Los antiguos griegos abordaron el arte con una profundidad que dejó una huella indeleble en la historia. Se sumergieron en la contemplación de la expresión artística, dividiendo las artes en dos categorías: las superiores y las menores. Sin embargo, el término “Bellas Artes”, para hacer referencia a las artes superiores, no comenzó a tomar forma hasta el siglo XVIII.
Y así, en la actualidad, existen siete Bellas Artes y cada una de ellas es un universo en sí misma. La pintura es la primera de las Bellas Artes. La escultura es el arte tridimensional. La arquitectura es el arte de la creación de espacios. La música es el arte de la emoción sonora. La danza es el arte de la expresión de movimiento. La literatura es el arte escrito. Y el teatro, de la mano del cine, es el arte de la narración escénica.
Cada una de estas artes es una manifestación única de la capacidad de la humanidad para capturar la belleza, la emoción y la profundidad de la experiencia humana. Todos tenemos y estamos rodeados de arte, sólo es cuestión de prestar atención y dejar que nuestros sentidos capturen su esencia.
Sus artes III
Mi padre era un ávido lector. Desde muy pequeño ya disfrutaba con la literatura.
Siempre que estaba sentado tenía un libro entre sus manos. Yo envidiaba su hábito de leer ya que no he heredado esa costumbre tan encomiable. Mi padre no dudaba en recurrir, como en otras ocasiones, a SS. MM Los Reyes Magos de Oriente para intentar conseguir el libro o los libros que en ese momento anhelaba.
Solía preguntarse:
“¿Cuántos libros tendremos en casa? ¡Algún día los tengo que contar¡ ¡Creo que habrán unos mil libros!”
Pero nunca llegó a contarlos. Como él decía:
“El saber no ocupa lugar”
Entre sus autores preferidos estaban César Vidal, Arturo Pérez Reverte, Luis Pío Moa, Federico Jiménez Losantos, Francisco Pérez Abellan, Gustavo Bueno, Eduardo García Serrano o Fernando Vizcaíno Casas. Seguro que me dejo alguno en el tintero pero sería imposible enumerar a todos. De Arturo Pérez Reverte y de Pío Moa guardaba archivados gran cantidad de artículos que ambos escritores publicaban en la revista “El Semanal” o en la revista “Época”, respectivamente.
La lectura era una afición que mi padre disfrutaba pero que también quería compartirla con los que le rodeaban. Desde hacía ya unos años, cada semana iba dando a su nieto Miguelin cinco euros para que ahorrase y sus padres le comprasen específicamente el libro de “Veinte mil leguas de viaje submarino” de Julio Verne.
Un libro que trataba de:
«cómo combatir con calamares gigantes, sobrevivir a un terrible remolino, navegar bajo los hielos de la Antártida… ¿Hay mayor aventura? El biólogo Aronnax y sus amigos lo descubrirán a bordo del Nautilus, el submarino del misterioso capitán Nemo”
Sin duda iba a ser un libro que haría las delicias de nuestro Miguelin, un niño alegre, lleno de vida y con ganas de experimentar cosas nuevas. Los orgullosos padres de ese fenómeno de niño, mi hermana Patricia y mi cuñado José Antonio, una vez fallecido mi padre, compraron ese libro para que Miguelin pudiese disfrutar leyéndolo. Y así recordaría que, aunque el abu Pakitin no estuviese físicamente, le acompañaría en todas las aventuras que le quedaban por leer y por vivir.
El último libro que mi padre tuvo entre sus manos se lo regalamos por su cumpleaños el 23 de febrero de 2021. Se titulaba “La vuelta del Comunismo” y estaba escrito por Federico Jiménez Losantos. Mi padre había leído unas páginas antes de ser ingresado en el hospital el 11 de abril de 2021. Una vez hospitalizado, se lo llevé allí para leérselo cuando él quisiese. Lamentablemente nos quedamos en la página 28.
Si mi padre hubiese tenido en el hospital uno de los marcadores de hojas que guardaba en un sobre en casa, no hubiese dudado en poner uno de ellos en aquella página para continuar con la lectura.
“Acaeció que, llegando a un lugar que llaman Almorox, un vendimiador le dio un racimo de ellas en limosna […]Sentámonos en una valladar y dijo: Agora quiero yo usar contigo de una liberalidad, y es que ambos comamos de este racimo de uvas y que hayas de él tanta parte como yo. Partirlo hemos de esta manera: tú picarás una vez y yo otra, con tal que me prometas no tomar cada vez más de una uva. Yo haré lo mismo hasta que lo acabemos y de esta suerte no habrá engaño
Hecho así el concierto, comenzamos, mas luego al segundo lance, el traidor mudó propósito, y comenzó a tomar de dos en dos, considerando que yo debería hacer lo mismo. Como vi que él quebraba la postura no me contenté ir a la par con él, más aún pasaba adelante: dos a dos y tres a tres y como podía las comía.
