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A lo largo de la vida nos vemos envueltos en luchas a veces buscadas, a veces encontradas. Pueden ser vitales o menores. Tenemos luchas internas o externas. Luchamos por intereses propios o por intereses comunes. Lidiamos en campos de batalla de todo tipo. Podemos combatir solos o acompañados. Sabemos que al iniciar un conflicto seremos vencedores o vencidos. Hay contiendas en las que si no participamos nos podemos arrepentir y hay otras en las que no merece la pena intervenir.

A ellas nos presentamos pertrechados de armas, todas quizás válidas ya que, como bien es sabido, «en la guerra y en el amor todo vale». Sin embargo, al concluir la lucha nos sentiremos mejor si hemos empleado armas que respaldan nuestros principios e ideales. Lo importante de una lucha no es ella en sí misma sino lo conseguido tras terminarla. Lo seguro es que una vez finalizada habremos cambiado.

Sus luchas

Cuando era joven mi padre presentó batalla a la caída de cabello. No quería quedarse calvo e hizo a sus padres que le llevasen a un sinfín de médicos para encontrar un tratamiento a su problema. Estaba decidido a encontrar el “crece pelo” definitivo e hizo a sus padres que le comprasen un sinfín de potingues.

Mi padre nos contaba que en aquella época anunciaban una loción anticaída que decía en las advertencias de uso: “En caso de salida incontrolada de cabello, suspéndase el tratamiento”. Nosotros nos reíamos por lo gracioso y singular de esa frase de advertencia ya que, veladamente, era una estrategia comercial dirigida a aquellos que estaban obsesionados por la caída de su cabello.

Finalmente, un doctor con mucha experiencia y, sobre todo, con mucha intuición y mucha sensatez, le dijo a mi padre:

“Usted nunca va a tener una melena frondosa, pero nunca se quedará calvo”

Y así fue.

Todo cambió el 17 de Mayo de 2021
Todo cambió el 17 de Mayo de 2021

De adulto mi padre siguió cuidando su cabello. Cuando vivíamos en Tarrasa, pidió a una vecina que era farmacéutica, de apellido Comas, que le preparase un champú con una fórmula específica para su pelo. Recuerdo perfectamente que ese champú estaba en un recipiente blanco con tapa negra. Su textura era untosa y no hacía casi espuma. Mi padre lo utilizó durante muchos años e incluso, cuando nos fuimos a vivir de Tarrasa a Zaragoza, él se ponía en contacto con sus cuñadas de Tarrasa para que hablasen con esa farmacéutica y le preparase el milagroso champú.

Todo cambió el 17 de Mayo de 2021
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A pesar de luchar contra la calvicie, mi padre, como siempre, no perdía el humor a este respecto. La pareja de mi hermana, José Antonio, es peluquero y siempre que nos reuníamos en familia mi padre, bromeando, le hacía las mismas preguntas :

¿Cuánto cobras a los calvos por lavarles la cabeza?. Y si tienen algún pelo, ¿cuánto les cobras por cortarles el pelo?¿lo mismo que al resto de clientes?¿o les haces rebaja?” 

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Decía que los calvos:

“tenían la frente despejada”, “eran unos calvorotas”, “tenían la cabeza como una bola de billar”, “se les veían las ideas”

Y además no dudaba en contar chistes como:

Un señor con tres pelos en la cabeza entra en una peluquería y el peluquero le pregunta: ¿qué peinado desearía?, y el cliente le dice: Péineme con la raya a un lado. Al hacerle la raya a un lado al peluquero se le cae uno de los tres pelos, y dice el cliente: pues hágame la raya en medio. El peluquero al ir a hacerle la raya en medio se lleva por delante el segundo pelo. El cliente le dice al peluquero: no importa, déjemelo suelto”

“Va un calvo por la calle y le dice a un jorobado: ¿que llevas en la mochila? Y le contesta el jorobado al calvo: tu peine artista”

“En una clase de un colegio, llega el director del colegio, Romerales, y el profesor les dice a los alumnos: decidle al señor director qué estábamos estudiando, y al unísono contestan dos  alumnos: ¡Romerales, calvorota, cómo brilla su pelota! Y el director muy enfadado dice:¡Rayos, se acordarán de mi García y Gómez”

Mi padre al principio no estaba de acuerdo con la construcción del tranvía en Zaragoza. La primera fase de las obras del tranvía iba a tener lugar entre Valdespartera y el Pº Gran Vía. De esta forma, Zaragoza recuperaría el tranvía que vio por primera vez la luz en 1855 y que sucumbió a los cambios urbanos dejando de circular el 23 de enero de 1976.

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Como nosotros vivíamos en el Pº Gran Vía mi padre se olía el panorama y es que las obras iban a suponer un incordio, y un coste, para  los vecinos y los  comercios de la zona. Además se iban a suprimir muchas líneas de autobús que mi padre solía utilizar habitualmente para desplazarse por la ciudad dado que no tenía coche.

