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A veces hay un rincón cerca de donde vives que parece todo lo que buscabas. Allí las Navidades son más entrañables. Allí los olores te envulven. Allí los sonidos forman parte del silencio. Allí el movimiento puede ser quietud. Puede ser que ya no vuelvas a ese lugar pero el recuerdo de aquellas navidades te resultará emotivo. El recuerdo de aquellos olores te transportará. El recuerdo de los sonidos te hará vibrar. El recuerdo del movimiento te hará danzar. Allí todo era posible. Aquí se recuerda el allí.

Pocuelo (parte I)

Hubo un lugar al que mis padres, mis hermanos y yo estábamos siempre encantados de acudir. Hubo un lugar en Madrid. Hubo un lugar llamado Pozuelo de Alarcón. Nos lo pasábamos tan bien allí que incluso cuando en unos deberes del colegio me dijeron que pusiese cuál era mi pueblo, yo puse: «Pocuelo», refiriéndome a Pozuelo de Alarcón. A mi padre le hizo tanta gracia lo de «Pocuelo» que en muchas ocasiones utilizaba ese nombre en vez de el original.

Pozuelo de Alarcón es una ciudad y municipio español perteneciente a la Comunidad de Madrid, situado en el área metropolitana, al noroeste de la capital. Limita al norte y al este con el distrito Moncloa-Aravaca del municipio de Madrid; al sur, con el distrito de La Latina; y al oeste, con los municipios de Alcorcón, Majadahonda y Boadilla del Monte.

Todo cambió el 17 de Mayo de 2021

Pozuelo de Alarcón debe su nombre, por una parte, a la existencia de pozos y manantiales en su territorio y, por otra, al apellido del que compró el municipio, pasando de ser Pozuelo de Aravaca a Pozuelo de Alarcón.

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El siglo XIX supuso un decidido progreso para el municipio de Pozuelo de Alarcón gracias, principalmente, a la llegada del ferrocarril del norte.

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Como comenté en un capítulo de este blog, mi hermano Nacho, con apenas cinco años, tenía una idea fija: ver deslizarse por las vías a los que él llamaba «los trenes gallegos», que eran los trenes que pasaban por Pozuelo de Alarcón con destino a Galicia. Tal eran las ganas de mi hermano por ver pasar eso trenes que mi padre y mi tío José Mario no dudaban en llevarlo a verlos siempre que podían.

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Una de las anécdotas que recordaba mucho mi padre sobre esas excursiones para el «avistamiento» de trenes gallegos, fue aquélla en la que después de caminar mucho pararon a tomar un refresco en un bar, y mi hermano Nacho, al que apenas le llegaba la cabeza a la barra, se aupó a está y  asomando su pequeña cabeza, le dijo al camarero

«y para mí una caña» 

Los parques lineales y periféricos, unidos al gran número de parques urbanos, convierten a Pozuelo de Alarcón en un lugar cercano a la naturaleza.

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Dos de esos parques periféricos, el llamado Monte Pozuelo y el forestal de Somosaguas, son en realidad la continuación natural del monte de El Pardo y de la Casa de Campo, respectivamente.

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Muy cerca de Pozuelo de Alarcón, en el monte de la Zarzuela y muy próximo a El Pardo, se ubica el Hipódromo de la Zarzuela cuya construcción se inició en los años 30 del siglo XX. La construcción del hipódromo de La Zarzuela fue, sin embargo, la culminación de una larga tradición de la hípica en la ciudad de Madrid que ascendía a más de un siglo de historia.

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Es una obra maestra del racionalismo arquitectónico  y la indudable relevancia social y deportiva de esta edificación llevó a que, el 16 de octubre de 2009, mediante un Real Decreto, el Hipódromo de la Zarzuela quedase protegido con la declaración de Bien de Interés Cultural.

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Mi padre y mi tío José Mario en una ocasión nos llevaron a mis hermanas, a un par de amigas y a mi a comprobar las excelencias de dicho emplazamiento.

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La auténtica transformación de Pozuelo de Alarcón tiene lugar a partir de los años 1970 con la aparición de importantes zonas residenciales como Somosaguas, Montealina, Monteclaro, Prado Largo, La Finca, etc. que suponen la instalación en Pozuelo de Alarcón de profesionales liberales, altos ejecutivos y directivos.

