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En este capítulo quiero agradecer a mi madre su lucha y fortaleza en unos momentos de su vida en la que ella necesitaba toda la ayuda del mundo y sin embargo se centró en apoyar los proyectos profesionales de mi padre y en cuidarnos a mí y a mis hermanos . Sin ella nuestro proyecto familiar no hubiese podido salir adelante. Otra vez estábamos todos juntos e íbamos juntos.

Aquellos maravillosos años

Nuestra vida transcurría tranquila en Villa de Arbancón. Mi padre seguía trabajando en Marconi. Mi madre seguía dedicándose al cuidado de nosotras tres. Y a nosotras tres se nos pasaba el tiempo casi sin darnos cuenta. Jugábamos mucho con amiguitos de la urbanización e intentábamos portarnos lo mejor posible. Mis padres siempre estuvieron muy pendientes de nosotros cuando jugábamos en el jardín de la urbanización o alrededor de ella. Siempre nos tenían localizadas y eso que en aquel entonces existía mucha más seguridad para los niños a la hora de jugar fuera de casa que la que existe en la actualidad.

Todo cambió el 17 de Mayo de 2021
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Nuestro cole, el Legado Crespo

Íbamos al colegio y ese colegio se llamaba “Legado Crespo. Echando la vista atrás, este colegio público fue uno de los mejores colegios en los que estuvimos a lo largo de nuestra niñez y adolescencia.

El colegio estaba situado en el paseo de las Acacias nº 2 y databa de 1902. Fue una obra original de Joaquín Kramer y Arnaiz. Como muchos colegios, sufrió cambios y en 1932 se reformó y amplió por la Sección de Construcciones Escolares del Ayuntamiento de Madrid. El arquitecto que realizó la remodelación fue Bernardo Giner de los Ríos García. Según contaba la placa situada en el centro: “La señora doña Eleuteria Crespo y Rancaño, mando construir estas escuelas en memoria de su esposo D. Alejandro de la Plaza”.

En el barrio se conocía al colegio por su antiguo nombre “La Llorosa”. El origen de este nombre, al contrario de lo que podría parecer ya que donde hay niños hay lloros, no tenía nada que ver con esta circunstancia. El solar sobre el que se alzaba el colegio entre las calles Santocildes, ronda de Toledo, Portillo y Acacias estaba ocupado por diferentes gremios. Unos arreglaban las lamas de los somieres de las camas, otros vareaban la lana para hacer los colchones y los barberos y sacamuelas colocaban sus sillas para hacer sus labores. Estos asientos los colocaban de cara a la Estación de Mediodía, la actual Atocha. El Sol de la mañana asomaba con rabia por la ronda de Valencia, con lo que los parroquianos de estos barberos, eran sorprendidos y cegados por el sol del mediodía. Razón por la que en es este solar se lloraba mucho.

El colegio era muy grande, con techos muy altos. Las estancias y las aulas eran antiguas y muy amplias. Los suelos de las aulas eran de tablones de madera. Entre los niños, se decía que el portero del colegio había encerrado a su hija en una de las estancias de los sótanos. No sé porqué motivo surgió esa historia. Dicha historia inventada aumentaba la leyenda de que ese colegio estaba encantado. Cosa de niños para asustar a los más temerosos.

Por cierto, que el portero se llamaba Don Hipólito y mi padre siempre que lo nombraba nos decía que la palabra “Hipólito” venía del griego Hippolytos, “hippo” que significaba caballo y “lytós” que significaba libertad. ¡Y es que en cualquier lugar u ocasión mi padre aprovechaba para darnos una lección improvisada de cultura general!

Recuerdo que apenas tardábamos cinco minutos en hacer el recorrido a pie de casa al colegio. Era un trayecto en línea recta. Salíamos de casa en la calle Villa de Arbancon, llegábamos a la calle Soria, justo en la esquina de la calle Soria con el Paseo de las Acacias había una gasolinera, de donde siempre salía un perro y mi hermana Patricia siempre se pegaba un susto al oír sus ladridos. Una vez pasábamos la gasolinera enfilábamos el Paseo de la Acacías, andábamos unos minutos más, cruzábamos la calle Santocildes y ya estábamos en el colegio.