Acabado el racimo, sostuvo un poco el escobajo en la mano, y, meneando la cabeza, dijo: Lázaro, engañado me has. Juraré yo a Dios que has comido las uvas de tres a tres. No comí, dije yo, mas ¿por qué sospecháis eso? Y entonces respondió el sagacísimo ciego: ¿Sabes en qué veo que las comiste de tres a tres? En que comía yo dos a dos y callabas”
También le gustaba la literatura más ligera. Devoraba los tebeos y su afición continuó incluso de adulto.
Siempre hacía mención a “13 Rue del Percebe” que eran una serie de historietas ideadas por Francisco Ibáñez Talavera, dibujante y creador de tebeos, en las que se mostraba la fachada abierta de un edificio y en su interior toda suerte de personajes. Personajes como el ladrón Ceferino, la portera, el científico loco, Don Hurón, el tendero Don Senén y Manolo el moroso que, con sus problemas, cuitas y trifulcas, hacían reír a mi padre a carcajadas.
Del mismo creador de 13 Rue del Percebe son “Mortadelo y Filemón”, serie de historietas humorísticas que contaban aventuras hilarantes de la agencia La T.I.A (Técnicos de Investigación Aeroterráquea). Era una agencia disparatada y estaba liderada por el superintendente Vicente Ruinez, el Súper, y apatrullada por Mortadelo y Filemón, dos agentes que llevaban a cabo misiones desternillantes e inverosímiles. En dichas misiones Mortadelo siempre encontraba el disfraz perfecto para salir indemne.
Como personajes secundarios, pero no menos importantes, aparecían Ofelia Michelinez, la secretaría personal del Súper, una mujer oronda y enamorada de Mortadelo, y el Profesor Bacterio, un científico loco que ideaba unos inventos que en la mayoría de las ocasiones fallaban. Mi padre, otra vez más, se reía de lo lindo con estas historietas y especialmente con los singulares disfraces de Mortadelo.
¡Y cómo no mencionar a “Rompetechos”! otra serie de historietas creadas también por el genio del cómic, Francisco Ibáñez Talavera. “Rompetechos” trataba sobre el protagonista homónimo del mismo creador, Francisco Ibáñez Talavera, un hombre bajito cuya mala visión generaba numerosas situaciones cómicas. Su ceguera le conducía a una visión del mundo bastante idealizada. Las aventuras de Rompetechos siempre empezaban con el protagonista de muy buen humor y dispuesto a ayudar a sus semejantes.
Pero en cuanto algún cartel se cruzaba en su camino, la lectura errónea del mismo daba lugar a confusiones que acababan con Rompetechos sembrando el caos a su alrededor. Al final, ese buen humor era sustituido por enfados monumentales porque el protagonista acababa pensando que nadie le entendía y que el mundo entero se conjuraba en su contra, cuando en realidad era él el que iba causando problemas. Para mi padre eran situaciones tronchantes que quedaron en su memoria y en la memoria de los que escuchábamos, relatar de su boca, las andanzas de dicho personaje.
Y no me puedo olvidar de “Los Grandes Inventos de El TBO” sección humorística del semanario el TBO que durante una gran temporada (1943 a 1998) fue presentada por El Profesor Franz de Copenhague, personaje creado por Ramón Sabatés, que era un perito mecánico de aspecto cadavérico, cabezón, mirada severa y atuendo de inventor.
Este prolífico inventor se las ingeniaba para mostrar artefactos delirantes, a menudo desmesurados, para deleite y regocijo de generaciones de lectores. Empleaba elementos mecánicos para crear sus variados e inverosimiles inventos: ciclópeas dispensadoras automáticas de café o postales, llamativas máquinas accionadas por la brisa marina para extender la crema solar por la espalda o porrones de vino que permitían beber sin dejar de trabajar ¡Cómo se reía mi padre con esos inventos!
Le gustaba el teatro y solía utilizar habitualmente expresiones de origen teatral como:
«Hacer mutis por el foro” que era una frase que se utilizaba en la Roma clásica cuando un actor se retiraba de escena por el fondo del escenario, el foro, de manera disimulada y sin llamar la atención. Esa expresión ha llegado hasta nuestros días y hace referencia a irse de un lugar de manera silenciosa, sin estridencias. La metáfora implica también una intencionalidad del que la practica ya que es una forma de evitar confrontación o discusión, actitud que era muy propia de mi padre.
«Hacer algo entre bambalinas» significa llevar a cabo una acción de modo reservado, discretamente, sin que se enteren los demás y nadie ganaba en discreción a mi padre. Y es que en el teatro una bambalina es cada una de las tiras colgadas del telar a lo ancho del escenario que ocultan la parte superior de éste y establecen la altura de la escena.
«Muere hasta el apuntador» era una expresión que mi padre solía utilizar sobre todo en las películas del oeste que veía. En una representación teatral el apuntador es la persona oculta a la vista del público y que da apoyo a los actores susurrándoles el texto del que pudieran olvidarse. Así, si «muere hasta el apuntador» significa que muere todo el mundo.
Se ganó en casa el apodo de “comediante”, “teatrero” o “peliculero” por su manera de teatralizar todo lo que contaba, exagerar lo que narraba y acompañar sus relatos de aspavientos. Muchas veces yo le llamaba así para chincharle lo que provocaba que aún treatralizase más sus posturas y movimientos.
