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Las manos sirven para comer y también para beber. Ellas nos lavan, ellas nos peinan y ellas nos sirven de apoyo. Con ellas pintamos y con ellas jugamos. Con ellas trabajamos y con ellas cuidamos. Con ellas hacemos caricias y con ellas no debemos pegar. Las manos hablan al aplaudir, hablan al saludar y hablan al despedir. Ponen parte de su alma en todo lo que hacen y plasman un pedacito de ella en todas sus creaciones. Materializan recuerdos y emociones y transmiten lo que saben a otras generaciones. Incluso las líneas y formas de las manos, uñas o dedos, pueden ayudar a identificar aspectos de nuestro futuro o personalidad.

Sus manos

Mi padre tenía unas manos habilidosas.

Todo cambió el 17 de Mayo de 2021

Recuerdo que una de sus habilidades con la manos nos las exhibía cuando estábamos comiendo. Entonces cogía un couteau (mi padre en vez de decir cuchillo solía decir couteau –cuchillo en francés-) con la mano derecha y ponía su mano izquierda boca abajo, con los dedos separados,  encima del mantel. Con el cuchillo en punta, clavaba la hoja entre cada uno de los espacios que quedaban entre dedo y dedo. Todo ello lo hacía con gran rapidez y sin pinchar en carne ni una sola vez. A continuación decía :

“¡Y ahora mirando al tendido!”

y entonces repetía la misma operación pero esta vez mirando al techo. Nosotros quedábamos sorprendidos ante tal demostración de habilidad y desde luego él no dejaba que nosotros lo hiciéramos.

Otra de sus habilidades con las manos era la de cortar el jamón serrano para conseguir las lonchas perfectas. Sabía que el truco al cortar era dejar que se intuyese el cuchillo por detrás de cada lámina de jamón. Lo que conseguía con esto es que las lonchas fuesen lo suficientemente gruesas como para que se apreciase todo su sabor pero lo suficientemente delgadas como para que se deshiciesen en la boca. Para acometer tal empresa, tenía un jamonero y un cuchillo especial para cortar jamón. Cuando iba a cortar jamón decía:

“Voy a tocar el violín”

Con el paso de los años, y cuando aparecieron los primeros síntomas del Parkinson, mi padre tuvo que dejar de practicar esa habilidad tan técnica y a la par tan sabrosa cuando se degustaban sus frutos.

Mi padre cuidaba mucho todas las cosas que pasaban por sus manos, fuesen suyas o no lo fuesen. El que no se tratasen las cosas con cuidado le enojaba. Él nos intentaba inculcar que todas las cosas tenían su valor. Para mí padre, ese valor que tenían las cosas no era sólo un valor económico, era un valor menos tangible, era el valor de la historia. Una historia que había que cuidarse, conservarse, respetarse y transmitirse de generación en generación. Si alguien rompía algo solía decir:

«Quien rompe paga y se lleva los trastos a su casa»

Siempre devolvía lo que le habían dejado al igual que le gustaba que le devolviesen lo que dejaba. Cuando dejaba algo siempre decía de broma:

«¡Qué es de Huelva!»

queriendo decir que era de vuelta.

Le gustaba acariciar con sus manos. Cuando mis hermanas y yo éramos pequeñas y nos lavábamos el pelo, mi padre era el encargado de secárnoslo y «hacernos las formas”. Hacernos las formas consistía en que con el cepillo de pelo, con el secador, y ayudado por sus manos, nos metía cuidadosamente las puntas del cabello hacía dentro y nos dejaba el pelo con volumen. Mientras nos peinaba, mi padre cantaba:

“¡Qué buen pelo tienes!, Carabí,

 ¡Qué buen pelo tienes! Carabí,

 ¿Quién te lo peinará? Carabirurí carabirurá,

¿Quién te lo peinará? Carabirurí carabirurá,

Se lo peina su papi, carabí,

Se lo peina su papi, carabí,

Con mucha suavidad, carabirurí, carabirurá,

Con mucha suavidad, carabirurí, carabirurá” 

Le encantaba acariciar a Ulysses, también llamado Ulyssin o Uly, que fue el gatito de la familia durante muchos años.  Se lo regalaron a mi hermana Patricia en el año 1997 y ese gatito enseguida nos cautivó a todos y especialmente a mi padre que no paraba de mostrarle su afecto.

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Iba de la mano… De pequeño iba de la mano de sus padres y de su hermana mayor, Monicha.

