En este capítulo quiero agradecer el apoyo y cuidado que mis tres tías, Lola, Emilia y Esperanza, nos brindaron siempre, pero especialmente cuando fuimos a vivir a Tarrasa. Miles son los recuerdos que tenemos con ellas. No tuvieron hijos, pero nosotros, sus sobrinos, fuimos como hijos para ellas. Especial recuerdo a mi tía Lola, que aunque no está entre nosotros, siempre estará en nosotros.
La despedida de nuestra anterior vida en Madrid
Una vez que mi padre aprobó las oposiciones a Inspector de Hacienda, el siguiente paso era elegir destino entre las plazas de funcionario del Cuerpo Especial de Inspectores Financieros y Tributarios del Estado que estaban disponibles en el conjunto del territorio español.
Claro, era muy complicado que a mi padre le diesen plaza en Madrid, en la capital, ya que acababa de aprobar las oposiciones y el sistema de selección de destinos en este tipo de oposiciones permitían a las personas que habían promocionado de forma interna decidir dónde ejercerían antes de que los destinos fuesen ofertados a los aspirantes que acababan de aprobar la oposición.
También mi padre tenía que decidir entre ejercer su nuevo puesto de trabajo en una Delegación o en una Administración lo que implicaba, trabajar en el centro de la ciudad o hacerlo en las afueras.
Otra de las grandes cuestiones que mi padre y mi madre tuvieron que tener en cuenta era el coste de vida en destino en función de la situación económica en la que la familia nos encontrábamos.
En resumen, elegir destino no era una tarea fácil. Mis padres tuvieron que poner en una balanza los pros y los contras de cada lugar al que podríamos ir a vivir. Después de darle muchas vueltas a la cabeza, hubo un destino que encabezaba la lista.
Ese destino era Tarrasa. Volvía a aparecer otra vez el nombre de esta ciudad en la vida de mi padre. En la vida de mi madre. Esa ciudad a la que mi padre fue a estudiar Ingeniería Industrial. Esa ciudad en la que mis padres, por capricho del destino, se conocieron y se enamoraron. Esa ciudad iba a ser el nuevo destino de la familia Morillo Sánchez.
Además, en Tarrasa seguía viviendo parte de la familia de mi madre. La madre de mi madre, la abuela Esperanza, que quedó viuda de su marido Bartolomé poco después de que mi padre y mi madre se casaran, vivía en un piso en la calle Estanislau Figueras. Con ella vivían las tres hermanas solteras de mi madre, Lola, Emilia y Esperanza. Además, el hermano de mi madre, Juan, vivía también en Tarrasa con su mujer Carmen y sus hijas Carmen Mari y Olga. Seguro que en Tarrasa íbamos a estar arropados por la familia de mi madre.
Y así fue que el 28 de diciembre de 1984 (el día de “Los Santos Inocentes”) dejamos nuestra querida Madrid para ir a vivir a Tarrasa a iniciar una nueva etapa. Fue muy duro dejar nuestra vida en Madrid. Mis padres habían tomado una decisión y mis hermanos y yo los acompañaríamos en esa nueva andadura familiar.
Decíamos adiós a una vida en la que, como niños, éramos felices en Madrid yendo al colegio y jugando lo más que podíamos. Antes de irnos de nuestro piso en la calle Villa de Arbancón, mis hermanos y yo pusimos garbanzos y lentejas en los armarios con la intención que las nuevas personas que fuesen a vivir allí, al ver los armarios con esas legumbres esparcidas por los cajones, no querrían quedarse en el piso y así nosotros volveríamos a vivir a nuestra casa. Cosas de la infancia, cosas de la inocencia, cosas de la ilusión.
Recuerdo que, justo antes de cerrar con llave la puerta de casa el día que nos mudábamos a Tarrasa, sabía que no habría marcha atrás y me quedé en un rincón de la casa en cuclillas y lloré muchísimo. Lloré de tristeza, lloré porque sentí que me arrancaban de mi paraíso infantil.
