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¿Y la boca?…..ese órgano de la cara que nos permite hablar. Además de hablar, con ella realizamos gestos, ademanes y silbidos para expresar nuestras emociones. A través de ella nos alimentamos y con ella nos envolvemos de sabores. Damos besos, sonreímos y nos reímos. Anteriormente hablé de los ojos y comenté que una mirada dice más que muchas palabras, sin embargo la boca aporta más información sobre nosotros de lo que nos podemos imaginar.

Todo cambió el 17 de Mayo de 2021
Todo cambió el 17 de Mayo de 2021

Sus bocas

La voz de mi padre se reconocía enseguida. Muchas veces si estábamos en casa y él, por ejemplo, subía en el ascensor hablando con algún vecino, al momento sabíamos que el Gran Pakitin estaba a punto de llegar. Su voz era cálida e inolvidable. De vez en cuando hablaba con “voz de gangoso” para hacernos reír. Y lo conseguía ¡Vamos, que ni Tony Leblanc podía haber competido con mi padre al hacer de gangoso¡

Pero aún más inolvidables eran las expresiones que utilizaba. Eran originales y únicas. Su forma de hablar se parecía mucho a la del abuelo Paco. Sus palabras o interjecciones preferidas para mostrar asombro, admiración, sorpresa o contrariedad eran:

“¡Caramba¡”, “¡Bendito sea Dios!”, «Mecachis en la mar», “¡Vaya por Dios!”, “¡Caray!”, “¡Cielo Santo!”, “¡Válgame Dios!”, “¡Atiza! ”,“¡Fíjate!”, “¡Arrea constipado!”, “¡No me digas!”, “¡Acabáramos!”, “¡Rediez!”, “¡Será posible!”, “¡Pardiez!”,“¡Leches!”.

Una vez, cuando yo era muy pequeñita y apenas hablaba, mi padre dijo:

“¡Leches¡”

y yo rápidamente fui a mi madre y le dije:

“Mamá, papá ha dicho “lichis”

Utilizaba muchas expresiones con la palabra boca, y así por ejemplo si algo salía bien decía:

“Ha salido a pedir de boca”

 

Si alguna comida le gustaba mucho se le

«hacía la boca agua»

Si alguien estaba enfadado,

“¡estaba que echaba sapos y culebras por la boca!

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Si alguno de nosotros decía alguna palabra mal sonante nos decía:

«Os voy a lavar la boca con jabón»

 

a la vez que añadía:

«¡Qué habéis ido a colegio de pago!»

Con lo discreto que era, no dudaba en acuñar las expresiones:

“En boca cerrada, no entran moscas” o “Por la boca muere el pez

Con lo modesto que era, argüía:

El que tiene boca, se equivoca

Mi madre hablaba mucho más que mi padre. Cuando mi madre tenía conversaciones muy largas mi padre decía entonces que estaba «pegando la hebra». En una ocasión, mi madre llevaba a mi hermana Irene en el carrito de niños para dar una vuelta. Entonces, se paró a hablar con una conocida y, estuvo tanto rato hablando que, cuando se dió cuenta mi hermana había despeluchado unas acelgas que llevaba esa conocida en una bolsa y que iba a cocinar para su marido. Mi madre no supo qué disculpas expresar por el estropicio hecho por mi hermana y la conocida se quedó sin saber qué iba a prepar a su marido de comida ese día.

Cuando nació mi hermana Patricia, mis padres estaban deseosos de escuchar las primeras palabras que dijese la primogénita. Sin embargo, las primeras palabras que mi hermana pronunció fueron:

“Me duele el corazón”

Es fácil imaginar lo desconcertados que se sintieron mis padres al escuchar dichas palabras. Ya se sabe: ¡ten cuidado con lo que deseas! Otras de las primeras palabras que pronunció mi hermana Patricia fueron:

“coche, calle, coche, calle”

Cuando mi hermana decía estas palabras significaba que quería salir a que le diesen una vuelta en su carrito.