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Por estos motivos, y otros menos evidentes, se promovieron firmas para la no implementación del tranvía en la ciudad. Mi padre firmó no sólo una vez, sino dos veces en contra de la puesta en funcionamiento de ese medio de transporte. Sin embargo, y a pesar del entusiasmo de los detractores del tranvía, esas firmas no fueron suficientes para suspender las obras. 

El 19 de agosto de 2009, se dio el pistoletazo de salida a su construcción. Las pruebas sin pasajeros de la primera fase comenzaron el 1 de noviembre de 2010 y el 18 de febrero de 2011 comenzó la marcha en blanco (pruebas en vacío simulando un día normal). A partir del 4 de abril de 2011 comenzaron las pruebas con viajeros que accedían mediante billetes sin coste y finalmente, el 19 de abril de 2011 se inauguró oficialmente el tranvía.

Pues bien, a pesar de que mi padre estuvo en contra de la construcción del tranvía, una vez lo empezó a utilizar, comprobó sus ventajas y se convirtió en un usuario encantado de subirse a sus vagones.

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En su trabajo como inspector de Hacienda mi padre siempre luchó contra el fraude. Desempeñó su profesión con integridad, valentía y determinación. Y, aunque parezca inusual en este tipo de trabajos habitualmente considerados agresivos e implacables, mi padre aportó dos características poco comunes: la compresión y la compasión. Su trayectoria fue ejemplar, modélica e intachable hasta el mínimo detalle.

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Recuerdo que una vez vinieron a casa unos albañiles a hacer unos trabajos y el encargado le preguntó a mi padre si quería que le cobrasen con I.V.A o sin  I. V. A a lo que mi padre contestó:

“¡Hombre, que soy inspector de Hacienda!”

Además, no aceptaba ningún regalo de nadie por su buen hacer en el trabajo ya que mi padre consideraba inadecuado e inapropiado recibir recompensas por una tarea a la que él se debía como agente del Estado.

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Nunca se jactó de su logros profesionales. Pero yo voy a hacer mención a un expediente que supuso un orgullo para mi padre porque se sintió realizado por el trabajo bien hecho y un orgullo para Hacienda porque se daba un paso más en la lucha contra el fraude y además se aumentaban las arcas del Estado.

Ese expediente era el de la empresa familiar de transportes llamada “Marcotrans Transportes Internacionales S. L”. Mi padre trabajó duro para destapar la trama que había detrás de esa empresa. Recuerdo verle sentado en la mesa de su despacho y, con papel y lápiz, trazar el posible esquema de la estafa y deducir de dónde venía y hacia dónde iba el dinero defraudado.

Toda la investigación dio sus frutos el 14 de marzo de 2013 cuando el Juzgado de lo Penal nº5 de Zaragoza dictó sentencia número 00084/20139 contra el ex presidente de Aragón, José Marco, y su hermano, Jesús Marco, que dirigían la mencionada empresa. Se consideraba probado que ambos hermanos idearon una estrategia para reducir de forma ficticia los beneficios que ingresaba su empresa y eludir así el pago del Impuesto de Sociedades durante los años 2004 y 2005.  Fueron condenados, cada uno, a penas de dos años de prisión, a una multa de 600.000 euros y al pago a la Agencia Tributaria de 411.000 euros por el delito fiscal cometido.

Todo cambió el 17 de Mayo de 2021
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Mi padre tuvo que luchar contra la depresión en ciertos momentos de su vida. Su forma de ser nerviosa, y siempre preocupándose por todo y por todos, contribuyó a ello. Contaba que para él lo más duro de la depresión eran sobre todo las mañanas. El levantarse de la cama le suponía un mundo. Luego a lo largo del día iba entonándose y cuando mejor se encontraba era por las noches. Muchas veces yo me levantaba de madrugada y le veía en su despacho con alguna construcción de Meccano entre manos o colocando sellos en sus álbumes de filatelia y entonces me decía:

“¡Es que a estas horas es cuando estoy más lúcido!” 

Fue al psiquiatra y le prescribieron medicación. A menudo bromeaba diciendo que era de la cofradía de “San Trankimazin” porque le recetaron ese tranquilizante que le ayudó mucho en su lucha contra la depresión.

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Su psiquiatra durante varios años fue el Dr. Simón, padre del otro conocido Dr. Simón, de nombre Fernando y de especialidad epidemiólogo, que durante la pandemia del COVID-19 acuñó la tan repetida frase de: “Estamos a punto de alcanzar el pico de la curva de contagios”.

En una de sus visitas al “loquero”, como llamaba mi padre de broma al psiquiatra, antes de unas vacaciones, el Dr. Simón apuntó en su cuaderno de notas: “ Vacaciones inciertas”. Y desde luego que aquel año las vacaciones de verano fueron inciertas. Hasta tal punto que,  llevando de veraneo en Gandía unos días, mis padres tuvieron que volverse porque mi padre no se encontraba bien allí. Y como mis padres no tenían coche tuvieron que llamar a un taxi  que les llevase desde Gandía hasta Zaragoza.