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Sin embargo, a veces, lo de dar la mano le resultó una tarea más complicada…..A los niños de su época se les enseñaba que al cruzar la calle debían hacerlo de la mano de un adulto. Si los niños iban solos tenían que pedir a un adulto que iba por la calle que les cruzase de una acera a otra. Mi padre, como niño obediente que era, siempre lo hacía así. Pero un día se lo pidió a un señor y el señor le dijo con tono un poco contrariado:

¡Niño, que llevó cruzándote de calle toda la semana¡, ¡No hay ningún otro adulto que te pueda  cruzar!”

y mi padre, ruborizado y cabizbajo, se fue en busca de otro mayor que no se hubiera levantado aquel día con el pie izquierdo.

De adulto, iba de la mano de mi madre. Mis padres ya se dieron la mano en su boda y continuaron haciéndolo durante su matrimonio.

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Cuando mi padre y mi madre iban por la calle iban los dos siempre cogidos de la mano como las parejas de antes cuando eran novios y no se separaban el uno del otro. Así eran mis padres, inseparables. Como una de las  canciones preferidas de mi padre, “Amarraditos”, de María Dolores Pradera.

Incluso cuando estaban en la playa y mi madre, por ejemplo, quería echarse un chapuzón, mi padre salía de la sombrilla y los dos se iban juntitos de la mano a meterse en el agua. Yendo de la mano parecían decirse:

«No me sueltes por favor. Si hemos de ir al olvido, vayamos. Si hemos de entregarnos al amor, hagámoslo…pero de la mano, no vaya a ser que uno olvide y otro ame, que uno sienta y otro mienta…»

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Mi padre no era de los de hablar mucho por teléfono, y menos por teléfono móvil, al contrario, parecía que el teléfono le ardía en las manos. Hablaba lo justo e incluso menos que lo justo. Como él siempre decía :

“El  teléfono se utiliza para dar un recado, para nada más. Para tener una conversación es mejor tenerla en persona”

Recuerdo que en casa era el que siempre cogía el teléfono fijo porque ni mis hermanos, ni mi madre, ni yo lo cogíamos. Como a  mi padre no le gustaba escuchar que el teléfono sonase y sonase, entonces descolgada él. Y cuando colgaba decía:

“¡No vuelvo a coger más el teléfono en esta casa!”

Pero nunca era así, porque siempre volvía a cogerlo.

Su afición por los relojes tenía que ver mucho con sus manos: llevaba los relojes de pulsera en su muñeca y daba cuerda con sus manos a los relojes de pie.

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Los relojes y sus manecillas hacían girar el mundo. Mi padre y sus manos hacían girar nuestro pequeño mundo.

Las plumas estilográficas también eran objetos que despertaban su interés. Era un “plumófilo” desde hacía años. No coleccionaba plumas para ostentar o ser pretencioso, las coleccionaba porque le gustaba sentir el tacto de la pluma al empuñarla en su mano y deslizarla sobre el papel.

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Utilizaba sus manos para coser. Le encantaba la costura.

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Me contaba mi padre que cree que esta afición le venía porque su madre, la abuela Teresa, tenía un cuarto de costura en la casa en la que vivían en Madrid en la calle Canarias 30. Supongo que aquella habitación despertaría la curiosidad de mi padre a temprana edad. Me lo imagino entrando a esa estancia, sin que su madre se diese cuenta, para ver de primera mano qué era lo que había allí.

En casa tenemos un costurero de cuatro pisos con mucho material de costura. Está colocado nada más abrir una de las puertas del armario empotrado del pasillo. Mi padre, de vez en cuando, intentaba ordenar ese costurero, pero al poco tiempo estaba otra vez desorganizado. Como él solía decir:

“Si metes a oscuras la mano en ese costurero te arriesgas a perder un dedo…. o la mano entera”

Y es que las tijeras rondaban a sus anchas, al igual que lo hacían los alfileres y agujas que estaban clavados en un acerico.

A propósito de acerico, mi padre bromeaba y decía que tenía las yemas de los dedos de las manos como acericos de tantos pinchazos que tenía que hacerse por los controles de glucemia debido a su diabetes.

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Y es que tenía que hacerse, nada más y nada menos, que una media de 8 controles diarios. Muchas veces me decía que no le pinchase yo en el dedo porque le hacía daño y añadía

“¡Moniquilla, qué son mis dedos!» 