Todo cambió el 17 de Mayo de 2021
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Y por fin llegó el niño

Y seguían pasando los días y mis hermanas y yo notábamos que mis padres estaban más felices que de costumbre y que la tripa de mi madre crecía sin motivo aparente. Fue entonces cuando mis padres nos dieron la gran noticia: ¡íbamos a tener un hermanito!

Esa noticia nos hizo mucha ilusión. Mis padres estaban ilusionados porque finalmente tendrían al chico que tanto esperaban después de haber tenido ya tres niñas. Mi padre pensaba aún más allá, y también estaba ilusionado porque en la persona de mi hermano seguiría vivo el apellido paterno, Morillo.

Mis hermanas y yo estábamos ilusionadas porque íbamos a tener a un hermanito pequeño que cuidaríamos y querríamos mucho y sería nuestro muñequito.

Y finalmente nació el príncipe de la casa. Fue el 26 de agosto de 1981. El mismo día que nació mi madre hacía ya 37 años. Recién nacido tenía muchos pellejitos por todo el cuerpo, pero pronto le desaparecieron y dejaron ver la belleza de ese querubín.

Todo cambió el 17 de Mayo de 2021
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Enseguida todos nos volcamos en él. Aunque cuando ya empezó a andar recuerdo que tenía unas botas tipo militar, y cuando nos peleábamos nos pegaba a mis hermanas y a mi unas patadas en las espinillas que veíamos las estrellas. Pero ni esas patadas menguaban nuestro amor hacia ese niño que no paraba quieto. Nosotras intentábamos ayudar a mi madre lo que podíamos cuidando a nuestro hermano.

Todo cambió el 17 de Mayo de 2021
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Hubo momentos difíciles y muy duros

Mi madre hubiese querido tener más hijos. Era muy niñera. Pero desgraciadamente poco tiempo después de tener a mi hermano Nacho, a mi madre le detectaron un cáncer de mamá que echó por tierra la idea de ser una familia aún más numerosa.

Pasamos momentos muy difíciles por la enfermedad de mi madre. Pero mi madre siempre fue una luchadora y se sobrepuso a ese fuerte revés que le dio la vida. Aún estando enferma mi madre no dejó de cuidarnos. Incluso iba con mi hermano Nacho, que era aún muy pequeño, a las sesiones de radioterapia. Y estando mi madre enferma, y con cuatro niños ya, el sueldo de Marconi de mi padre se quedaba corto. Vivíamos con lo justo, pero nunca nos faltó nada.

Mis padres no paraban de hacer números, pero las cuentas no salían. Recuerdo ver a mi madre por las noches en su cama con una mini caja de caudales metálica, que aún conservamos. En esta caja mi madre tenía metido el dinero del que disponía para la semana y una previsión de gastos para esa semana. Intentaba hacer encaje de bolillos para que los ingresos pudiesen cubrir los gastos.

Todo cambió el 17 de Mayo de 2021
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Eran muchos gastos: las letras mensuales de la casa, los gastos de un bebé, los gastos de comida de una familia de seis bocas, los gastos en ropa y zapatos de nosotros. De pequeños no parábamos de correr y encima el suelo del patio del colegio “Legado Crespo” era de cemento con lo cual las suelas de los zapatos de los niños enseguida acababan desgastadas.

Para no tener que comprarnos zapatos nuevos, lo que suponía un gasto adicional, mis padres decidieron cambiarnos ellos mismos las suelas de los zapatos. Se hicieron con un soporte para reparación de calzado, pegamento especial para zapatos y lo más importante, compraron los “filips” de caucho (para las medias suelas) y las tapas de caucho (para el tacón).