Cuando yo salía de fiesta los sábados por la noche, me despedía de mi padre y le daba un besito en la mejilla. Él, aparte de decirme que no llegase tarde, exclamaba:
“¡Mira, ahí va La Reina del Chantecler!, ¡No rompas muchos corazones!”
“La Reina del Chantecler” (1962) era una película española protagonizada por Sara Montiel y que desarrollaba su trama en la Primera Guerra Mundial cuando Charito (Sara Montiel) triunfaba en el teatro Chantecler de Madrid como estrella del cuplé. La pretendían muchos hombres ricos, incluso un ministro conservador (o “menistro”, como hubiese dicho mi padre de broma) y la obsequiaban con joyas y toda clase de regalos. Pero ella estaba enamorada de un joven periodista a pesar de que tenía fama de vividor. Toda una historia real, toda una historia de cine, toda una historia de teatro.
Decía que en las películas españolas de ahora a los actores no se les entendía lo que decían, que no vocalizaban, y que deberían ir a clases de dicción para aprender de los actores de teatro. Y creo que no estaba para nada equivocado en esta percepción ya que actores españoles de cine de antes como José Luis López Vázquez, Alfredo Landa, José Sazatornil, Pepe Isbert, los hermanos Antonio y José Luis Ozores, Paco Martínez Soria, Alfonso del Real, Agustín González, Toni Leblanc, Antonio Garisa, Fernando Fernan Gómez, y actrices como Florinda Chico, Gracita Morales, Rafaela Aparicio, Lina Morgan, venían del teatro con lo que su vocalización, gesticulación y dicción eran maravillosas.
Su sobrino Mario, al que mencioné en el anterior capítulo por sus dotes musicales, es en la actualidad barítono en el Teatro de la Zarzuela de Madrid. Ha participado en múltiples operas y zarzuelas. Mi padre decía que su sobrino era del «mundo de la farándula«. Su potente voz y su arrolladora presencia inundan el escenario. Ataviado de la vestimenta correspondiente, no suele dejar indiferente a los espectadores.
El «Don Juan Tenorio» que íbamos a ver era una versión moderna de la obra original pero la trama era la misma. El argumento de dicha pieza teatral es que Don Juan apuesta con Don Luis Mejía, su competidor, que en el plazo de seis días seducirá a Doña Inés, una novicia que está a punto de convertirse en monja, y también a Doña Ana, con la que Don Luis va a casarse. Don Juan consigue su propósito, pero se enamora perdidamente de Doña Inés, raptándola.
El Comendador, padre de Inés, y Don Luis buscan venganza. Don Juan, tras intentar una reconciliación con ellos sin éxito, los mata y tiene que huir de Sevilla. Don Juan declara su verdadero amor a Doña Inés antes de la tragedia:
“¿No es verdad, ángel de amor,
que en esta apartada orilla
más pura la luna brilla
y se respira mejor?
Esta aura que vaga llena
de los sencillos olores
de las campesinas flores
que brota esa orilla amena
Esa agua limpia y serena
que atraviesa sin temor
la barca del pescador
que espera cantando al día,
¿no es cierto, paloma mía,
que están respirando amor?”
Cuando Don Juan regresa cinco años más tarde a Sevilla, su palacio recoge un panteón que alberga los sepulcros de Don Luis Mejía, el Comendador y Doña Inés, la cual murió de tristeza. Al final de la obra, la estatua del Comendador, intenta arrastrar a Don Juan al infierno, pero el espectro de doña Inés intercede por él, consiguiendo así su arrepentimiento y su salvación eterna.
Una muestra de lo “Don Juan” que era Tenorio, es la siguiente conversación que mantiene con Don Luis Mejía :
“DON LUIS. ¡Por Dios que sois hombre extraño!
¿Cuántos días empleáis
en cada mujer que amáis?
DON JUAN: Partid los días del año
entre las que ahí encontráis.
Uno para enamorarlas,
otro para conseguirlas,
otro para abandonarlas,
dos para sustituirlas,
y un hora para olvidarlas…”
Las localidades que cogimos para ver la obra fueron en el anfiteatro, casi en el gallinero del Teatro Principal de Zaragoza. Estábamos muy elevados y temíamos por los vértigos que mi padre padecía. Mientras accedíamos a nuestros asientos el suelo de madera crujía cada vez que lo pisábamos. Y yo pensaba que mi padre no iba a poder disfrutar de la obra.
Yo estaba preocupada por mi padre y le miraba continuamente de reojo. En ningún momento se le vio incómodo, aunque si cauto. Estaba disfrutando de la obra de teatro. Yo sin embargo no podía olvidarme de la altura a la que estábamos y me fue complicado seguir la obra. A mis hermanas les pasaba lo mismo que a mí. Mi padre supo valorar lo importante de aquella situación que era celebrar su cumpleaños acompañado de sus hijas y viendo una de sus obras de teatro preferidas. Para él la altura formaba parte de esa vivencia.