rápido las pilas de mi radio y le pedía a mi padre pilas nuevas. Entonces él me decía :

¡Moniquilla, qué rápido se te acaban las pilas ¿qué haces? ¿te las comes?!”

A continuación me daba unas pilas ya recargadas para poner en mi radio y se llevaba las otras para cargarlas. Desde que mi padre falleció, mi radio ya no funciona, las pilas están agotadas. El cargador de pilas está en uno de los cajones del escritorio de su despacho. No me imagino, sin estar él, utilizar ese artilugio con el que mi padre, con tanta vehemencia, revivía las pilas.

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Sin embargo, a veces, al intentar ahorrar le salía el tiro por la culata. De vez en cuando, compraba algo en las tiendas de los chinos porque era más barato, “baratito y pochito” como decía él.

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Pero luego tenía que volver a comprar lo mismo porque lo que había comprado en esas tiendas no funcionaba o se le había roto enseguida. Entonces se lamentaba y decía que

“el dinero del pobre va dos veces al mercado”

y que

“lo barato cuesta caro”

Si hacía un ahorro insignificante al comprar en ese tipo de establecimientos decía con mucha gracia que había

“ahorrado en el chocolate del loro”

Acababa diciendo que en los bazares chinos:

“sólo se podían comprar paquetes de folios y poco más”

porque los artículos de esos comercios eran de poca calidad.