Utilizaba sus manos para colocar los sellos que coleccionaba en las casillas correspondiente de las hojas clasificadoras de cada álbum. Esta tarea era muy meticulosa. Como él decía era un auténtico “trabajo de chinos”. Mi padre parecía como una hormiguita recopilando sellos y luego colocándolos en el lugar adecuado. Así que con paciencia, sus manos, unas pinzas y una lupa, iba rellenando de historia esos marcos vacíos en los álbumes….de nuevo el Parkinson parecía desaparecer cuando disfrutaba de su pasión por la filatelia.

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Le gustaba fregar los platos con sus manos protegidas por unos guantes de goma. Cuando iba a fregar decía:

«Voy a hacer el fregoterio»

Si veía a mi madre fregando sin guantes le sugería que también los utilizase para que las manos no se le agrietasen. El inconveniente de utilizar guantes de goma al fregar es que se pierde el sentido táctil, y de cierto agarre, que se tiene cuando friegas sin guantes, lo que puede provocar que un vaso,o un plato, se resbale entre las manos y se rompa haciéndose añicos, cosa que alguna que otra vez le ocurrió a mi padre

Utilizaba muchas expresiones con la palabra mano:

Cuando alguien despilfarra decía que era un

«manirroto» 

Si algo era muy rápido y efectivo a la hora de curar o solucionar un asunto era

«Mano de Santo” 

Cuando a alguien se le daba bien hacer algo decía:

“Tiene buena mano”

Y hablando de buena mano,  mi padre decía que mi madre tenía muy buena mano con las plantas. En casa tenemos una pequeña terraza que mi madre llena de macetas con geranios y enseguida florecen. Es el sitio de su recreo. Allí ella disfruta y mi padre, que lo sabía, no dudaba en obsequiarla con flores y plantas.

Le hacía gracia la expresión de

“La bofetada del gitano, que ni faltó mano ni sobró cara”

que significaba que algo había venido justo y encajado.

Hacía chistes utilizando la palabra mano como aquél en el que preguntaba:

¿En que se parece mi mano a una carretera?»

Y al que, sin apenas dejarnos contestar, añadía:

«En que la carretera tiene cunetas y que cun-eta (con esta) mano me rasco la cabeza” 

Incluso en las notas que nos solía dejar en casa para decirnos dónde estaba, salía a relucir alguna mano:

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Cuando pedía que le echásemos una mano para hacer algo, mi padre utilizaba la expresión de

“dame una ayudadita”

acuñada por el gran cómico mejicano, «Cantinflas».   

Mi padre también utilizaba a menudo la expresión

Dame la manita Pepe Lui”

coletilla inventada por la famosa pareja humorística Tip y Coll que triunfó en los años 70.

Cuando había un partido de fútbol, especialmente si jugaba el Real Madrid, mi madre, que lo escuchaba por la radio, tenía la costumbre de hacer los cuernos con las dos manos. Entonces de esa guisa apoyaba en la mesa sus dos manos cuando el equipo contrario realizaba alguna jugada con peligro contra la portería de «los merengues». Mi padre le preguntaba a mi madre:

“¿Titis ya estás poniendo los cuernos?

y mi madre contestaba: “Sí», entonces nosotros pensábamos que ya teníamos más posibilidades para que ganase nuestro Real Madrid. Recuerdo que cuando el Real Madrid marcaba un gol, o cuando al F. C Barcelona le metían un gol, nos chocábamos las manos entre nosotros

Según mi padre, mi hermana Patricia tenía manos de Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela. Con esta frase mi padre hacía alusión a las manos de las dos hijas del rey Felipe II. Esas dos infantas irradiaban finura y disfrutaban de grandes privilegios por su condición regia y por el poder de la monarquía hispánica en tiempos de Felipe II. Pero esas manos tan delicadas de mi hermana eran a la vez también muy torpes. En cuanto cogía algo, ese algo se le caía al suelo y se rompía ¡Parecía que sus manos fuesen de mantequilla!  Mi padre le decía que tenía

“manos eróticas, que todo lo que tocan lo j…. den”

Eso sí, se le caían las cosas de forma delicada y a la vez salía de su boca la onomatopeya “ups”

De pequeña yo me chupaba el dedo gordo de la mano derecha, con tal insistencia, que lo tenía más largo que el dedo gordo de la mano izquierda. Mis padres hicieron de todo para que no me lo siguiese chupando y no me deformase el paladar superior de la boca. Me pusieron unos guantes e incluso me pusieron pimienta en el dedo gordo para que me resultase desagradable al gusto, pero nada funcionaba. Un día, sin más, dejé de chupármelo.

Otra de mis malas costumbres de pequeña era morderme las uñas de los dedos de las manos. Cuando mi padre veía morderme las uñas, me decía: “¡Esas uñas!”. Tal cual apareció esa mala costumbre, tal cual desapareció.

