La palabra agua proviene del latín aqua. Cerca del 70 % de la superficie terrestre está cubierta de agua. Es un líquido inodoro, incoloro e insípido y además está presente en diferentes estados: líquido, sólido y gaseoso. El agua es el componente químico principal del cuerpo y representa aproximadamente del 50 % al 70 % del peso corporal.
Nuestro cuerpo depende del agua para vivir ya que sin beber agua no podríamos sobrevivir más de tres o cuatro días. El agua nos sacia la sed, nos limpia, nos transporta, nos hace fluir y nos divierte. La lluvia, el agua que cae del cielo, alimenta la tierra y la limpia. Entonces, ¿Qué haríamos sin agua? Un bien cada vez más escaso y que sólo se valora cuando no se tiene.
Sus aguas
Desde muy pequeño mi padre estuvo unido al agua del mar.
La familia Morillo Pérez iba de vacaciones de veraneo a Miño (La Coruña). Allí mi padre coincidía con sus primos Federiquin y Gerardin que eran los hijos de Federico, el hermano pequeño de la abuela Teresa. Ellos vivían en Ferrol y pasaban sus vacaciones también en Miño.
Mi padre nos contaba que en unas vacaciones en las que él, sus padres y su hermana cogieron el tren desde Madrid a Miño, escucharon decir a los viajeros del tren que, en aquellas aguas a las que se dirigían, se habían ahogado varias personas recientemente. Al oír tales comentarios , y ya bastante asustados, mi padre, su hermana y sus padres estuvieron a un tris de dar la vuelta y volver a Madrid. Y es que las aguas que bañan Galicia son bravas como dice la famosa canción “A Rianxeira”:
“Ondiñas veñen, ondiñas veñen
ondiñas veñen e van
non te embarques Rianxeira
que te vas a marear”
Cuando mi padre se hizo adulto siguió disfrutando del agua.
Él nos enseñó a nadar a mis hermanos y a mí ¡Cómo nos lo pasábamos en el agua! Pero, sobre todo, mi padre nos enseñó a no tener miedo al agua.
Durante muchos años fuimos de veraneo a Blanes (Gerona). En los apartamentos Mediterráneo nos encantaba tirarnos a la piscina y, para captar la atención de mi padre, continuamente le gritábamos:
“¡Papá, papá mira como me tiro¡”
y mi padre nos observaba con mucha atención. No hubiésemos necesitado gritarle para que nos hiciese caso porque mi padre nunca nos quitaba los ojos de encima. Siempre estaba pendiente de lo que hacíamos para que no nos pasase nada.
Viviendo en Tarrasa hubieron un par de años que veraneamos en Valldoreix (Barcelona). Allí alquilamos una finca con dos plantas. La finca tenía una piscina en la planta baja. Curiosamente, el sistema de llenado de agua de la piscina corría a cargo de un fino chorrito de agua que salía de la boca de un pez que llevaba en brazos una estatuilla de escayola que representaba a un niño. Dado que ese sistema de llenado no era de los más rápido como se puede imaginar, cuando queríamos cambiar el agua de la piscina nos pasábamos una eternidad hasta llenarla.
En Valldoreix mi padre se encargaba de la piscina y de sus cuidados. Le echaba el cloro y los productos químicos necesarios para mantener el agua limpia y en perfecto estado. Él mismo fabricó una lona de plástico para cubrir la piscina. La lona se sujetaba a unos enganches que estaban repartidos a lo largo del perímetro de la piscina. Esa lona evitaba que el agua de la piscina se manchase cuando llovía o cuando caía la hojarasca de los pinos que la rodeaban.
Mi padre también se agenció de un bichero, compuesto de un largo mango al final del cual había una red en forma de bolsa, que permitía llegar a cualquier rincón de la piscina y así se podían recoger hojas y otros restos que caían al fondo.
Otro verano, cuando seguíamos viviendo en Tarrasa, fuimos a veranear a Caldas de Montbui (Barcelona). El nombre de «Caldas» tiene que ver con la palabra «cálida» o «caliente» y se refiere a las aguas calientes que salen del interior de su tierra. Los romanos ya aprovecharon esta agua caliente y construyeron allí un balneario, que en parte se ha conservado hasta nuestros días.
De hecho Caldas de Montbui ostenta el honor de tener la fuente con el agua más caliente de Europa, la fuente del León (Font del Lleó). El agua de esa fuente sale a 74 ºC de temperatura, una de las más elevadas de Europa. Uno no puede resistirse a poner la mano en el agua que sale de esa fuente, aunque más vale que te resistas porque si no tienes una quemadura asegurada.
Con la edad, y debido a su escoliosis, la desviación lateral que tenía en su columna vertebral, el médico le aconsejó a mi padre que nadara como método terapéutico. Y así lo hizo, y nadó durante muchos años. Cuando se iba a nadar, y no había nadie en casa, nos dejaba un papelito escrito en la entrada diciendo a dónde había ido y ¡mucho más! En esos papelitos, con pocas palabras y más jeroglíficos, plasmaba la gracia y salero que siempre le acompañaban.
