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Hay luchas muy importantes a lo largo de nuestra existencia que marcan para siempre nuestra vida. No las buscamos sino que ellas nos eligen. Una vez nos encontramos inmersos en esas batallas no podemos huir de ellas. Sólo nos queda la opción de luchar con armas quizás nunca empleadas anteriormente. Lucharemos nosotros pero tendremos al lado a nuestros seres queridos que harán que el combate parezca más sencillo. Si salimos victoriosos seguiremos luchando en otros campos de batalla similares o muy diferentes. Si caemos puede que no volvamos a luchar nunca más.

Sus luchas

Cuando somos pequeños la vida nos parece fácil. Pero a medida que vamos creciendo nos vamos dando cuenta que la vida puede ser muy dura.

Todo cambió el 17 de Mayo de 2021

Mi padre lo comprobó cuando su madre, la abuela Teresa, padeció una embolia que la dejó postrada en una silla de ruedas. Toda la familia estuvo muy pendiente de ella y la cuidaron mucho pero fue un revés para todos. Cuando falleció mi padre tuvo que luchar contra ese vacío que le dejó la perdida de su querida y bondadosa madre.

Mi padre fue superando la ausencia de su madre y se volcó en mi madre, en mis hermanos y en mi. Su padre, el abuelo Paco, un hombre reservado y muy peculiar, le apoyó en todo momento.

Desgraciadamente el 12 de abril de 1987 a las 10.30 el abuelo Paco fue atropellado por un coche que se dio a la fuga cuando cruzaba la calzada en la confluencia de las calles de Ibiza y del Doctor Esquerdo de Madrid, en un punto situado en frente al Hospital Beata Ana María de Jesús. El abuelo Paco sufrió tan graves lesiones que murió pocos instantes después de ser atropellado.

Si cabe, su fallecimiento aún fue más doloroso porque le atropellaron cuando iba a ver a mi padre que se hallaba convaleciente de una operación de hernia en el Hospital Beata Ana María de Jesús. Le daban el alta ese mismo día y todos le dijeron al abuelo Paco que como mi padre ya salía del hospital no era necesario que fuese a verlo.

Pero el abuelo Paco era muy suyo y cuando algo se le metía entre ceja y ceja no había quien le hiciese cambiar de opinión. Mi padre y la hermana de mi padre quedaron desolados ante la muerte de su padre en esas traumáticas circunstancias.

Cuando el abuelo Paco falleció mis hermanos y yo éramos pequeños para asimilar lo que había ocurrido y cómo podía afectar esta tragedia a mi padre. Lo cierto es que mi padre no hablaba del tema porque le costaba gestionar el dolor y la tristeza.

Mi padre y su hermana Monicha querían saber quién fue el que llevaba el coche que mató a su padre y querían llevarlo ante la justicia. Como finalmente no se pudo averiguar el paradero del conductor, El Consorcio de Compensación de seguros indemnizó a mi padre y a su hermana con cuatro millones de pesetas. Aunque ese dinero, de ninguna manera, podía suplir la muerte del abuelo Paco.

Mi padre guardaba el reloj que su padre llevaba cuando murió al ser atropellado. Lo tenía en un cajón y lo conservaba con mucho amor, y a la vez con mucha pena. Confieso que cuando era pequeña, me metía en el despacho de mi padre sin que él lo supiese, para tener entre mis manos ese reloj, lo único que me quedaba de mi abuelo que se fue de mi vida cuando yo tan sólo tenía 11 años.

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Mi madre hubiese querido tener más hijos. Era muy niñera. Desgraciadamente le detectaron un cáncer de mama poco tiempo después de que naciese mi hermano Nacho y cuando ella sólo tenía 37 años. Esta fatal circunstancia echó por tierra la idea que tenía mi madre de que fuésemos una familia aún más numerosa.

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Pasamos momentos muy difíciles por la enfermedad de mi madre. En aquella época te quitaban el pecho y no te hacían reconstrucción de la mama hasta pasado un tiempo. Todo ello dejó a mi madre secuelas físicas y psíquicas difíciles de superar.

Pero mi madre era una mujer fuerte, una hellinera de armas tomar, y siguió adelante teniendo que criar a cuatro hijos.  Recuerda que iba con mi hermano Nacho, que era aún muy pequeño, a las sesiones de radioterapia.

En esta lucha ella no estaba sola, tenía el apoyo de mi padre, un apoyo que tuvo en todos los momentos de su vida. Mi padre siempre admiró la fortaleza con la que mi madre afrontó esa y todas las adversidades que sufrió en su vida.

Todo cambió el 17 de Mayo de 2021
Todo cambió el 17 de Mayo de 2021
Todo cambió el 17 de Mayo de 2021
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Cuando mi padre tenía unos 67, o 68 años, le diagnosticaron Parkinson y tuvo que luchar contra esa enfermedad. El Parkinson, a priori limitante, no impidió que mi padre siguiese con su vida y sus aficiones.