Mi hermana Irene era, y es, la artista de la familia. Igual te pintaba un cuadro

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que te tejía unos “amigurumis”

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Los “amigurumis” son unos pequeños muñecos fabricados mediante técnicas de croché o ganchillo y forman parte de la cultura de lo “Kawaii”, palabra japonesa que significa bonito, adorable o muy tierno. No sólo se trata de una figurita decorativa o un simple juguetito, sino que los “amigurumis” persiguen alimentar el espíritu de niño que todos llevamos dentro.

Según la tradición japonesa, cada “amigurumi” posee un alma y nos acompaña y es nuestro amiguito y confidente de por vida. Con lo sensible que es mi hermana, no me extraña que tejiese ese tipo de muñequitos. Mi padre quedaba asombrado, y maravillado, por la facilidad con la que mi hermana Irene hacía que los ovillos de lana cobrasen vida simplemente utilizando sus dos manos y dos agujas de tejer.

Mi hermano Nacho jugaba a baloncesto y manejaba muy bien la pelota con sus manos.

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Mi padre no jugaba con él en una cancha real pero sí que competía con él en el «Exin Basket», un juego que simulaba una pista de baloncesto. Este juego consistía en encestar una pequeña pelotita de poliespan de color naranja que se movía por unos impulsos de aire generados al presionar con las manos unos botones (tres botones rojos para un jugador y tres botones verdes para el otro jugador) ¡Menudas partidas se echaban mi padre y mi hermano!

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Y fue mi hermano Nacho el que hizo posible un sueño que tenía mi padre desde niño que era pasear por La Promenade des Anglais de Niza. Mi padre había leído de pequeño muchos libros en los que aparecía nombrada esa avenida, la más famosa de Niza y la que reúne a gran parte del turismo en verano. Ese famoso paseo rodea toda la bahía de la ciudad y tiene unos 4 km de largo. Su nombre proviene de la época en que los ingleses visitaban la ciudad en invierno y paseaban por la orilla del mar. De hecho, parte del encanto de entonces se puede ver en la arquitectura de  los hoteles de finales de siglo que hay a lo largo del paseo.

Y así, una de las veces que mis padres viajaron en tren a Montpellier para visitar a mi hermano que trabajaba allí, el sueño de mi padre se cumplió. Mi hermano les llevó a Niza y mi padre caminó de la mano de mi madre por el famoso paseo.

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El 12 de noviembre de 2022, mi hermano Nacho llevó a El Gran Pakitin en su boda en los puños de las mangas de su camisa, en los gemelos. De esta forma El Gran Pakitin estuvo en ese momento tan especial, en sus manos y en todos nuestros corazones.

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Al nieto del Abu Pakitin, Miguelín, le encanta utilizar las manos para hacer manualidades o construcciones de cualquier tipo e incluso muñecos de nieve.

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Tiene unas manitas redonditas y regordetas pero con unos dedos hábiles que encajan piezas con gran precisión. Unas manitas que dibujan y pintan maravillas.

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Ya dijo la famosa médico y pedagoga María Montessori,:

“El niño que tiene libertad y oportunidad de manipular y usar su mano en una forma lógica, con consecuencias y usando elementos reales, desarrolla una fuerte personalidad”

Sus manitas a veces pegan puñetazos….pero sólo cuando practica El muay thai.

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Mi padre empezó a transmitir a su nieto su gran afición por el Meccano. De hecho mi padre estuvo jugando al Meccano hasta que ingresó en el hospital ¡Ni el Parkinson que padecía desde hacía ocho años, le impedía disfrutar de su afición!

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Entre el Abu Pakitin y Miguelín habían organizado las piezas para empezar a construir el Tower Bridge de Londres pero mi padre falleció antes de que pudiesen ponerse manos a la obra. Estoy segura que, cuando Miguelín sea un poco más mayor, continuará el legado que dejó mi padre con las construcciones de su Meccano.

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De más pequeñito Miguelín iba a la guardería “Petete”, que está al lado de nuestra casa. El abu Pakitin lo iba a buscar a la guardería dos o tres veces a la semana y los dos iban juntos de la mano por la calle.

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Una pena que le quedó a mi padre fue no poder llevar a su nieto al parque y jugar con él. Desgraciadamente las patologías que padecía impedían que hiciese más cosas o compartiese más tiempo con su nieto. Pero el abu Pakitin, como siempre, se adaptaba a la situación y disfrutaba de su nieto lo que estaba en sus manos.