Mis padres nos decían también que el “papel albal” con el que nos envolvían los bocadillos del recreo del colegio, de salchichón el preferido por mis hermanas y de chorizo el preferido por mí, no lo tirásemos a la papelera para reutilizarlos más veces. Al final el “papel albal” quedaba tan agrietado y cuarteado de los usos que finalmente había que tirarlo. La vida de ese papel de aluminio se había alargado en exceso a la vez que había cumplido su misión con creces y el medio ambiente lo agradecía. ¡Sin saberlo nos convertimos en unos pioneros en el cuidado medioambiental!

Las oposiciones a Inspector de Hacienda

Después de hacer muchas cábalas y hacer muchos números, mi padre pensó que lo mejor que podía hacer era prepararse unas oposiciones para trabajar para el Estado. Aunque en un principio sería también un gasto, y otra vez sacrificio y muchas horas de estudio, mis padres pensaron que a la larga sería una buena decisión para el bienestar de la familia.

En aquél entonces el puesto de funcionario suponía una estabilidad laboral y un sueldo fijo cada mes. Así que mi padre siguió trabajando en Marconi y por las tardes, cuando salía del trabajo, empezó a estudiar y prepararse las oposiciones a Inspector de Hacienda del Estado, ¡Oposiciones complicadas dónde las haya!

Mi padre estaba decidido a conseguirlo. Estudió muchísimo en casa y acudía también a una academia para prepararse las oposiciones. De tanto estudiar, y literalmente hincar los codos, a mi padre se le había quedado la piel que le recubría el codo como “baba de tonto”. Era capaz de arrugarla con sus dedos creando formas insólitas. A veces se daba sin querer un golpe en el codo y nos decía en tono chistoso: “Ay, la epicondilitis”. Y muchas veces estrujaba la piel de un codo y se volvía a nosotros haciendo broma y diciendo: ”Os voy a echar extracto de codo”.

Mi padre se pudo dedicar íntegramente al trabajo y al estudio porque mi madre se ocupaba de nosotros. Un trabajo en equipo. Un engranaje perfecto del que se esperaba obtener la recompensa tan merecida. Y así fue, finalmente mi padre aprobó las oposiciones en el año 1984.

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El mismo día que mi padre se enteró que había aprobado las oposiciones, salimos toda la familia a la calle a hacer unos recados. Pero lo que es la vida, a veces te da una de cal y otra de arena, y al volver a nuestro piso de la calle villa de Arbancón 7 de Madrid nos encontramos todo patas arriba.

Habían entrado a robar a nuestro hogar. Habían revuelto todo y se habían llevado pertenencias nuestras. Un canario que teníamos, del susto que se llevó, ya no volvió a cantar nunca más. Mi padre recordaba que ese día, mi hermana Irene dijo: ”menos mal que no se han llevado nuestros yinoyitos” (que en el lenguaje de mi hermana era «dineritos»). Mis tías de Tarrasa, Lola, Emilia y Esperanza, las hermanas de mi madre y que siempre habían considerado a mi padre como a un hermano, nos hacían mucha de ropa y complementos de vestir ya que eran muy buenas costureras. Siempre con sus patrones de costura de la revista “Burda”.

Entre los complementos que nuestras tías nos hicieron a mis hermanas y a mí, había unos bolsitos pequeños de tela blanca en forma cuadrada que llevaban un asa larga, también de tela blanca, para que nos los pudiésemos colgar al hombro. Cada una de nosotras tenía en su bolsito la inicial de su nombre bordada en azul. En esos bolsitos mis hermanas y yo guardábamos nuestros ahorrillos, que para unas niñas que en aquel momento contaban con 7, 8 y 10 años, tenían su importancia. Esa frase que mi hermana Irene dijo el día que nos robaron en casa ponía de manifiesto la inocencia e incredulidad de unas niñas frente a una situación tan tremenda y violenta que indudablemente mis padres, como adultos, padecieron y sufrieron en mucha mayor medida.

Nos robaron muchas cosas de valor, entre ellas la alianza de mi madre que ese día se la había dejado en casa. Pero como mi padre siempre llevaba su alianza, días más tarde acudieron al joyero para que de esa alianza que aún poseían, se hiciesen dos alianzas. El amor de mis padres era indivisible pero sus alianzas, gracias a Dios, eran divisibles.