Así, cuando se ponía con su colección de sellos, colocaba con una pinza cada sello en su casilla correspondiente de las hojas clasificadoras de los álbumes. Era una tarea muy meticulosa, como él decía era un auténtico “trabajo de chinos”. Era como si el Parkinson desapareciese cuando disfrutaba de su pasión por la filatelia.

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Lo mismo le pasaba con su Meccano, y así los temblores de manos ocasionados por dicha enfermedad desaparecían cuando realizaba sus construcciones meccaninfas.

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Puede que la mayoría de los que conocen a mi padre no sepa que le encantaba coser. Me contaba mi padre que cree que esta afición le venía porque, cuando era pequeño, su madre, la abuela Teresa, tenía un cuarto de costura en la casa en la que vivían en Madrid en la calle Canarias 30. Al utilizar la aguja y el hilo el Parkinson no se manifestaba.

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Mi padre luchó literalmente por su vida cuando el 28 de marzo de 2017 le realizaron una duodenopancreatectomía. Es decir, le quitaron el páncreas, parte de duodeno y la vesícula. Y como decía mi padre de broma:

“¡Y sabe Dios cuántas cosas más me habrán quitado!”

Fue intervenido por el Dr. Esarte que, literalmente, le salvó la vida. Ese doctor era una eminencia en el campo que operó a mi padre y, sobre todo, tenía una extraordinaria calidad humana. Desde entonces entre mi padre y ese médico se creó un vínculo muy especial, aquél que se crea entre salvador y salvado. Entre los dos hubo una gran conexión desde el principio.

Después de la operación estuvo en el hospital recuperándose de la complicada intervención. Durante su estancia en el hospital tuvo episodios de empeoramiento de su estado de salud y le tuvieron que ingresar varias veces en la UCI.

Finalmente, el 21 de abril de 2017, tres semanas después de la operación, mi padre recibió el alta en el hospital. El día de esa operación se convirtió para mi padre, y para todos nosotros, en su “nueva” fecha de nacimiento. A partir de ese día, a partir del día que volvió a casa, empezaba una nueva vida para él y para nosotros.

Su nieto Miguelín era consciente de lo que le pasaba a mi padre a pesar de su corta edad. Un día dibujó un páncreas en el colegio y nos dijo que ese órgano del cuerpo no lo tenía el abu Pakitin:

“porque se le puso de color oscuro” 

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Otro día Miguelín hizo una manualidad muy creativa de un páncreas.

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Estábamos muy contentos de que mi padre volviese a casa, pero muy asustados por saber si íbamos a ser capaces de superar lo que venía a partir de ahora. Y es que a las personas a las que les extirpan el páncreas por completo se les deja sin células de los islotes que son las productoras de insulina y otras hormonas que ayudan a mantener seguros los niveles de azúcar en la sangre.

Así que mi padre, de la noche a la mañana, se convirtió en insulinodependiente. El mundo de la diabetes, llamada por el de broma «diabetis», era un mundo desconocido para nosotros y tuvimos que entrar en él de golpe y sin anestesia. Sin saber nada y viendo que tendríamos que ir rápido en el aprendizaje ya que en cuestión de minutos había que tomar decisiones, literalmente, de vida o muerte.

Antes de ser diabético, mi padre había sido donante de sangre. Siempre colaboró en esta causa hasta que esa enfermedad, y alguna que otra patología más que tenía en su sangre,  hicieron que tuviese que abandonar ese gesto tan solidario que realizó gran parte de su vida.

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Las plumas de insulina (tanto lenta como rápida), los pinchos para las plumas, las lancetas, el glucómetro y las tiras reactivas de los controles glucémicos pasaron a formar parte de su vida diaria y, por ende, de la nuestra.

Mi padre utilizaba dos tipos de insulina, la insulina lenta y la insulina rápida. La insulina lenta, o basal, se la inyectaba una vez al día y su función era la de mantener el cuerpo con unas glucosas estables a través de una secreción mínima continua de esta hormona. El principal beneficio  que tenía este tipo de insulina era que permitía una libertad de horarios en el plan de alimentación. Además, en el caso de que no se ingiriese alimentos se mantenía en equilibro sin hiperglucemias ni hipoglucemias.

La insulina rápida se la pinchaba en las comidas, es decir, además de la insulina basal o lenta que es una inyección fija, la rápida variaba en función de los alimentos que ingería y el índice glucémico de los mismos. Este tipo de insulina servía  para corregir las subidas de glucosa o hiperglucemias.

La insulina rápida que utilizaba mi padre se llamaba Humalog Junior Kwikpen, y se presentaba en formato de pluma que permitía ajustar la dosis de insulina en incrementos de media unidad. Le encantaba la posibilidad que ofrecía dicha pluma de hacer un ajuste más preciso de la dosis. Mi padre incluso bromeaba diciendo que estaría aún mejor una pluma que ajustase la dosis en incrementos de ¼ unidad.

Debía inyectarse insulina una media de 7 veces al día. Solía pincharse en el bíceps. A veces lo hacía en la tripa si el Parkinson en ese momento era muy evidente. También le pinchaba yo, su enfermera jefe, como me llamaba él, especialmente cuando los niveles del azúcar que tenía en sangre eran alarmantemente bajos o alarmantemente altos. Después de mucha prueba y acierto logramos controlar sus niveles glucémicos con bastante habilidad.

