Historias de antes. Historias de ahora. Historias de un futuro. Historias contadas con imágenes en una pantalla. Tan simple pero tan difícil. Y uno mira la pantalla y su mente, sin querer, se traslada al tiempo evocado en esas imágenes. A veces quisieras estar allí y a veces, reconfortado en tu sofá, das gracias por no estar allí. La historia cuenta pero cuenta aún más lo que ella provoca al escucharla y observarla. Mejor juntos para que, en alguna sobremesa, busquemos en los otros esa mirada cómplice, esa risa contagiosa, o incluso esa lagrimilla, de felicidad o de tristeza, que nos produce una historia que transcurre en lo que algunos llaman la «caja tonta».
Cuando la hija de 18 años de su jefe, Scarlett, es encargada a su cuidado, MacNamara ve llegar la ocasión propicia para lograr su objetivo. Sin embargo, esto no le resultará tan sencillo cuando Scarlett, alocada e impulsiva, se enamora y contrae matrimonio con Otto Piffl, un joven comunista que vive al otro lado del muro.
«Uno, dos, tres» es una sátira del comunismo, de su densa burocracia, de su rigidez estatal y de la pobreza que genera en contraste con el esplendor de América. Pero también es una crítica al modo de vida consumista americano y a la política del país. Así mismo, es una caricaturización de los alemanes quienes han sido humillados y rebajados por haber perdido la II Guerra Mundial y se han convertido en un pueblo avergonzado por su pasado reciente. Esa caricaturización se refleja en los trabajadores de la compañía quienes no son capaces de dejar de ponerse en pie y formar cada vez que MacNamara entra en la oficina, como si siguiesen bajo el gobierno nazi.
Así, el secretario Schlemmer, mediante sus marciales taconazos deja evidente los vestigios de su pasado nazi. Como se puede comprobar, el director de la película, Billy Wilder no salva ni al apuntador. Por cierto que mi padre se reía muchísimo con esos marciales taconazos del secretario alemán Schlemmer.
No hay ninguna broma especialmente significativa, sino un bombardeo constante de elementos que crean un estado de hilaridad. Por ejemplo en una secuencia exclama Otto:
«¿Acaso todo el mundo está corrompido?»
y McNamara responde implacablemente:
«No conozco a todo el mundo»
En la escena final, y como símbolo de que la suerte es tan caprichosa que rara vez sonríe a quienes la persiguen con el mayor ahínco, cuando McNamara extrae unas coca-colas para sus hijos, la máquina le entrega a él… una pepsi….Y nosotros, en ese rincón del salón, nos veíamos atrapados en una continua carcajada interminable. Y si por algún casual la carcajada se tornaba en risilla, nos mirábamos y, recordando una escena anterior, la risilla se tornaba en carcajada. Un círculo «gracioso» del que no queríamos salir.
A su vez, el film no concede al espectador ni un solo momento de respiro. Hay tal cantidad de giros que el espectador no puede adivinar como van a suceder los enredos. Además el director de la película le pide al protagonista, James Cagney, recitales maratonianos y textos eternos ejecutados en un plano que dan al guión una velocidad endiablada, siempre al límite de la hiperventilación.
El ritmo trepidante en la interpretación, va acompañado de la vibrante música de André Prévin. Pianista, director de orquesta y compositor estadounidense de origen judío alemán, André Prévin, fue nominado a los premios Oscar en numerosas ocasiones. En la película, el compositor utilizó fragmentos de «Las Walkyrias» (Wagner), del rock «Itsy-Bitsy Teeny-Weeny» y de la “Danza del Sable”. Este último es un movimiento del acto final del ballet Gayaneh, del compositor ruso de origen armenio Aram Kachaturyan, que evoca una danza de espadas armenia ¡Otra vez música y más…..! en ese rincón…en ese sitio de nuestro recreo..
Otra película que no nos cansábamos de ver en ese nuestro lugar especial, era «La Gran Evasión» (1963). Dirigida por John Sturges, «La Gran Evasión», es uno de los clásicos indiscutibles de la historia del cine norteamericano que marcó un antes y un después en el subgénero de fugas y evasiones. Su reparto es estelar, y difícilmente replicable, con actores como Steve Mcqueen, que contribuyó a inmortalizar su figura a lomos de una flamante moto Triumph 650cc TR6R, Charles Bronson o James Coburn.
Para llevar a cabo su plan comienzan a excavar tres túneles bautizados como Tom, Dick y Harry.
La película está basada en los hechos reales que ocurrieron la noche del 24 de marzo de 1944 en el campo de prisioneros Stalag Luft III, situado en la ciudad de Zagan, en la actual Polonia. En ese campo, construido a prueba de fugas, solo podían ser internados prisioneros de guerra, pero no civiles. Ese día se organizó una de las fugas más sonadas de la historia.
