Se llaman otras artes a las diversas manifestaciones artísticas que no entran dentro de la definición de las tradicionales bellas artes. Estas otras artes incluyen una amplia gama de expresiones creativas que pueden ser difíciles de clasificar dentro de los límites convencionales. Pueden englobar, por ejemplo, el arte digital, el arte de instalación, el arte conceptual, la artesanía contemporánea, y otras expresiones que no se ajustan a las categorías tradicionales. También se pueden encuadrar en este término las manifestaciones de la cultura popular y la creatividad en la vida cotidiana. Hay arte en todo lo que nos rodea, sólo hay que prestar un poco de atención.
Sus otra artes I
El arte de birlibirloque es el arte de birlar, hurtar o estafar de repente, por sorpresa, con destreza y maestría. En lenguaje caló, birlar y birloque significan, respectivamente, estafar y ladrón. Birlar se utiliza también en el sentido de conseguir algo con habilidad sin que se sepan los medios que se han utilizado, pero sin ser necesariamente mediante el robo o la estafa.
Tony Leblanc protagonizó con José Luis Ozores el mítico “timo de la estampita” en la película Los tramposos (1959). En el mencionado timo, el esquema de la estafa consiste en dos cómplices. Uno de ellos se hace pasar por una persona con problemas mentales, o simplemente alguien falto de discernimiento, que en la jerga es apodado el tonto. Éste lleva un sobre lleno de billetes de dinero a los cuales no da importancia alguna porque cree que son meras estampitas. El personaje entabla conversación con algún viandante, el primo.
En ese momento entra en escena otro de los estafadores, el listo, quien propone a la víctima hacerse con el dinero por medio del engaño. Entonces el primo ofrece al tonto una pequeña cantidad de dinero por las estampas del sobre. Éste acepta y entrega el sobre. Una vez que el listo y el tonto se han marchado, la víctima se da cuenta de que en el sobre no hay dinero sino papeles sin valor.
También en dicha película aparece el timo del “tocomocho”. Este timo es igual al de “la estampita” pero en este caso los billetes de dinero son sustituidos por décimos de lotería premiados.
Mi padre se reía mucho con la interpretación de cada uno de los actores en esa película de Los tramposos pero no podía entender cómo en la la realidad la gente podía caer en ese tipo de estafas. El Gran Pakitin acababa concluyendo que el ansia de obtener dinero fácil era la causa que motivaba que las personas mordieran el anzuelo de los estafadores.
Con mi padre este timo no hubiera funcionado nunca ya que probablemente él hubiera querido ayudar al tonto y le hubiera dicho que tuviera cuidado porque lo que llevaba en el sobre eran billetes de dinero y no papeles sin valor.
El mundo de la gastronomía es un arte en sí mismo. La cocina, en particular, contiene una técnica, un proceso creativo y una composición que la encumbran al podio de las otras artes. Mi padre no era muy cocinitas pero cuando se ponía, se ponía.
Aprendió a hacer un plato que se llamaba “purrusalda” (o “porrusalda”) con bacalao. Mi padre lo llamaba purrusalfa y le quedaba delicioso. Este plato es típico del País Vasco y su nombre significa caldo de puerro. Es una sopa o guiso a base de puerro, que también lleva patatas, ajos y, dependiendo de sus variantes, puede llevar zanahorias, cebollas o perejil. La porrusalda, en su versión más famosa, se hace con bacalao. Suele servirse como única comida con abundantes patatas.
A mi padre le gustaba prepararla con una consistencia más de guiso que de sopa. Fue mi hermana Patricia quien le enseñó a cocinarla. Él tenía apuntaditos en unas hojitas todos los ingredientes y los pasos necesarios para su preparación:
Le quedaba muy bueno y nosotros se lo decíamos. Él, como siempre que se le hacía algún cumplido, sacaba a pasear su modestia. De igual manera cuando otro de nosotros cocinábamos y a mi padre le gustaba mucho lo que le habíamos preparado, él decía:
“¡Un hurra por la cocinera!»
y a su vez aplaudía y los demás contestábamos:
«¡Hip, hip, hurra¡»
Sin dejar el mundo de la gastronomía, mi padre practicaba el arte de cortar el jamón serrano. Para conseguir unas lonchas perfectas sabía que el truco estaba en dejar que se intuyese el cuchillo por detrás de cada lámina. Asi conseguía que las lonchas fuesen lo suficientemente gruesas como para que se apreciase todo su sabor pero lo suficientemente delgadas como para que se deshiciesen en la boca al entrar en contacto con el calor del paladar. Para tal empresa, tenía un jamonero y un cuchillo especial para cortar jamón. Cuando iba a cortar jamón decía:
“Voy a tocar el violín”
Con el paso de los años, y cuando le aparecieron los primeros síntomas del Parkinson, mi padre tuvo que dejar de practicar ese arte tan cortante a la par que melodioso.