Me acuerdo que empleaba el plural mayestático cuándo dábamos con la dosis adecuada al inyectarle la insulina y entonces decía:

Moniquilla, ¡vamos cogiéndole el truquillo a esto de la insulina ¿verdad?!”

Sin embargo, cuando nos quedábamos cortos (o largos) en la dosis me decía:

Moniquilla, deberías haber puesto más (o menos)

Yo me reía para mis adentros por la forma guasona que él tenía de atribuirse los méritos cuando la dosis era la correcta y el de lavarse las manos, como Poncio Pilatos, cuando la dosis no era la acertada.

Acostumbraba a aceptar las subidas y bajadas de azúcar con bastante conformismo y cuando le preguntábamos qué tal se encontraba, él siempre relativizaba y decía:

“No pasa nada, este es el curso normal de esta enfermedad”

Tenía, y sigue en su mismo lugar, un cajetín de la nevera reservado para la insulina rápida y la insulina lenta que correctamente etiquetó con sus nombres para que no hubiese ningún error.

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Los pinchos para las plumas de insulina eran unos pinchos de aguja muy fina y tenía que desechar cada pincho una vez utilizado.

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Mi padre tenía una caja en la que depositaba los pinchos utilizados para después llevarlos a reciclar correctamente.

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Utilizaba un neceser en el que llevaba el medidor de glucemia, la lanceta y las tiras de los controles de glucemia.

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En ese mismo neceser llevaba también un bote de alcohol y una bolsa de algodón para, como decía él:

“cumplir con los estándares sanitarios”

El alcohol y el algodón lo utilizaba para desinfectar la zona de la piel en la que se hacía el control glucémico o en la que se pinchaba insulina.

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Debía hacerse una media de 8 controles glucémicos diarios y para realizarlos tenía que pincharse en la yema de un dedo de la mano. Tenía las yemas destrozadas y eso que iba alternando los dedos para los pinchazos. A pesar de ello bromeaba y decía que sus yemas parecían acericos. Muchas veces me decía que no le pinchase yo para hacerle el control glucémico y me decía:

“¡No me pinches tú, que son mis dedos¡«

Era curioso que cuando se medía el nivel de azúcar en sangre con el glucómetro decía los valores en alto ¡parecía que estaba cantando bingo!

Se apuntó a La Asociación para la Diabetes de Zaragoza (ADE Zaragoza). Acudió a alguna charla impartida por la asociación y de vez en cuando se ponía en contacto con ellos para consultar las dudas que le surgían en relación a esa enfermedad.

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También se compraba la revista que La Federación Española de Diabetes publicaba mensualmente  y que se llamada “Diabetesfede”.

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Sobre todo quiso obtener más información sobre un medidor de azúcar cuya ventaja era que no necesitaba que se realizasen pinchazos para obtener los niveles glucémicos. Era un medidor no invasivo capaz de monitorizar los niveles de glucosa en sangre, en cualquier momento, a través de un simple escaneado. Se había lanzado al mercado en el año 2019 pero Sanidad sólo financiaba con este medidor a los niños diabéticos. Como en 2020 apareció la pandemia del Covid19 mi padre ya se desentendió un poco de este tema.

Desde hacía 15 años mi padre sufría de insuficiencia cardíaca lo que habitualmente le producía retención de líquidos. Fue un caballo de batalla contra el que tuvo que lidiar durante años. Siempre controlábamos que su tripa, piernas y pies no estuviesen hinchados. Incluso cuando se iba de vacaciones de verano con mi madre, nos conectábamos por Skype y nos enseñaba sus pies y pantorrillas por la pantalla del ordenador para ver cómo estaban.

Si veíamos que sus pies o pantorrillas estaban hinchados, o inflamados, le decíamos que subiese la dosis de seguril, un diurético que le prescribía el cardiólogo para combatir la retención de líquidos. Su cardiólogo le ponía la pauta a seguir de ese medicamento pero nos decía que podíamos ajustar la dosis dependiendo de cómo se encontrase. Siempre pudimos controlar esa situación. A veces teníamos que ir de urgencias al hospital para que le drenasen el líquido retenido pero siempre volvía a casa.

Sin embargo, el 17 de mayo de 2021, recién cumplidos los 77 años, el corazón de mi padre era ya tan grande, yo creo que por tanto amor que dió, que dejó de latir ¡Y mira que luchó durante su estancia en el hospital a pesar de todas las “perrerías” y los “traqueteos” (palabras literales de mi padre) a los que fue sometido! Pero en esta ocasión perdió la batalla.

Mientras estaba en el hospital el único deseo de mi padre era volver a casa con nosotros. Cumplimos su deseo y sus cenizas descansan en en nuestro hogar. Él se fue físicamente pero su corazón y su alma siempre estarán acompañándonos.

Y así como mi padre guardó con mimo el reloj que llevaba su padre al fallecer, así guardé yo el reloj que  mi padre llevaba al morir.

Todo cambió el 17 de Mayo de 2021