Pozuelo, entonces, empieza a ser conocido como un municipio residencial de profesionales que trabajan en Madrid y ademas el municipio adopta un modelo de urbanización de calidad. Sus increíbles urbanizaciones de lujo con impresionantes chalets, además de poseer una inestimable belleza, son un verdadero oasis de paz en el que relajarse y disfrutar de un estilo de vida tranquilo y exclusivo.

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Durante muchos años, la hermana de mi padre, Monicha, y su marido, José Mario, junto con sus dos hijos, Jesús y Mario, vivieron en un chalet en la Calle Duero nº 1 A de Pozuelo de Alarcón. Cuando llegábamos a la entrada del chalet siempre nos recibía «Tor» el perro pastor alemán de la familia. Recuerdo que mis hermanos y yo nos asustábamos mucho porque enseguida venía ladrando para olernos. Mi padre para tranquilizarnos nos decía:

«Nos os preocupéis que no os va a morder porque ya conoce vuestro olor»

y entonces mis hermanos y yo nos relajábamos. Enseguida te dabas cuenta de lo noble y bueno que era ese perro. En una época en que mi hermano Nacho apenas era más alto que el animal, los dos iban juntos a todas partes.

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También a la llegada nos recibía el gatito que tuvieran: «Miky» , «Caruso» y,en las últimas ocasiones que fuimos,«Grisi».

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El chalet tenía el tejado de pizarra negra como el tizón y los muros exteriores estaban estucados en blanco. El contraste entre el negro del tejado y el blanco de los muros era precioso.

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Al lado, pared con pared, había un chalet similar en el que vivían un primo de mi padre, el hermano de la prima Julita, que se llamaba César, y familiarmente le llamaban «El Chache», con su esposa y sus dos hijos. Mi padre, tan dado a poner nombres, llamaba a esa familia «Los Cesarines». Con sus hijos, mis hermanos y yo, jugábamos en fiestas de cumpleaños y reuniones familiares. Para mis hermanos y para mí estar en Pozuelo de Alarcón siempre era sinónimo de diversión.

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En el  chalet de la Calle Duero nº 1 A había una zona exterior con un jardín que mi tío José Mario cuidaba con mucho mimo. En esa zona exterior también había un espacio con una mesa de piedra redonda y unos asientos circulares también de piedra que acompañaban a la mesa. La protagonista de esa zona era, ¡cómo no¡, una barbacoa. ¡Cuántas comidas compartimos ahí! !Cuántas paellas nos preparó mi tío José Mario en ese rincón! ¡Cuántas veces nos relamimos de gusto por lo que habían deleitado nuestros paladares!

El interior del chalet estaba divido en dos plantas y una buhardilla. La planta inferior te recibía con una entrada que en Navidades se vestía de portal de Belén. Solíamos pasar las Navidades en ese chalet y disfrutabamos muchísimo.

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En esa planta baja había una puerta que daba al garaje. El garaje, a su vez, tenía una puerta exterior basculante que siempre estaba abierta. Y siempre estaba abierta porque ese chalet siempre tenía visitas de amigos y familiares. Teniendo la puerta exterior del garaje abierta, no era necesario que las visitas tocasen al timbre, simplemente elevaban la puerta basculante del garaje, atravesaban el garaje y abrían la puerta que daba a la planta baja del chalet. Era muy normal saludar a amigos y familiares en el interior del chalet que no habías visto entrar previamente.

En esa primera planta había también una gran cocina que siempre olía a muy buenas comidas que se hacían entre los fogones. Mi tío José Mario era el que se encargaba de cocinar, turnándose con mi tía Monicha. De todas las comidas que preparaban, a mis hermanos y a mi nos chiflaban los sandwiches de jamón y queso que mi tío José Mario hacía a la sartén ¡estaban para chuparse los dedo! Recuerdo que mi tía Monicha hacía un besugo que estaba de toma pan y moja.

En el desayuno, sentados en la mesa de madera que presidía la cocina, mis padres, mis hermanos y yo nos reíamos mucho porque mi primo Mario tenía la costumbre de no hablar hasta haber acabado de desyunar. Entonces mis hermanos y yo intentábamos hacer que hablase preguntándole cosas o dándole algún empujoncito, pero cualquier intento por nuestra parte para que mi primo rompiese su voto de silencio, era en vano.