Había un chiste relacionado con la gastronomía que mi padre siempre contaba:
“Una señora le dice a un Señor: ¿a usted le gustan los niños?
Y el Señor le contesta muy serio: Señora yo como de todo”
También está el arte de la lucha libre. Mi padre y mi hermano veían juntos Pressing Catch, un programa de televisión que fue emitido por la cadena privada Telecinco a principios de los años 90. El programa mostraba los combates del campeonato mundial de lucha libre profesional.
En esa época, conocida como “la era dorada de la lucha libre profesional”, destacaban luchadores como Hulk Hogan, André El Gigante, El Último Guerrero o Randy Savage (Macho Man), los cuales conectaron rápidamente con el público. A diferencia de la lucha libre actual, durante esos años los luchadores destacaban por ser extremadamente excéntricos y por protagonizar historias de lo más absurdas y surrealistas, algo que hacía las delicias de los más pequeños y de los no tan pequeños.
Mi padre disfrutaba como un niño viendo el espectáculo. Él y mi hermano bromeaban después del programa haciéndose llaves marciales. Una de sus preferidas era la llave Doble Nelson. Ésta es una variante de la llave Nelson que agrega a la llave original la presión aplicada sobre la nuca del rival. Eso se consigue tomando al oponente por la espalda, inmovilizándole los brazos y poniendo las manos, con los dedos entrelazados, sobre su cuello.
El delirio llega a su máximo grado cuando un luchador se zafa de la Doble Nelson para aplicar otra Doble Nelson y así sucesivamente. Mi padre y mi hermano practicaban la Doble Nelson de una forma más moderada y con poca fuerza para no hacerse daño pero eso no deslucía su puesta en escena.
Emulando a los luchadores de Pressing Catch,
era costumbre que mi hermano y mi padre se hiciesen una foto tensándose cada verano. Esta foto consistía en que mi hermano Nacho aparecía en el primer plano de la foto marcando pectoral y bíceps y poniendo cara de feroche. Lo mismo hacía mi padre, pero en segundo plano de la foto, detrás de mi hermano.
Mi hermano fue creciendo y se hizo más fuerte porque hacía deporte e iba al gimnasio. Mi padre lo empezó a llamar el forçut, palabra en catalán que en español significa el forzudo. Y curiosamente, a medida que mi hermano crecía y se hacía más fuerte, mi padre dejó de hacerse las famosas fotos de tensarse al lado de mi hermano.
Aunque no lo parezca la chapuza también es un arte. Es una forma de creación o reparación improvisada, a menudo con materiales o métodos no convencionales, que puede ser vista como una solución ingeniosa a un problema, pero también como algo descuidado o poco elaborado. Es el arte minimalista de los manitas.
El chapuzas es un ser inteligente, capaz de hacer todo sin nada. Un apaño logra, rápidamente, lo máximo con lo mínimo. Si hay que elegir entre el arte de birlibirloque y el arte de la chapuza, la mayoría elegiríamos ésta última ya que los estafadores engañan con maldad pero una chapuza está llena de ingenuidad e intenta salvar un escollo con tanta torpeza como nobleza.
Entre los personajes de chapuzas más conocidos están Pepe Gotera y Otilio que tenían sus propias tiras cómicas creadas por el dibujante e historietista Francisco Ibáñez Talavera. En Pepe Gotera y Otilio, chapuzas a domicilio se simbolizaba lo que cualquier español ha padecido en alguna ocasión: llegar casa dispuesto a arreglar cualquier cosa estropeada y al concluir dejar el problema peor de lo que estaba.
Mi padre se reía mucho con esos tebeos y a la vez yo bromeaba muchas veces con mi padre y sus chapuzas. Y es que él se empeñaba en solucionar cualquier avería que tuviéramos en casa. Es cierto que la mayor parte de las veces lo conseguía y se ponía muy contento, pero otras veces no lo lograba y entonces se convertía en una obsesión para él. No paraba hasta reparar esa cisterna rota, esa puerta que no cerraba bien o ese grifo que goteaba.
En una ocasión la puerta de madera de la habitación en la que dormían mi hermana Irene y mi hermana Patricia tenía la manilla estropeada. Mi padre se puso a arreglarla y el suelo acabó lleno de serrín porque había intentado lijar el cajetín de la puerta para ajustar la manilla y de tanto lijarlo se había quedado sin cajetín. Finalmente tuvimos que llamar a un carpintero para que arreglase la puerta.
Pero no es lo mismo decir que la chapuza es un arte que hacer chapuzas en el arte. No hace mucho tiempo, en el año 2012, Cecilia Giménez Zueco, una aficionada a la pintura que antes había realizado algunos pequeños trabajos en otros centros religiosos, decidió repintar el Ecce Homo de Borja, una pequeña pintura mural obra del pintor español Elías García Martínez. Esta obra de arte estaba ubicada en el santuario de Misericordia de Borja, provincia de Zaragoza.