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De pequeña tardé mucho en pronunciar la “r”. Mi padre me daba clases para corregir ese problema de pronunciación. Él nos contaba la anécdota de una boda a la que fueron mis padres y me llevaron a mí siendo muy pequeña. En esa boda había cordero para comer y yo decía al principio de la comida:

No mi(me) gusta el collillo (cordero)”

Pero después lo probé y dije:

“Mi  gusta el collillo”

En otra ocasión le dije a mi padre, :

“Ya sé lillir(leer)”

y señalando la nevera en la que ponía el nombre de la marca “Zanusssi”, dije:

“Nevella(nevera)

Al final, gracias a la insistencia de mi padre, logré pronunciar correctamente el sonido de la “r”.

Mi hermana Irene, desde muy pequeñita, encandilaba a cualquiera que la escuchaba. La llamábamos «La encantadora de serpientes» ya que tenía, y tiene, ese don de la palabra y con él «engatusa» a niños, adultos y ancianos. Ese don de la elocuencia que hace que la gente la escuche con interés. Sus argumentos convencen y su voz embelesa. Sin duda una artista de la oratoria.

Mi hermano Nacho de pequeño tenía un vocabulario muy extenso para su edad. Empleaba palabras y expresiones rebuscadas, e incluso resabiadas. No sin razón mi padre le llamaba “el catedrático”.

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Famosas son las frases de mi hermano que de muy pequeño pronunció como:

“Yo quiero una caña”

que se la dijo a un camarero que estaba detras de una barra de un bar al que fue con mi padre y mi tío José Mario cuando apenas, aupándose, asomaba media cabeza de la barra. O cuando una vez comentó en una ocasión en la que oyó a mis padres que les faltaba por pagar una cuota de la comunidad:

“No me habíais dicho que debíais un recibo a la comunidad”

En la actualidad Miguelín, el único nieto de El Gran Pakitin, a sus ocho años de edad tiene un vocabulario más amplio y variado que el de cualquier adulto y nos hace recordar a ese Nacho de la infancia.

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Cuando mi hermano Nacho se hizo mayor mi padre decía que se echaba a temblar cuando éste abría la boca porque siempre era para pedir cosas o dar un “sablazo” (monetario). Mi padre le decía:

“¡Parece que te ha hecho la boca un fraile!”

A veces, si mi hermano pedía mucho mi padre le contestaba :

“Te voy a dar un sí señor y un mire usted»

Pero siempre mi padre movía cielo y tierra para conseguir lo que su «catedrático» necesitase.

Mi padre cuando llegaba a casa tenía la costumbre de silbar. Era un silbido que realizaba frunciendo los labios. Nada más abrir la puerta se ponía a silbar y de esta forma anunciaba, de alguna manera, su llegada al hogar ¡Cómo se echan de menos esos silbidos! Unas de las llegadas a casa más inolvidables, eran las que hacía cuando estuvimos veraneando en el chalet de Valldoreix (Santa Cugat del Valles). Si cierro los ojos le puedo ver andando por el camino de tierra que llevaba al chalet, con una pajita de algún arbusto en la boca, la chaqueta al hombro y silbando para que supiesemos que ya había llegado.

Durante la pandemia del covid19 en la que todos tuvimos que llevar mascarillas (a las cuales mi padre llamaba «caretillas»), aunque nos tapaban la boca, eso no impedía que  mi padre silbase, como siempre, al llegar a casa.

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También sabía silbar con los dedos. O bien lo hacía con los dedos índice y pulgar unidos formando un anillo y e introduciéndolos en la boca o bien lo hacía introduciendo las puntas de los dedos índice y corazón de cada mano en la boca. Sílaba así, básicamente, para hacernos reír, y lo conseguía. Se le daba muy bien y emitía un sonido fuerte y agudo. Supongo que era una habilidad que aprendió de ñiño.

Le gustaba silbar, tatarear e incluso cantar sus canciones preferidas. Fue un lujo, y un regalo para mi, el poder escucharlo cantar en los momentos que pasé con el en el hospital antes de que falleciese. Parecía increíble que ese chorro de voz, cantantando incluso alguna canción del barítono Luis Sagi-Vela, pudiese salir de una garganta que se encontraba debilitada, al igual que todo su cuerpo, debido a su larga estancia en el hospital.