Recuerdo que, por mis horarios de trabajo, yo llegaba antes que él a la piscina cubierta y me ponía a nadar en una calle. Siempre estaba pendiente, entre largo y largo, a ver si mi padre entraba al recinto de la piscina.
Mi padre hacía su aparición en la piscina equipado con su albornoz azul oscuro, las chanclas, el gorro, las gafas de nadar y su mochila. Cuando le veía, yo le hacía un gesto indicándole qué calle estaba libre porque sin sus gafas de ver andaba un poco perdido. Una vez ya se ubicaba en la calle, a su estilo y a su ritmo, iba haciendo sus largos.
Cuando él acababa de nadar, y como yo me quedaba en la piscina más tiempo que él, me acercaba a despedirle y le daba un besito. ¡Qué besos tan dulces y a la vez tan clorados! ¡Cómo echo de menos esos y todos los besos que nos dábamos! Después se iba a duchar a los vestuarios. Le encantaba ducharse allí porque eran unas duchas abiertas, separadas unas de otras por unos muretes, con lo cuál podía salpicar agua y echar gotas a su gusto.
El 7 de junio de 2021, unas semanas después de su fallecimiento, al abrir el armario empotrado que tenemos en el pasillo de casa, vi la mochila que mi padre solía llevar cuando iba a nadar. La mochila estaba allí, inmóvil. Llevaba asida a un lateral, una cinta del Pilar de los colores de la bandera española. En el interior de la mochila todo su material de natación permanecía intacto: su toalla, sus chanclas, sus gafas de nadar, su gorro. También estaba su carterita con el carnet de socio del polideportivo. Actualmente la mochila sigue tal cual la dejó. De hecho todo sigue tal cual lo dejó él.
Al hablar de la natación mi padre hubiese contado el chiste:
Uno pregunta a otro: ¿Usted, no nada nada?
Y el otro le responde: Es que no traje traje
Mi padre utilizaba expresiones con la palabra agua:
Si a alguien no le había salido algo bien por sus propios méritos decía:
«¡Ajo y agua!»
Una abreviatura para decir: «a jorobarse y a aguantarse».
Si a alguien le quitaban el entusiasmo y la esperanza decía:
«Le han echado un jarro de agua fría»
Si una persona se encontraba muy cómoda en un lugar, o situación, decía:
“Se mueve como pez en el agua”
Aquél que interrumpía o estropeaba la fiesta era un:
“Aguafiestas”
Quien era vago decía que:
“No daba un palo al agua”
Si alguien pretendía engañar, mi padre advertía y decía:
“¡No vayas al abuelo con pistolas de agua!”
Si dos personas o cosas se parecían mucho eran :
“Como dos gotas de agua”
Si alguna comida le gustaba mucho se le
«hacía la boca agua»
Si por ejemplo, el café estaba muy aguado decía:
«Este café parece aguachirri»
Cuando alguien bebía mucho alcohol decía:
“Se bebe hasta el agua de los floreros”
Si hablabas mucho decía:
“No callas ni bajo el agua”
Si algo no era de nuestra incumbencia, nos aconsejaba :
¡Agua que nos has de beber, déjala correr!
Si iba al lavabo decía de broma :
«Voy a hacer aguas menores (o mayores)»
En determinadas situaciones complicadas, y comprometidas, en las que se había que actuar con rapidez, utilizaba voces de mando como:
“¡Achicad agua!” , “¡Zafarrancho de combate!» o «¡Retirada escalonada!»
Recuerdo que un día de octubre, en el que fuimos a Valldoreix para aprovechar los fines de semana de buen tiempo, hubo una tormenta que inundó el porche de la casa. Para que el agua no entrase en el interior, todos intentábamos achicar aguas con mochos o cepillos de barrer. No olvidaré que mi padre gritaba continuamente: «¡Achicad agua¡, ¡Achicad agua¡», en un intento por animarnos a seguir en esa ardua empresa y en un intento por relativizar, y poner una nota de humor, a esa situación tan imprevista.
Mi padre se reía mucho con las actuaciones del dúo de humoristas Tip y Coll. En concreto le divertía enormemente la famosa actuación de «Cómo llenar un vaso de agua« mediante una jarra. Mientras Coll explicaba esta acción tan común desarrollando el colmo de lo absurdo, Tip la iba traduciendo, como si fuera un intérprete, a un francés muy mal pronunciado y absolutamente cómico:
“Coll:
Instrucciones para llenar un vaso de agua
Tip:
Comenzons, empezons, principions.
Coll:
Para llenar un vaso de agua…
Tip:
Pour llener un vaso de l’eau…
Coll:
Es importante que el vaso esté vacío…
Tip:
Que le vase est vasuá.