Cecilia, quien para entonces contaba con 81 años, comenzó retocando la túnica, pero fue incapaz de reproducir los trazos originales en el rostro de Cristo. Las autoridades locales, al comprobar que la imagen había sido repintada, al principio consideraron que se trataba de un acto vandálico. La pintora, sin embargo, declaró que fue autorizada a restaurar la pintura por el cura responsable de la iglesia y que su obra estaba inconclusa ya que la había dejado secar cuando se difundieron las imágenes.
Mi padre, al escuchar la noticia, no daba crédito a lo sucedido. Alguien sin mala intención, sino con la mejor de las intenciones, había destrozado una obra de arte del siglo XIX-principios del XX. De hecho, a partir de la restauración alguno catalogó al Ecce Homo de Borja como «una querida obra maestra del surrealismo involuntario».
El arte del escaqueo se refiere a la habilidad, o al talento, para eludir responsabilidades, o tareas, generalmente sin llamar demasiado la atención. Se trata de una forma de esquivar obligaciones, excusando la inactividad o la falta de compromiso. En el contexto laboral, el arte del escaqueo implica eludir las tareas asignadas, aparentar ocupación sin realizar trabajo, culpabilizar a otros o evitar la responsabilidad por los errores o problemas.
Mi padre estaba muy lejos de ser un escaqueador en el trabajo. Su trayectoria en el mundo laboral fue ejemplar, modélica e intachable hasta el mínimo detalle. Él afirmaba que «el trabajo dignificaba».
Y ese valor por el trabajo nos lo trasmitió a nosotros, sus hijos. Cuando era lunes y había que ir a trabajar, lo cual siempre nos daba un poco de pereza a mis hermanos y a mi, mi padre nos animaba y nos hacía alusión a un cartel que tenían puesto en un centro médico de la calle Félix Latassa en Zaragoza, dónde mi padre se hacía las analíticas, y que decía tal que así:
“¡Otra vez Lunes! ¡Menos mal que el día siguiente a pasado mañana ya es la víspera del viernes! ”
Con esta frase, ¿quién podría quejarse de los lunes? Lo que sí es cierto es que cuando mi padre trabajaba y llegaba el viernes, decía:
“Es que a final de semana uno llega con el depósito justo de gasolina”
o
“Es que a final de la semana uno llega a medio fuelle”
queriendo decir que ese cartel en el que se proclamaba que la semana de trabajo pasaba volando era muy motivador pero no mencionaba que se llegaba bastante cansado al final de la misma.
El arte de negociar era algo que mi padre admiraba. Negociar requiere habilidades especiales, una mentalidad estratégica y una comunicación efectiva. La negociación no es algo que se haga siguiendo una receta exacta que funcione siempre. Una vez que se entra en la fase transaccional, la situación se convierte en una danza, en una obra de teatro o en una pieza de jazz de improvisación: el negociador se adapta y compone constantemente con la otra parte el entorno y las circunstancias.
Mi padre llamaba a sus cuñadas “las negociantas”. Tenían, y tienen, una habilidad especial para los negocios que le viene heredada de su padre Bartolomé. Y es que Bartolomé Sánchez Marín, mi abuelo, era todo un negociante.
En Hellín se había dedicado a un sinfín de actividades. Así por ejemplo, compraba fincas con frutales, y una vez vendía los frutos que recogía de los frutales, ponía a la venta la finca, con lo cual ya había sacado un beneficio importante a la inicial compra del terreno. Fue también comerciante de madera y tuvo un taller en el que se fabricaban los tapones de chapa para las botellas de vidrio.
Unido al arte de la negociación está el arte del regateo que es una práctica de negociación en la que se busca obtener un precio más bajo para la compra de un producto o la presentación de un servicio. A mi padre no le gustaba ir de compras y sin embargo mi madre se paraba en todos los escaparates que veía. Cuando iban juntos a una tienda, mi padre, que ya veía que la cosa iba para largo, optaba por esperar a mi madre en algún asiento que hubiese en el comercio. Mi madre siempre ha tenido muy buena mano a la hora de ir a comprar y conseguir que por la compra le hiciesen algún barato o le diesen algún regalito.
Entonces mi padre bromeaba exagerando la situación y decía que mi madre hubiera dicho al tendero:
“¿y no tendría una tortillita de sobra? ¿Y unas croquetitas para llevarnos?»
queriendo decir que a mi madre no le dolían prendas a la hora de pedir. Aunque ya se sabe también que “ante el vicio de pedir, la virtud de no dar”, cosa que mi madre a veces experimentó en esos regateos con los que tanto disfrutaba en las compras.