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En este capítulo quiero agradecer lo ecuánime y sensato que fue mi padre en todos los temas que hacían referencia a mis hermanos y a mí. Especialmente, cuando se refería a nuestra vida amorosa era respetuoso y comprensivo. En una época como es la universitaria, en la que las experiencias sentimentales se mezclan con la carrera académica, mi padre nos enseñó que hay que aprender del amor y del desamor. Que el amor no se estudia, se experimenta. Que la vida da mil vueltas y lo que en un principio descartamos puede que después parezca la mejor opción.

Nuestros primeros pinitos en el amor

Y el camino académico se cruzó con el camino del amor. Los hijos de “El Gran Pakitín” experimentaban lo que era el amor y también el desamor. Porque para que haya luz debe haber oscuridad.

Mi hermana Patricia, con un carácter más introvertido, durante su época universitaria se centró mucho más en los estudios que en romper corazones. Conoció a un chico llamado Diego con el que tuvo un idilio, pero al final sus vidas tomaron rumbos diferentes.

Por lo que se refiere a mí, el último año de la carrera lo estudié en Bruselas. Es decir, hice un “Erasmus”. Y allí me fui yo, a la Bruselas del Manneken Pis, de La Grand Place y del chocolate. Aquella Bruselas a la que, veinticinco años antes, mi padre había viajado cuando estuvo trabajando en Marconi.

El “Erasmus” lo estudié en una universidad flamenca que se llamaba EHSAL (Economische Hogeschool Sint- Aloysius) y que estaba al ladito de la Grand Place.

Todo cambió el 17 de Mayo de 2021

Mi año en Bruselas fue el único período de tiempo que no he vivido con mis padres en mis cuarenta y seis años de existencia. Desde pequeña siempre he tenido un sentimiento de arraigo muy fuerte al hogar familiar.

El motivo por el cual decidí estudiar el último año de la carrera en el extranjero no fue un motivo académico, fue principalmente un motivo de corazón. Y es que mi corazón latía intensamente por amor.

Él se llamaba Paul. Era holandés y lo conocí en Zaragoza porque estudiaba también de “Erasmus” en la misma facultad. Paul estudiaba Empresariales, de hecho, estudiaba en el mismo curso de mi hermana Patricia. Por obra del destino Paul y yo nos conocimos en las Fiestas del Pilar del año 1995.

En junio de 1996 él debía volver a Tilburg (Holanda), la ciudad donde estudiaba, para empezar su tesis universitaria. Entre junio de 1996 y septiembre de 1997 seguimos con nuestra relación. Era una relación a distancia. Él viajaba de Holanda a Zaragoza y yo de Zaragoza a Holanda en fechas señaladas del calendario. Además, nos escribíamos cartas semanalmente, lo que mantenía y aumentaba las ganas de vernos.

Fue en el curso 97-98 cuando me fui a Bruselas para estar más cerca de él. No pude optar por una plaza en alguna ciudad de Holanda, pero Bruselas estaba muy próxima a Los Países Bajos. Mi padre cogió un especial cariño a Paul. Además, le hacía mucha gracia como se expresaba en español.

Todo cambió el 17 de Mayo de 2021
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¡Cuántas veces mi padre me acompañó al aeropuerto a coger el avión para ir a Holanda! La primera vez que fui a Holanda en avión yo tenía casi 20 años. Mi padre me acompañó al aeropuerto de Barcelona para coger un vuelo destino al aeropuerto de Ámsterdam-Schiphol.

Una vez llegamos al aeropuerto de Barcelona, y después de facturar el equipaje, mi padre se acercó al guardia civil que estaba controlando el tráfico de pasajeros y le preguntó si podía acompañar a su hija a la zona de embarque para que no estuviese sola. Entonces el guardia civil miró hacia dónde estaba yo y le dijo a mi padre:

“¡Caballero, su hija ya es mayorcita para poder ir sola!”

Supongo, que, ante la petición de mi padre, el guardia civil se esperaba encontrar a una niña pequeña y no una chica de 20 años, hecha y derecha. Pero para mi padre, mis hermanos y yo siempre seríamos sus nenas y su nene.

Todo lo que empieza tiene un final. Mi relación con Paul finalizó porque se nos “rompió el amor de tanto usarlo”. Además, él quería irse a vivir a Méjico. Evidentemente para mí, una persona tan arraigada a su familia, separarme de ella, y además con tantos kilómetros de distancia, era inviable.

Así que Paul siguió su camino y yo el mío. Mi padre lamentó mucho mi ruptura con él, siempre me dijo que veía a Paul como a su futuro yerno. Pero “Son las cosas de la vida, son las cosas del querer. No tienen fin ni principio, ni tienen cómo ni por qué”

Recientemente he encontrado en una caja en el altillo del armario de mi cuarto, las cartas que me escribían mi padre y mi familia cuando yo estaba en Bruselas. Eran cartas semanales. Yo las recibía como si fuesen agua de mayo y cuando las leía lloraba desconsoladamente porque me hacía mucha ilusión recibir noticias de mi familia estando alejada de ellos.

