El Gran Pakitín y el «Meccano»
Mi padre tenía muchas aficiones, pero de entre ellas la que le apasionaba desde niño eran las construcciones con el Meccano. Y es que el Meccano era un juguete de diseño racionalista y precisión de ingeniería.
Originalmente consistía en 15 elementos prefabricados de hojalata con perforaciones que se unían de forma sencilla con tornillos y tuercas. Posteriormente se desarrollaron kits de montaje y se añadió color a las placas, convirtiéndose en el arquetipo de juguete de construcción del siglo XX y en una fuente de diversión inacabable para los niños, y los no tan niños.
El Meccano fue creado por Frank Hornby en 1901. Hornby era un inventor inglés que una vez concluida su jornada de trabajo como importador de carne, dedicaba su tiempo libre al desarrollo de pasatiempos sanos y constructivos para niños. La inspiración para este genial producto le surgió en un viaje en tren al observar una escena industrial a las afueras de Liverpool, su ciudad natal. Su sueño infantil de construir una grúa que pudiese levantar cosas enormes y la original idea de aplicar principios de construcción modular prefabricada a la industria del juguete, fueron tomando forma en su pequeño taller en el jardín de su casa hasta hacerse una realidad. Poco a poco Hornby refinó su idea, ampliándola a muchas más posibilidades, incluyendo todo tipo de estructuras y vehículos, siempre bajo principios mecánicos correctos. Patentó el sistema bajo el nombre “Mechanics made easy” que posteriormente pasó a llamarse Meccano.
Era un juego que requería habilidad, destreza, creatividad, originalidad y paciencia, virtudes que mi padre poseía, con lo cual no era de extrañar que ese juguete llamase su atención a muy temprana edad. Su prima Julita me contaba que a comienzos de los años cincuenta ella y su hermano Cesarin (al que llamaban familiarmente “El Chache”) iban muchas tardes con su madre Consuelo, la hermana de la madre de mi padre, a jugar a la casa de la calle Canarias nº 30 1º A. Decía Julita que su hermano y ella iban muy contentos atravesando la Ronda de Valencia, la calle Embajadores, la calle Palos de Moguer… hasta llegar a la calle Canarias nº 30. Mientras las dos hermanas, Chelo y Teresa, charlaban de sus cosas en el cuarto de estar, Julita y Cesarin pasaban la tarde jugando con sus primos Paquito y Monicha.
A Julita y a su hermano les volvía locos el Meccano de Paquito. Julita recordaba que mi padre hacía grúas, torres y todo tipo de construcciones y que podía pasar horas poniendo tornillos en esas especies de palitos metálicos llenos de agujeros. Mi padre había nacido tres días antes que mi tía Julita y por eso se consideraba mayor y era el que mandaba en los juegos. De vez en cuando, mi padre dejaba a Julita poner alguna pieza en sus proyectos y entonces Julita se sentía la niña más feliz del mundo. Cuando mi padre falleció, Julita me emocionó con las siguientes palabras que le dedicó:
“Algún día, Paquito, subiremos todos allá arriba dónde te encuentras, en una escalera hecha de palitos gigantes llenos de agujeros y una vez allí jugaremos todos con un Meccano maravilloso y seremos eternamente felices”
Cuando mi padre fue más mayor y quiso recuperar los Meccanos con los que jugó de niño, le preguntó a su padre, el abuelo Paco, que dónde estaban y el abuelo Paco, casi sin inmutarse, contestó:
“¡Uy, hace años que los tiramos!”
Mi padre quedó profundamente desilusionado al no poder tener sus Meccanos de cuando era niño, pero se propuso volver a tener una colección de Meccanos. Y poco a poco lo fue consiguiendo. De hecho, mi hermana Nacho un año se erigió como un auténtico Rey Mago de Oriente y le escribió una carta para hacerle ofrenda de un regalo muy especial relacionado con su pasión constructora:
Se pasaba horas y horas atornillando piezas, nivelando pesos, tomando medidas, haciendo cálculos. Como decía él :
”¡Se me va el santo al cielo! ”
Y era cierto, llegó a ponerse un horario para jugar al Meccano y controlar el tiempo que dedicaba a ello porque era capaz de perder la noción del tiempo. Muchas veces yo me levantaba de madrugada y le veía en su despacho con alguna construcción entremano y me decía:
“¡Es que a estas horas es cuando estoy más lúcido!”