El día 3 de abril de 1985 mi padre tomaba posesión del cargo de Jefe de Administración de Hacienda en Tarrasa.
La llegada a Tarrasa
Y llegamos a Tarrasa, la antigua Egara romana, una ciudad y municipio de la provincia de Barcelona, en la comunidad autónoma de Cataluña. Situada al sur del macizo de Sant Llorenç del Munt y a 20 km de Barcelona, compartía la capitalidad de la comarca del Vallés Occidental con Sabadell. En 1985, Tarrasa contaba con una población de 166.032 habitantes, según cifras del censo oficial.
Tarrasa y la Industria textil
Durante el siglo XIX Tarrasa fue una de las ciudades españolas donde la Revolución Industrial tuvo una mayor incidencia, con un gran número de fábricas e industrias dedicadas al textil. Entre 1833 y 1870 se desarrolló propiamente la industrialización de la ciudad, que convirtió a Tarrasa en una ciudad industrial.
Se construyeron infinidad de edificios industriales y de almacenes para alojar máquinas de vapor que suministraban energía a las empresas. Eran los llamados «Vapors” (“Vapores”). Actualmente, estos “Vapores” han sido convertidos en espacios funcionales y útiles, con nuevos usos y funciones. También quedaron como testimonio de esta época industrial las chimeneas, entre las que destacaba la Bòbila Almirall, de 63 metros de altura.
La primera impresión que nos llevamos de Tarrasa no fue muy buena. De ser una ciudad tan industrial con sus fábricas a pleno rendimiento, pasó a ser una ciudad, en el momento en que nosotros llegamos, casi de aspecto inhóspito debido a que la gran parte de las fábricas estaban en desuso. Sin embargo, cuando te acostumbrabas a ese paisaje industrial no te parecía que fuese un paisaje tan desangelado.
Por una parte, el material que se usó para construir esas fábricas era básicamente el ladrillo, y es posible que fuera la maleabilidad de ese elemento constructivo, así como la larga tradición en su uso, lo que sugería a los arquitectos que su trabajo, aunque orientado a un fin práctico e inmediato, era la continuación natural del arte que había dado lugar a las iglesias mozárabes.
Pero, más allá de ese entronque del ladrillo con la tradición, había una segunda razón por la que esas fábricas resultaban incluso hermosas cuando te habituabas a ellas, y es que en ellas se cifraba el orgullo de eso que los historiadores de la economía llamaban el “capitalismo familiar”. Las empresas tomaban el nombre de sus propietarios y eran depositarias, por tanto, del prestigio asociado a la trayectoria empresarial de aquellos y de toda la línea familiar, incluidos antepasados y descendientes.
Recuerdo que una de las cosas que más nos llamó la atención al llegar a Tarrasa fueron sus calles estrechas y empinadas de aceras casi milimétricas. Por la acera no podía ir más de una persona. A mi padre le ponía muy nervioso ir por esas calles cuando íbamos todos juntos porque nos teníamos que poner en fila india y si venía alguien caminando en dirección contraria uno se tenía que bajar de la acera para dejar pasar al transeúnte, estando siempre muy atento que no pasase un coche por la calzada mientras se realizaba ese relevo peatonal en la acera.
Tarrasa y el Modernismo
La prosperidad económica experimentada por Tarrasa fue acompañada de un importante desarrollo cultural, que se reflejaba en las exposiciones celebradas en 1883 y 1904 y en el impacto del Modernismo. Se llegó a decir que Tarrasa a era “La Atenas catalana”.
El Modernismo dejó en las calles de la ciudad un rico patrimonio arquitectónico, destacando “La Casa Baumann”, “La Masia Freixa”, “El Parque de Desinfección”, “El Mercado de la Independencia” o el propio edificio del Ayuntamiento.
Tarrasa y sus espacios verdes
Pero no sólo había fábricas y edificios modernistas en Tarrasa. La ciudad poseía grandes espacios verdes.