Cuando falleció mi padre volví a leer esas cartas. Después de 24 años, lloré también desconsoladamente. Lloré, no por estar alejada por kilómetros de mi familia, sino porque ya no volvería a recibir una carta ni un escrito de mi padre. Sin embargo, esas palabras que mi padre me escribió hace un cuarto de siglo se habían convertido en una forma de comunicación póstuma entre él y yo. Una conexión entre él y yo. Una unión entre los dos que existió, existe y existirá por siempre.

Mi hermana Irene entró en el mundo universitario estudiando en la misma facultad que mi hermana Patricia y yo, la Universidad de Ciencias Económicas y Empresariales. Ella escogió la carrera de Administración y Dirección de Empresas (LADE), lo que era el equivalente a Empresariales del Plan Antiguo. Empezó a estudiar la carrera en 1996.

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Enseguida conoció a Gonzalo, un chico que estudiaba en la misma Universidad. Mi padre siempre lo consideró muy formal y educado. Pero al final mi hermana y él se separaron.

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Durante su época universitaria mi hermana Irene compaginó sus estudios con el trabajo de azafata de ferias y congresos. Mi padre se reía mucho porque algunas veces llamaba una trabajadora de la agencia a casa y con un acento muy francés decía: “Soy Françoise de La Agencia Mayser”.

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Este trabajo hizo que mi hermana viajase mucho por todo España. En uno de esos viajes mi hermana se volvió a enamorar en Barcelona.  Él se llamaba Roger. Era un novio de “altos vuelos” que agasajó a mi hermana con un sinfín de regalos y que siempre estuvo muy atento con nosotros. Mi padre lo llamaba “el ínclito”.

Mi padre siempre le apreció mucho, porque, aunque era un chico de pudientes, siempre se portó con nosotros con humildad y eso conquistó a mi padre. La pareja se iba a casar en el 2002 cuando mi hermana acabase la carrera, pero la boda no se llegó a celebrar. “Son las cosas de la vida, son las cosas del querer. No tienen fin ni principio, ni tienen cómo ni por qué”.

Mi hermano Nacho siguió los pasos académicos de mi padre, y en el año 1999 se matriculó en la carrera de Ingeniería Industrial.

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Esta carrera se estudiaba en el antiguo el CPS (Centro Politécnico Superior) ubicado al lado del barrio rural de Juslibol en Zaragoza.

En la actualidad, en ese lugar está ubicada La Escuela de Ingeniería y Arquitectura de la Universidad de Zaragoza (EINA) que surgió de la fusión en 2011 del Centro Politécnico Superior (CPS) y la Escuela Universitaria de Ingeniería Técnica Industrial (EUITI).

Independientemente del nombre con el que se conoció antes o se conociese después, la ubicación de esa Universidad estaba, según leyenda popular, en “el culo del mundo”. Mi hermano estaba harto de ir a ese lugar árido y desangelado, donde los únicos árboles que había por la zona producían en primavera un polen que le provocaron una conjuntivitis crónica.

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Y algo de razón habría en esa leyenda-realidad de lejanía y aridez ya que una de las revistas que publicaban los alumnos del CPS se llamaba “En el Qulo del Mundo”. Cada vez que salía un número de esta revista, mi hermano Nacho la traía a casa y nos leía alguna de sus secciones. Mi padre se reía muchísimo con la imaginación y el gracejo que mostraban los alumnos en ese magazine.

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Pero mi hermano, gracias a Dios, no sólo se topó con la conjuntivitis crónica en la Universidad, allí también experimentó el amor. Y es que mi hermano afianzó su relación con su novia Diana que la conoció en los últimos años de estudios en el colegio Agustinos. Diana era hermana de un amigo de mi hermano. A mediados de la carrera de Ingeniero Industrial la pareja se distanció Diana. Mi padre nunca manifestó su parecer con respecto a esta relación. Para mí padre lo más importante es que mi hermano fuese feliz.

En los últimos años de la carrera mi hermano conoció a Eva. Esa chica iba al mismo gimnasio que mi hermano y es allí donde nació el amor. La relación entre ambos tuvo muchos altibajos por el carácter cambiante de ella. Pero mi padre siempre apreció mucho a esta chica. Mi padre era consciente que ella tenía una situación familiar complicada y que sus altibajos eran consecuencia de dicha situación. Después de unos años saliendo juntos, mi hermano y Eva decidieron dejar la relación.

Mi hermano acabó la carrera en el 2007, no sin antes superar la prueba de fuego, el proyecto fin de carrera. Un proyecto que se convirtió en una pesadilla para él. Eligió la especialidad de robótica y el tutor de la tesis le hizo la vida imposible. Y es que cada vez que mi hermano le remitía a dicho tutor extractos del proyecto para que los revisase, el tutor le devolvía los extractos corregidos, pero no corregidos en general, sino frase por frase. Fue un suplicio para mi hermano, que en todo momento recibió la ayuda y el consejo de mi padre para poder llevar a buen puerto el proyecto. Y así fue, al final el proyecto recibió el visto bueno del quisquilloso tutor y mi hermano consiguió el ansiado título de Ingeniero Industrial.

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