Coll:
Porque si está lleno…
Tip:
Parce que si c’est plein…
Coll:
… resulta imposible llenarlo.
Tip:
Ce n’est pas posssssssiiiiiiiiiiiible
Coll:
El vaso debe estar en posición vertical y con una abertura hacia arriba
Tip:
Arriveeeeeee
Coll:
la jarra de agua debe tener agua y ambos objetos tienen que estar alineados en una misma vertical, pues de lo contrario la operación será imposible (Coll empieza a hacer movimientos circulares en los que nunca coinciden vaso y jarra en una misma vertical)
Tip :
regardez la gilipolluá
Coll:
la jarra debe estar en un plano superior al vaso. Así, vaso vacío vertical, abertura hacia arriba, jarra llena, en un plano superior al vaso, en una misma vertical, inclinamos, y ¡llenamos el vaso!
Tip: et voilààààààààààààà”
Cuando mi padre se quedaba afónico, que solía ser a menudo, acostumbraba a hacer gárgaras de bicarbonato. Aquello era una serenata. Era un “concierto” de ruidos y gorgoteos difícil de ignorar. De hecho hacer gárgaras no era de lo que mejor se le daba a mi padre. Aparte de los ruidos, llenaba el suelo de gotas y entonces yo le cantaba bromeando la canción de la serie de dibujos animados “Alfred J. Kwak” (1989). Estos dibujos narraban las aventuras de un pato llamado Alfred J. Kwak que fue criado por un topo llamado Henk. El estribillo de la canción, el cual cantaba yo a mi padre, decía:
“Salpica, chapotea, feliz en el agua no esperes que salga….sólo habrá gotitas»
Recuerdo que, siendo pequeños, cuando llegaba la noche y ya estábamos en nuestras camitas preparados para dormir, mis hermanos y yo empezábamos a decir:
“¡Aguitis Papaitis!, ¡Aguitis Papaitis!”
Este era el código, bien conocido en nuestra casa, que significaba que teníamos sed y necesitábamos que mi padre nos trajese agua. Mi padre no dudaba en traernos un vaso de agua a cada uno de nosotros. Era un ritual que mi padre llevaba a cabo con toda la paciencia y con todo el amor del mundo. Algunas veces nos poníamos muy impertinentes y decíamos:
“¡Más Aguitis Papaitis¡”
entonces mi padre enfadado decía:
“¡Voy a dejar de ser vuestro aguador oficial!”
Nada más lejos de la realidad, ya que los enfados de mi padre duraban menos que un pastel a la salida de un colegio, y al día siguiente nuestro código de ¡Aguitis Papaitis! volvía a estar vigente.
Mi padre era aquel padre que si estaba lloviendo, y no nos habíamos llevado paraguas al colegio, iba, ex profeso, a llevarnoslo para que a la salida no nos mojásemos. Y es que en aquella etapa del colegio a los chicos y chicas nos daba mucha vergüenza que los compañeros de clase nos viesen con nuestros padres. Cosas de la juventud, cosas de querer parecer mayores.
Así que, cuando mi padre aparecía por el colegio con el paraguas, casi ni se lo agradecíamos y estábamos deseando que el resto de los alumnos no hubiesen visto la escena ¡Ojalá esa vergüenza absurda de la juventud no nos hubiese impedido demostrarle a mi padre lo mucho que le agradecíamos que nos hubiese traído ese paraguas para la lluvia¡ Por suerte, cuando eres adulto puedes corregir los errores de la inmadurez de una juventud en la que creíamos ser autosuficientes y no necesitar la ayuda de nuestros padres.
Mi padre decía que había que ahorrar en el consumo de agua. Desde abril de 2007, las facturas de agua y basuras del Ayuntamiento de Zaragoza fueron más modernas, detalladas, y con más información.
A partir de 2008, año en que se celebró la Expo de Zaragoza cuyo eje temático fue «Agua y desarrollo sostenible», aparecía en la factura del agua, “Fluvi”, la mascota oficial de la Expo de Zaragoza. “Fluvi” aparecía con una pizarra a su lado y era el encargado de informar al titular de la póliza si su evolución en el consumo de agua había sido ascendente o descendente. Mi padre se ponía muy contento cuando recibía una factura con las felicitaciones de Fluvi por el ahorro en el consumo de agua.
Bromeaba con esto del ahorro del agua y decía:
“¡Me voy a duchar sólo una vez a la semana y ya verás como me lo agradecerán en La Confederación Hidrográfica del Ebro!”
y, siguiendo la guasa, cuando salía de la ducha hacía aspavientos y comentaba
“¡Si es que ducharse tan a menudo no puede ser bueno para el manto de la piel!”
Así mismo, recordaba a uno que decía:
“¡No quiero ducharme pa’ no espabilarme! ”