Cuando construía, las piezas empezaban en su mesa y muchas, como los tornillos y las tuercas, acababan en el suelo de su despacho durante el proceso de creación. Era muy normal encontrarle recogiendo su despacho después de haber construido algo. Yo le decía de broma: “¡Cuida papi que se te han caído unos tornillos! ¡Igual son de tu cabeza!” y él me miraba de reojo, sin apartar la vista de una tuerca que enroscaba a un tornillo, o de una arandela que colocaba en la cabeza de un tornillo, y me dedicaba una sonrisa de complicidad. Daría lo que fuera por volver a ver el suelo de su despacho lleno de sus piezas de Meccano, lleno de su genialidad, lleno de él.
De hecho estuvo jugando al Meccano hasta que ingresó en el hospital. Ni el Parkinson que padecía desde hacía ocho años, le impedía disfrutar de su afición. De hecho parecía que los temblores de manos ocasionados por dicha enfermedad desaparecían cuando realizaba sus construcciones meccaninfas.
Hay en su despacho una estantería negra que, como comenté en otro capítulo del blog se la compraron mi hermana Irene y su novio Dan, y mi padre estaba entusiasmado con ella ya que encajaba perfectamente en el hueco del despacho que él quería. En sus estantes colocaba unas cajas de plástico con unos cajetines en las que guardaba todas las piezas listas para ser utilizadas en cualquier momento. Cada caja estaba perfectamente etiquetada haciendo referencia a su contenido: tuercas y tornillos marklin, cigüeñales, arandelas, collarines, adaptadores, soportes, engranajes, cadenas, viguetas planas, tiras perforadas, etc.
Leía, si era el caso, artículos en inglés o en francés que le pudiesen aportar nuevos conocimientos para sus creaciones.
Tenía catálogos en los que se explicaba como construir desde sencillas, o curiosas construcciones hasta auténticas obras de ingeniería.
El presidente de la asociación, Antonio Valero Aicua, era un hombre que, según mi padre, dirigía la asociación con muy buen criterio. Mi padre le consultaba temas sobre el Meccano, y así por ejemplo mi padre le escribió un email en que le comentaba:
“Estoy construyendo una pala excavadora que aparecía en el boletín nº21 de la ACEAM y lo único que no tengo es para poner lo del mando. Quiero hacer una pala excavadora más ligera por problema de arrastre con los motores que tengo. Para aligerarla he puesto las orugas de plástico o goma y las estoy cortando de suela de zapatos de casi 5 mm de espesor que le he comprado a un zapatero”
Mi padre recibía boletines periódicos de la asociación en los que se hablaban de infinidad de temas en relación al Meccano. En el boletín nº38 de Diciembre de 2021, al final de la Editorial aparecen las siguientes palabras por el fallecimiento de mi padre
“… enviamos nuestras condolencias a la familia de nuestro socio Francisco Morillo Pérez fallecido hace unos meses. Descanse en Paz”
Hay en casa una noria a medio construir ¡que no sé cuántas veces repitió hasta conseguir el equilibrio que él buscaba!.Le hizo un par de vagonetas, pero está inacabada.
Incluso, como comenté en el capítulo dedicado a su nieto Miguelin, entre los dos habían organizado las piezas para empezar a construir el Tower Bridge de Londres. Mi padre se fue demasiado pronto. Demasiado pronto como para poder enseñar a su nieto Miguelin todo lo que quería transmitirle de su afición. Sin embargo, mi padre ya había dado el primer paso. Había encendido la antorcha y la sostuvo y estiró la mano para acercársela a Miguelin con toda su dedicación, amor, pasión y entrega. Espero, y deseo, que Miguelin se convierta en el justo relevo de mi padre en este juego que le acompañó durante toda su vida.
Acabo el capítulo dejando como muestra varios botones… no es pasión de hija, era un auténtico constructor de ilusiones.