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Este capítulo lo quiero dedicar a los sellos, esas pequeñas estampillas que te pueden transportar en el tiempo y en el espacio. Y también lo quiero dedicar a los relojes, esos instrumentos que te sitúan en un momento determinado del tiempo. Ambas máquinas del tiempo te pueden tanto hacer soñar como hacer vivir una realidad. Mi padre fue amante de su colección en un deseo por aferrarse a un presente inevitable y en un anhelo por acariciar un pasado no vivido y por alcanzar unos confines del mundo nunca visitados. Las aficiones llenan tu tiempo, pero sobre todo completan tu espíritu.

El Gran Pakitín y sus Sellos

A mi padre le encantaba coleccionar sellos y lo hacía desde hacía más de sesenta años. Sus sellos más deseados eran los de principios de la década de los 50 porque eran de los años anteriores a los que él empezó su colección. Lógicamente, los sellos anteriores a 1950 eran imposibles de conseguir, como decía él: “eran prohibitivos”. Esperaba con ilusión que los Reyes Magos le trajesen algún sello difícil de conseguir, no en vano cada año escribía su carta a SS. MM por si ellos podían obrar el milagro.

Todo cambió el 17 de Mayo de 2021

Cada cierto tiempo encargaba sellos a varios estancos en Zaragoza, uno que había en la calle Hernán Cortes y otro que estaba situado en la calle Delicias 22 de Zaragoza. Los últimos que encargó, a principios de 2021, se los acercó a casa Eduardo, el dueño de uno de los estancos, porque mi padre salía poco de casa por el tema de la pandemia. Dichos sellos quedaron en el sobre que le trajo el estanquero ya que, como mi padre ingresó en el hospital el 11 de abril de 2021, no tuvo tiempo de organizarlos.

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El colocar cada sello en su casilla correspondiente de las hojas clasificadoras de cada álbum era una tarea muy meticulosa, como él decía era un auténtico “trabajo de chinos”. Mi padre parecía como una hormiguita recopilando sellos y luego colocándolos en el lugar adecuado. De nuevo el Parkinson parecía desaparecer cuando disfrutaba de su pasión por la filatelia. Así que con paciencia, unas pinzas y una lupa, iba rellenando los álbumes.

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No menos importantes que los álbumes de sellos, eran los catálogos de sellos. Los catálogos de sellos son el libro de cabecera de cualquier coleccionista filatélico y aportan información referente a la fecha de emisión, la tirada, la imagen del sello y su cotización aproximada. La marca Edifil es muy popular en el mundo filatélico y mi padre utilizaba principalmente esa marca de catálogos como guía para ordenar y clasificar sus sellos.

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Encontré recientemente en el altillo de un armario del salón de casa una caja con unos sobrecitos con sellos dentro. Eran sellos de hacía unos 50 años, más o menos de los años 70, y eran de diferentes países del mundo. Ignoro si mi padre tenía localizada esa cajita. Yo, por si acaso, la he puesto con el resto de sus álbumes para que estén todos los sellos juntos. De esa cajita he hecho una selección, y aparte de lo bonito de las imágenes de las estampillas, se puede intuir la tarea de investigación y búsqueda que hizo mi padre para poderlos conseguir dado que algunos son de países en los que mi padre nunca estuvo.

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El Gran Pakitín y sus Relojes

Su pasión por los relojes, los pelucos como los llamaba él , le venía de su obsesión por el tiempo. La puntualidad era muy importante para él. No le gustaba esperar y siempre miraba el reloj para ver la hora que era aunque la hubiese mirado hacía un momento. Cuando le tocaba esperar decía:

Estoy sentando en el banco de la paciencia”

Del mismo modo, no le gustaba llegar tarde a los sitios si había quedado con alguien. El reloj era su mejor aliado para cumplir con la puntualidad.

Le encantaba dar cuerda al reloj de pared que tenemos en  la sala de estar y al reloj de pie que tenemos en el salón. 