Una vez mi padre nos trajo unos botes para hacer pompas de jabón de un viaje a Paris por su trabajo en «Marconi». Él nos leía las instrucciones que aparecían en francés en los botes:

«soufflez légerement dans le anneau”  (=”sople ligeramente en el anillo”)

Nosotros nos reíamos mucho porque esas palabras en ese idioma tan raro nos sonaban a chino. En la actualidad su nieto Miguelín disfruta haciendo pompas de jabón, ya sea con botes de pompas de jabón o simplemente con la espuma del jabón al lavarse las manos.

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No con jabón pero sí con chicle, mi padre también hacía pompas de chicle. Y es que cuando estaba nervioso con algún partido de fútbol del Real Madrid, le calmaba mascar chicle y entonces aprovechaba para hacer bombas de chicle. Nos reíamos mucho cuando hacía algún globo porque no era lo más normal ver a mi padre mascar chicle. Era sin duda otra habilidad que aprendió de niño.

Mi padre era capaz de estornudar muy fuerte. Y después de hacerlo hacía sus típicos aspavientos y ruidos a propósito para que nos riésemos. Él nos decía que había que dejar que los estornudos saliesen con libertad. Nos contaba que si se reprimía el estornudo se impedía “limpiar” las vías respiratorias. Además argumentaba que impedir que el aire saliese fuera al estornudar hacía que la brusquedad del acto reflejo repercutiese en los propios tejidos y la presión podía ocasionar roturas vasculares, inflamación, hemorragias, dolor de oído o de cabeza, mareos e incluso alteraciones en la audición. Por esos motivos, y por más, mi padre no dudaba en estornudar con ganas. Aunque nos contó de uno que de estornudar tan fuerte se rompió las costillas ¡Así que ni tanto ni tal calvo!

Al igual que aguantaba estornudos fuertes, mi padre no aguantaba que bostezásemos con la boca muy abierta, por ejemplo cuando nos contaba algo. Igual ese acto reflejo que hacíamos en ese momento no era por aburrimiento sino porque teníamos sueño pero mi padre lo considerada una falta de respeto y nos decía:

“¡Abrís la boca como un buzón de correos!» 

A mi padre le gustaba comer en su justa medida y bromeaba diciendo que era un asceta o un anacoreta.

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Sin embargo a mi madre siempre le ha gustado más disfrutar con la comida y por eso mi padre decía:

«¡Da gusto ver comer a la jefa!» 

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Mi padre solía decir que

“de grandes cenas están las sepulturas llenas”

o “Desayuna como un rey, come como un príncipe y cena como un mendigo”

Ya el caballero de la triste figura, conocido como Don Quijote, cuando su fiel escudero Sancho Panza iba a partir a la Ínsula Barataria para ser gobernador, le aconsejó:

“Come poco y cena más poco que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago. Sé templado en el beber, considerando que el vino demasiado ni guarda secreto ni cumple palabra”

Si nos veía comiendo mucho nos decía:

“¡Coméis a dos carrillos! ”, “¡Parecéis sacos sin fondo! ”,”¡Menudo viaje le habéis metido!”, “¡Sois unos zampa bollos!”, “¡Menudo saque tenéis!”, “¡Estáis desatados! ”, “Os estáis atiborrando” o “¡Parecéis unos tragaldabas¡”

En esto del comer, sus descendientes hemos salido dispares. Mi hermana Patricia de pequeña comía poco y mal. Mi padre siempre llamaba a mi madre desde el trabajo para saber cuántos biberones se había tomado. Cuando mi madre le decía lo que se había tomado, que normalmente era muy poca cantidad, mi padre exclamaba:

“¡Esta niña no come nada!”

Mi padre no paraba de pesarla en la báscula de bebés que tenían en casa para ver si había ganado peso.