Sin embargo, debido a problemas inesperados, la mayoría de los presos se vieron obligados a regresar a sus barracones y al final tan solo fueron 76 los que lograron fugarse. De esos 76 presos que lograron fugarse, la mayoría murieron en el intento o fueron arrestados y fusilados por orden de Adolf Hitler para que sirvieran de escarmiento frente a futuros intentos de evasión.
Y, ¡cómo no!, la película debía estar acompañada de una buena banda sonora para que la familia Villoría Morillo apreciase aún más el guión de la película. En «La Gran Evasión», la banda sonora corre a cargo de Elmer Bernstein que tenía un currículum admirable participando en la música de películas como “Los diez mandamientos”, «Los Siete Magníficos», «El hombre del brazo de oro” o «Matar a un ruiseñor”.
De hecho en la película «La Gran Evasión», la música de Elmer Bernstein se convierte en un personaje más en la fuga. Se trata de una partitura vibrante y eficaz. Y como corresponde al ambiente militar, muy rítmica en algunos pasajes.
Elmer Bernstein ofrece en la banda sonora una amplia variedad de melodías. La música imprime intriga, tensión y peligro. Hay también algunas partes de comedia y relajamiento y otros pasajes más dramáticos, sobre todo en la parte final cuando poco a poco los fugados van siendo atrapados.
Uno de los momentos más brillantes de la película, y también de la banda sonora, tiene que ver con una de las habilidades del personaje de Steve McQueen. Éste, en su huída, se hace con una moto y escapa con ella esquivando a las docenas de alemanes que le persiguen, saltando protecciones y atravesando una gran pradera.
El tema principal de la banda sonora es una marcha de tono alegre y algo socarrona. Trasmite el optimismo de los prisioneros a pesar de la dureza del cautiverio. El tema acompaña siempre las visitas del personaje de Steve McQueen a la celda de aislamiento, llamada la nevera, sugiriendo, con su tono desenfadado, la firme voluntad de éste de no desistir en sus tentativas de fuga. Y así nada más entrar en la nevera, Steve McQueen cogía su guante de beisbol, y sentado cara una pared de la celda, lanzaba su pelota al muro, una y otra vez, una y otra vez…. sin cansarse. A mi padre le hacían mucha gracia esas escenas en las que el protagonista se resignaba a cumplir su castigo pero sin renunciar a su afición, el beisbol.
Por último, otra de nuestras películas favoritas que veíamos en familia en el salón del chalet de Pozuelo de Alarcón era «Un Cadáver a los Postres» (1976). Esta cinta es un auténtico clásico de la comedia más surrealista y divertida. Una deliciosa parodia de las novelas de misterio y asesinatos que contaba con los cómicos más selectos de la época, como Peter Sellers, David Niven o Maggie Smith y que también supuso el debut en el cine del conocido escritor Truman Capote.
Se introducen además en la narración todos los clichés sobre películas de crímenes e intriga que puedan imaginarse: la niebla, un puente que podría venirse abajo, la línea telefónica cortada, lluvia, viento, rayos y truenos de tormenta, accidentes sospechosos, un mayordomo, el background del anfitrión, la misteriosa muerte de su esposa años atrás y su habitación que no ha sido tocada desde entonces, el veneno, el espionaje desde otra habitación, etc.
La película cuenta como el excéntrico multimillonario Lionel Twain invita a cenar a su castillo a los cinco detectives más importantes de la historia: el chino Sidney Wang, el neoyorquino Dick Charleston, la inglesa Jessica Marbles, el belga Milo Perrier y el norteamericano Sam Diamond. Estos invitados tan especiales son una copia cómica de los mejores, y más famosos, detectives de todos los tiempos creados por la literatura: Charlie Chang, Philip Marlowe, Miss Marple, Hércules Poirot y Sam Spade.
Robert Moore dirige está comedia policíaca en la que lo que empieza como una parodia de las películas de misterio acaba en una ingeniosa y brillante reflexión sobre el género. Es una película con un fuerte sabor a teatro ya que, por su puesta en escena, decorados y desarrollo, parece que nos adentramos en un escenario.
El objetivo de la película es reirse. Reírse de uno mismo es uno de los mayores síntomas de inteligencia del ser humano. Reírse a gusto, a pleno pulmón, repartiendo carcajadas a diestro y siniestro, es uno de los mayores placeres terrenales. Y mi padre se reía…Y todos juntos nos reíamos en aquel rincón ensoñado del salón sumergiéndonos en ese placer terrenal del que no queríamos emerger.