«El Gran Pakitín y Ulysses en particular»
….Y de los gatos que aparecían en los libros y en la televisión paso a hablar de los gatos de carne hueso. Y mi padre se hizo de Ulysses, el gatito de la familia durante muchos años. También llamado Ulyssin o Uly. Se lo regalaron a mi hermana Patricia en el año 1997, año en el que yo estaba de Erasmus en Bruselas.
Ese gatito enseguida nos cautivó a todos.
Desde que Ulysses llegó a nuestras vidas a mi padre le fascinaron aún más los gatos. Prueba evidente de su fascinación por ese minino eran las continuas referencias que hacía de él en las cartas que me escribía a Bruselas:
Ulysses era un gato anaranjado por el lomo y blanco por la tripita y la patita izquierda. Un gato común en especie, pero un gato extraordinario para nosotros.
Se puso muy gordito y le encantaba salir a tomar el sol a la terraza del patio interior de casa y se echaba al suelo revolcándose de un lado a otro para sentir el calor del astro rey en su mantita de pelo rojizo. A menudo adoptaba esa postura hierática, tan propia de los felinos, de ponerse tendido sobre sus cuatro patas y mi padre decía entonces que parecía una esfinge egipcia.
También le gustaba arañar el papel de la paredes del salón. Recuerdo que el muy travieso, se ponía a rascar el papel cuando no estábamos ninguno de nosotros por ahí y cuando nos oía que íbamos para allí, arañaba más rápido antes que llegásemos. Tuvimos que cambiar ese papel de la pared porque Ulysses lo dejó echo trizas.
Mi hermana Patricia guardó, como recuerdo, una porción de ese papel arañado por nuestro gatito. También guardábamos en una cajita plateada, los bigotitos que se le caían.
Nos lo llevábamos de vacaciones allá dónde fuéramos. Y mi padre incluso le compró un arnés para poderlo sacar a pasear en verano cuando fuésemos a la playa. Pero la primera vez que lo sacó a pasear, Ulysses se pegó tal susto al oír los coches en la calle que quiso entrar a casa rápidamente y nunca más mi padre intentó volver a sacarlo a pasear con arnés.
Recuerdo que a mi padre le gustaba ponerse a Ulysses a los hombros como si llevase un corderito a cuestas. Pero ya se sabe que los gatos son muy suyos y a veces se revuelven si no están cómodos. Eso es lo que pasó un día que mi padre lo cogió y se lo cargó a los hombros como hacía de costumbre. Pero en esa ocasión, el minino se revolvió y se le subió a la cabeza a mi padre y le clavó las uñas en el cuero cabelludo. Suerte que mi padre logró apartarlo con cierta rapidez y no pasó nada excepto los arañazos en la calva. Nos reímos un montón con esa imagen de ver como Ulysses se subía de los hombros a la cabeza de mi padre. Ya le avisábamos que no cogiese a Ulysses de esa forma que algún día se le rebotaría. Y es que, como decía el escritor de «Don Quijote de la Mancha», Miguel de Cervantes,
«Aquellos que jueguen con gatos deben esperar ser arañados«
Desde aquél percance mi padre se cuidaba muy mucho de subir al gatito a sus hombros.
A mi padre le gustaba llevar a bendecir a Ulysses a la iglesia los 17 de enero de cada año. Esa fecha es San Antonio Abad, el patrón de los animales, y mi padre y nosotros soliamos ir ese día a la iglesia de San Pablo de Zaragoza para que bendijsen a nuestra querida mascota. De nuevo aparece un Santo relacionado con los animales, como lo fue San Francisco de Asís, y es que San Antón se consideraba el patrón de los animales por sus episodios con bestias salvajes durante su primer retiro y su descubrimiento de la sabiduría a base de observar a los animales y del amor divino a través de la naturaleza.
Mi padre disfrutaba enormemente con esa celebración y con la procesión que los fieles realizaban por las calles aledañas a la Iglesia siguiendo el paso de San Antón. La primera bendición de Ulysses fue estando yo fuera de Erasmus y mi padre, en una de sus cartas, me relataba el acontecimiento con todo lujo de detalles !e incluso me dibujó la talla de San Antón!