Todo cambió el 17 de Mayo de 2021
Todo cambió el 17 de Mayo de 2021

A menudo mi padre bromeaba y decía que a ver si se iba a parecer al Rey Carlos IV de España. Nacido en 1748 fue hijo y sucesor de Carlos III. A Carlos IV  se le conocía como el “Rey relojero”. Dicho monarca borbón tenía afición por todos los objetos mecánicos y científicos, por los artefactos cronometradores y, en especial, por los autómatas, que le fascinaban. Estaba obsesionado con los relojes y los coleccionaba en gran número y los ponía en hora, y daba cuerda, personalmente.

Era tal la atracción que sentía por los relojes desde temprana edad que llegó a tener en palacio un pequeño taller propio, donde creaba y reparaba maquinarias. Llegó a poseer en vida millares de relojes de pequeño tamaño y centenares de relojes de sobremesa. Desafortunadamente, los incendios acaecidos en algunos de los edificios que los albergaban y el expolio en algunos momentos de guerra hicieron desaparecer la mayor parte.

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Recuerdo que en una ocasión el reloj de pared se adelantó tanto que mi padre dijo:

“¡A este paso nos tomamos las uvas en las fiestas del Pilar! ”

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Mi padre tenía una colección de relojes de pulsera. Añadió a esa colección de relojes, un reloj de bolsillo que le regaló mi madre en una ocasión y que lo llevó durante una buena temporada. Iba todo orgulloso luciendo la leontina que prendía el reloj de bolsillo al chaleco.

Un reloj de pulsera muy especial para mi padre y que guardaba con mucho amor, y a la vez con mucha pena, fue el reloj que su padre, el abuelo Paco, llevaba cuando murió al ser atropellado. Confieso que cuando era pequeña, me metía en el despacho de mi padre sin que él lo supiese, para tener entre mis manos ese reloj, para tener entre mis manos algo que hubiese llevado mi abuelo y de esa forma poderle sentir.

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Otro reloj de pulsera muy especial fue el que le regalamos por su último cumpleaños el 23 de febrero de 2021 ¡Lo lucía con tanto orgullo! . El día de su último cumpleaños fue muy feliz y se sentía muy querido por tantos regalos que recibió. Se hubiese merecido todos los regalos posibles. Se merecía todo.

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El reloj que llevaba en el hospital cuando falleció, está con los demás relojes de pulsera que atesoraba.

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Desde que mi padre murió, el reloj  de pared, el reloj de pie y todos los relojes de pulsera de su colección están parados. Sus manecillas no marcan las horas. Nadie les ha vuelto a dar cuerda. Es como si el tiempo se hubiera parado en mi casa. No se volverá a escuchar el sonido de los cuartos y las horas puntas del reloj de pie del salón. Los relojes en silencio, comparten con nosotros el dolor por la pérdida de mi padre. Los relojes y sus manecillas, hacían girar el mundo. Mi padre y  sus manos, hacían girar nuestro pequeño mundo.

No quiero acabar este capítulo sin poner algo de humor, y como haría mi padre, contar alguno de sus chistes preferidos de relojes:

“Le dice uno a otro: ¡Juan, te vendo un reloj” y Juan pregunta : ¿Y para que quiero yo un reloj vendado?”

“Estaba un pastor ordeñando una vaca en el monte y pasa un transeúnte y le pregunta al pastor: ¿Perdone, podría decirme qué hora es?

y el pastor cogiendo la vaca en brazos y alzándola con mucho esfuerzo hasta por encima de su cabeza le contesta al transeúnte: Son las doce y cuarto.

El transeúnte le da las gracias al pastor y retoma su camino. Al día siguiente el mismo transeúnte pasa por el mismo lugar y vuelve a ver al mismo pastor, ordeñando una vaca, y pregunta de nuevo la hora. El pastor coge la vaca en brazos y la eleva con mucho esfuerzo hasta por encima de su cabeza y contesta al transeúnte: Son las doce en punto.

El transeúnte no puede evitar preguntar al pastor: ¿Por qué levanta la vaca en brazos cuando le pregunto la hora?

Y el pastor le contesta muy convencido: Porque si no la vaca no me deja ver el reloj de la iglesia que está allá en frente”

O haría referencia a un sello de chiste:

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