Recuerdo que también hizo un curso de control mental, “El Método Silva”, para relajarse y controlar la ansiedad. Escuchaba unas cintas de cassete como parte del tratamiento y se aislaba en su despacho para poderse concentrar al cien por cien en la terapia.

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Una de las señales que le indicaron que iba mejorando fue volverse a afeitar por las mañanas. Al principio de la depresión un gesto tan sencillo como coger la maquinilla de afeitar y rasurarse el rostro era un calvario para él. Y poco a poco, gracias a su voluntad, su fuerza interior, la medicación,  su familia,  sus amigos y sus compañeros de trabajo mi padre superó esta complicada situación.

En especial, me contó que su jefe de Hacienda y sus compañeros de aquella época fueron muy pacientes y muy comprensivos con él cuando se reincorporó paulatinamente a su rutina laboral. Nos contaba que la primera tarea que le mandaron era tan sencilla como ordenar un listado de una sola hoja por fechas tarea que le costó varios dias concluir. Le pareció increíble como en pocos meses, y a pesar de los duros inicios, logró ponerse al día de todo el trabajo retrasado.

Hace unos años un pariente muy querido y cercano pasó una larga y mala temporada por culpa de los nervios y la ansiedad. Uno de los familiares que estuvieron al lado de este pariente me contó que mi padre reaccionó enseguida a la llamada de auxilio. Dijo que mi padre no preguntó, sólo dijo :

cuándo, dónde, cuánto y cómo”

Y es que ya se sabe que cuando una persona pasa malos momentos, muchas veces la respuesta de los que le rodean es alejarse del foco del sufrimiento. Sin embargo, mi padre en esa situación, como en otras del mismo calibre, no puso condiciones. Había que estar en es lucha y él estaba en pie de guerra.

Aún a pesar de lo serio de las enfermedades mentales, no dudaba en continuar con su humor y así a las locuras las llamaba: “Chifladuras”.

Si alguien estaba loco decía:

Está mal de la chaveta”, “Está chiflado”, “Está zumbado”, “Es un locatid@”, “Le falta un tornillo”, “Está como un cencerro”, “Está para que le pongan una camisa de fuerza”, “Está como una cabra”, “Está loco de atar”, “Está loco de remate”, “Está como unas maracas”, “Está majareta”, “Es el loco carioco”, “Está como una regadera”, “Está como una chota”, “Está mal de la azotea”, “Está desquiciado” o “Está para llevarle a Sant Boi” 

Uno de los “locos” más complejos y entrañables para mí padre, era Maximiliano Rubín,  personaje de la novela realista “Fortunata y Jacinta” del escritor Benito Pérez Galdós. Ambientada en el Madrid de mediados del XIX, con la caída de la República y la Restauración borbónica como telón de fondo, esta novela dibujaba un cuadro de la sociedad de su tiempo. El argumento de la novela era un conflicto amoroso. Fortunata, una mujer de clase baja, se enamoraba de Juanito Santa Cruz, un señorito burgués, que la sedujo pero que finalmente se casó con Jacinta, una  burguesa de familia rica de comerciantes.

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Junto a las desventuras amorosas del trío, se sumaba Maximiliano Rubín, la antítesis de Juanito,  con quien se casará Fortunata. Maximiliano Rubín, llamado por todos Maxi, era un personaje enigmático, que a pesar de su locura parecía ser el personaje más cuerdo de la novela. No se sabía si su locura era verdadera o era sólo un artificio para evadir la realidad.

A Maxi se le describía como un personaje poco agraciado físicamente, endeble, tímido, y achacoso, pero no por ello tonto. Era un hombre frustrado que recurría constantemente al ensueño para aislarse de la realidad. Debido a ello, Maxi vivía entre dos realidades. Idealizaba la figura de Fortunata, aunque ésta le fuera infiel, y era de esa idealización de la que se enamoraba.

La locura de Maxi se volvió patente cuando presintió la segunda infidelidad de Fortunata y sospechó que ella estaba esperando un hijo de Santa Cruz. Con la evasión de la realidad, Maxi justificaba la infidelidad de su esposa y se protegía ante la sociedad. Lo que pretendía Maxi era la redención de Fortunata, de esa vida de infidelidades. Maxi provocó indirectamente la muerte de Fortunata  por medio de la revelación de la noticia de la nueva amante de Juan Santa Cruz. Fortunata pudo al fin liberarse y Maximiliano, por ende, pudo apartarse del mundo ya que su misión como redentor había concluido.

El mundo exterior ya no era para Maximiliano una prioridad y aunque pretendieron engañarlo de nuevo al hacerle creer que iba a un monasterio, en vez de al manicomio, él pensaba:

“Si creerán estos tontos que me engañan. Esto es Leganés. Lo acepto. Lo acepto y me callo en prueba de la sumisión absoluta de mi voluntad a lo que el mundo quiera hacer de mi persona”