El Parque Vallparadis era el parque central de Tarrasa, el pulmón verde de la ciudad. Tenía una longitud de 3,5km con de más de 395.000 m2 de espacio verde y atravesaba la ciudad de norte a sur. Estaba lleno de fuentes naturales y ofrecía una gran diversidad de fauna y flora. Uno de los rasgos más característicos del parque era su piscina de más de 4.000 m². A mitad del siglo XX el parque de Vallparadís fue declarado Monumento Histórico Artístico por el Gobierno del Estado.
Otro jardín, al que solíamos ir más a menudo, eran los Jardines de la Casa Alegre de Sagrera. Los jardines se encontraban en la parte trasera de la Casa Museo Alegre de Sagrera, en la calle de la Font Vella, núm. 29, en el centro de la ciudad. Mi padre nos llevaba allí, a mis hermanos y a mí, para que estirásemos las piernas y respirásemos aire puro. Un pequeño estanque, una gruta con cascada y una pérgola vegetal, completaban el conjunto de los jardines de la Casa Alegre de Sagrera.
Recuerdo que el acceso al jardín era una reja de hierro forjado con decoración de guirnaldas y rosas que separaba la casa del resto del jardín y detrás de la cual no imaginarías tal oasis en medio de la ciudad.
Tarrasa y sus templos
El carácter religioso también impregnaba la identidad de Tarrasa. Junto a la rambla de Vallparadis se elevaba un complejo devocional, llamado La Sede de Egara, formado por tres edificios, la basílica de Santa María, el edificio funerario de San Miguel y la iglesia parroquial de San Pedro. El complejo combinaba el arte y la arquitectura de los primeros siglos del cristianismo, el poder del Reino de los Visigodos y el estilo románico.
Los templos de San Pedro, San Miguel y Santa María, eran originalmente la catedral paleocristiana. Los siglos posteriores modificaron su estética, dejando su huella en forma de distintos estilos artísticos: desde el tardo románico hasta el gótico. Eran el conjunto artístico más importante de la ciudad y una de las joyas del arte románico catalán. La Sede de Egara era un conjunto único en el mundo, catalogado como Bien de Interés Cultural Patrimonio histórico de España, actualmente está siendo evaluado para ser incluido dentro de la selecta lista de Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
La Iglesia de San Pedro de Egara, sede de la parroquia, perdió su condición parroquial en 1601. Y partir de ese año, la condición de parroquia pasó a la nueva basílica del Santo Espíritu del núcleo de Tarrasa.
La catedral del Santo Espíritu era un edificio religioso situado en la plaza Vieja de Tarrasa. Representaba uno de los mejores exponentes del gótico tardío en Cataluña. El templo fue incluido en el Patrimonio Cultural Catalán el 23 de mayo de 2002 y forma parte del Inventario General de Bienes Muebles de la Administración del Estado.
En 2004 la Santa Sede creó la nueva diócesis de Tarrasa separándola de la diócesis de Barcelona y decidiendo que fuera su catedral la basílica del Santo Espíritu.
Nosotros íbamos todos los domingos a misa a la basílica del Santo Espíritu. Tenía unas bóvedas altísimas y llamó nuestra atención lo oscura que era la iglesia en algunas partes. De hecho, mi hermano Nacho, que quede entre nosotros, se quedaba dormido gran parte de la misa ya que la oscuridad del lugar acompañaba a tal empresa. Había un cura que solía dar la misa y que mi padre lo llamaba “El Espíritu de la Golosina”, haciendo referencia a la extremada delgadez del religioso. ¡Mi padre siempre sacaba el lado cómico a todo!
Uno de los principales obstáculos que nos encontramos nada más llegar a Tarrasa fue el idioma. Veníamos de la capital e íbamos a tener que aprender catalán. Tuvimos que adaptarnos a la nueva situación. Os adelanto que cada uno de nosotros lidió este tema como pudo en sus diferentes ámbitos. En aquel entonces el tema del independentismo catalán no estaba tan arraigado como lo está ahora. Había mucha gente que hablaba en catalán, pero también había una buena parte que hablaba español. Como decía mi padre, había del “colmillo retorcido” y de la “cáscara amarga”, pero la situación se podía sobrellevar.