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Entonces el objetivo de mis padres fue que mi hermana comiera a toda costa. Hacían las mil y una para conseguirlo. Un día  mi padre se puso un tubo de plástico en la frente porque a mi hermana le hacía gracia y por tanto abría la boca y podían darle alguna cucharada de papilla. El problema fue que el tubo de plástico le hizo tanto vacío a mi padre en la frente, que cuando se lo quiso quitar no podía.

Al final, al cabo de insistir y tirar mucho, mi padre consiguió quitarse el tubo. A mi padre le quedó un rodal en medio de la frente que no se le fue en varios días. En el trabajo, la empresa “Marconi”, no dejaban de preguntarle cómo se había hecho aquella marca. Mi padre, que siempre quería pasar desapercibido, en aquel momento le resultó imposible no llamar la atención.

De jovencita yo estaba muy delgada ¡Y eso que comía mucho! Pues bien, mi padre dedujo que la mejor forma para que yo engordase un poco sería la de “guardar reposo” después de haber comido. Así que, cuando acababa de comer tenía que tumbarme en el sillón durante una media hora con el fin de no gastar energías y que la ingesta de comida fuese íntegramente dirigida a aumentar mi peso. Sin embargo, lo de “guardar reposo” no era para mi y al acabar de comer me ponía a jugar con mi hermana Irene a los cromos. Mi padre llamaba por teléfono a casa para preguntar por todos y ver si yo estaba guardando reposo y mi madre  le decía :

“¡Qué va, ahí está con su hermana Irene jugando a los cromos detrás del sillón»

y mi padre contestaba:

“Mecachis, dile que se ponga”

y yo me ponía al teléfono y mi padre me decía :

“Moniquilla, tienes que reposar para ganar peso. Anda, deja de jugar a los cromos con tu hermana y túmbate en el sillón”

Entonces yo colgaba el teléfono y le obedecía. Y allí me quedaba en el sillón mirando a las musarañas durante treinta minutos. No recuerdo si lo de guardar reposo hizo que engordase algo, pero desde luego lo estuve haciendo una buena temporada.

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Mi hermana Irene de pequeña fue muy buena comedora. Tanto es así, que el vestido de su bautizo, que fue el mismo que llevamos mi hermana Patricia y yo, le quedaba pequeño y mi madre le tuvo que poner unos imperdibles por detrás para que le pudiera cerrar. A mi hermana le gustaba tanto comer que, teniendo pocos años, si se sentaba a comer al lado de mi padre le cogía siempre algo de su plato.

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Mi hermano Nacho ya lleva unos años haciendo una dieta rica en verduras, fibras y proteínas. A raíz de padecer un fuerte ataque de diberticulitis, mi hermano decidió que debía llevar una dieta más equilibrada. Así que, cuando mi hermano venía de Francia a pasar unos días a casa y cocinaba su dieta, mi padre le decía de broma:

“¿Qué tal va la comida repugnantilla?»

o “¿Qué comistrajos tienes para hoy?”

refiriéndose a lo soso y poco vistoso de los platos que mi hermano se preparaba. Y entonces a continuación decía mi padre:

“¡Anda, hazte un par de huevos fritos que ya verás qué bien te sientan!”

Aunque cierto es, que mi hermano en algunas ocasiones se salta la dieta…

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A Miguelín le gusta mucho la comida. Disfruta comiendo. Le gusta todo.

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Mi padre colaboraba con «La Asociación de Pintores con la Boca y con el Pie» ya que  valoraba enormemente el afán de superación de los colectivos impedidos que con sus minusvalías tenían el coraje de seguir adelante en este mundo lleno de obstáculos para ellos.

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Yo he querido seguir con esa costumbre de mi padre y, desde que él falleció, colaboro con ellos cuando cada final de año llega a casa el sobre con las postales pintadas por los miembros de está asociación. No he comunicado a la asociación que mi padre ha fallecido… quizás porque cuando ese sobre de postales llega y en la parte del destinatario aparece «Francisco Morillo Pérez» por un momento pienso y siento que un pedacito de él sigue vivo.