Curioso era el cerdito con campanilla que aparecía en la talla a los pies de San Antón. Ese cerdito tenía un significado muy cristiano y es que el cerdo era considerado como impuro y detestable por el cristianismo en el Antiguo Testamento. El cerdo era símbolo del mal y, por ello, el cerdito que aparecía en la talla a los pies de San Antón significaba la victoria de la fe cristiana sobre lo satánico. Incluso el tamaño del cerdito, nunca reflejado en las proporciones reales sino en un tamaño muy inferior, acrecentaba esa idea de sometimiento.
Sin embargo, por lo arraigado del cerdo en las culturas precristianas europeas, ni siquiera el mensaje de la Biblia pudo hacer que fuese repudiado, ya que se tenía en gran estima. La atribución al santo viene de que, según la leyenda, en cierta ocasión se le acercaron una jabalina con sus jabatos. Ésta suplicaba la intercesión milagrosa de San Antón porque sus crías habían perdido la visión. Conmovido, San Antón, curó la ceguera de los animales y desde entonces la jabalinaa no se separó del santo. Lo defendió de cualquier alimaña que se acercara a él con no muy buenas intenciones.
Y así tradicionalmente el apelativo de cerdo de San Antón se refería a un cerdo doméstico que era alimentado entre todo el pueblo. El cerdo entonces era mimado y engordado hasta ser sacrificado siete meses después, el 17 de enero, fiesta de San Antonio Abad. Aquel cerdo iba provisto de una campanilla al cuello y, con su sonido, avisaba a los vecinos que había que echarle algo de comer. Estos animales eran inteligentes y pronto aprendían a qué portal debían acercarse para conseguir el mejor sustento. Por ello, al contrario de lo que se podría sospechar, la presencia del cochino en la puerta de un hogar era una demostración de opulencia de esa familia y el sonido de la campanilla pregonaba cuáles eran aquellas envidiables casas.
En posteriores bendiciones del día de San Antón en las que pude estar yo en primera persona, entendí perfectamente porque a mí padre le gustaba tanto esa celebración católica.
Mi padre cogió mucho cariño a un gatito que apareció en el patio-jardín de la Iglesia Nuestra Sra. del Perpetuo Socorro que está en la Avda. Goya 7 de Zaragoza. Nosotros íbamos los domingos a misa a esa Iglesia porque entonces vivíamos en la calle Doctor Lozano y nos correspondía esa parroquia. Mi padre bautizó a ese minino con el nombre de Midas. Era un felino todo naranjita y mi padre y mi hermana Patricia le compraban pienso y se lo llevaban para que se lo comiese. Mi padre al llegar a casa , y comparar las condiciones precarias en las que vivía el otro gatito y las buenas condiciones en las que vivía nuestro gatito, le decía a Ulysses acariciándole :
“¡qué suerte tienes de vivir en una casita en la que te quieren, te cuidan y te dan de comer. Otros gatitos no tienen esa suerte y viven en la calle sin ningún hogar y comiendo lo que se en cuentan por ahí!”
Otro gatito al que mi padre tenía en mucha estima era a Willy, el gatito que tuvo mi gran amiga Marta, alias Pollitin, durante muchos año. Willy era un gato atigrado, de color naranja, muy gordito, y si te acercabas a él y se dejaba acariciar, entonces le tenías ganado. Se parecía físicamente a nuestro Ulysses. Cuando mi amiga Marta tenía que ausentarse de su casa algunos dias, nos pedía que fuésemos a echar un vistazo al gatito de vez en cuando para que no le faltase ni agua ni comida. Y mi padre encantado que iba a visitarlo para cuidarlo.
Pero llegó ese día que todos los que tienen un animalito, no quieren que llegue. Llegó el día de despedirse de Ulysses. Se puso malito por una insuficiencia renal y desgraciadamente murió a los 14 años (edad gatuna). Todos en la familia quedamos devastados. Aunque mi padre se educó en la época en la que se decía que los hombres no debían llorar para no mostrar debilidad, en aquella ocasión mi padre derramó lágrimas por ese minino que nos hizo tan felices durante tantos años.
Posteriormente tuvimos otro gatito, en este caso hembra, y se llamaba, y llama, Pitusa. Es otra bendición de animalito. Pero creo que mi padre intentó no entregarse tanto a ella, como hizo con Ulysses, por el temor de amarla demasiaso y luego volver a sufrir por perderla. Sin embargo, mi padre se marchó antes que Pitusa y ahora es ella quien sufre la ausencia de mi padre.