Dedico este capítulo a “La Titis”, mi madre. El complemento perfecto de mi padre. Se hicieron uno, pero eran dos. Eran su todo. No podían vivir el uno sin el otro, pero precisamente la vida hizo que se separasen en este mundo. En este mundo donde hoy en día los matrimonios se separan porque según decían mi padres: “Ahora los matrimonios no aguantan nada”. Mis padres estuvieron juntos en los buenos momentos, pero también en los malos. Una unidad inquebrantable porque cuando uno caía el otro lo levantaba. Ese es el verdadero sentido de la unión entre dos personas que se quieren, aceptar al otro como es y complementarse el uno con el otro. Completarse para ser un todo. Todo encaja. Todo gira. Todo avanza.
La historia de los Titis
“La Titis”, “La Jefa”, “La Cuqui”, “La Curri”, “La Currititis”, “Carñín”, “Currichinchin”, “Cielín”, todos estos nombres utilizaba mi padre para llamar a mi madre. La mujer que fue, es y será la mujer de su vida. Mi padre estaba enamorado de ella hasta las trancas y no dudaba en demostrarle su amor en cada momento. Mi padre y mi madre eran muy diferentes entre sí. Eso de que “dos que duermen en un colchón, se vuelven de la misma condición”, no se cumplía en su caso. Pero se complementaban a la perfección y resultaban entrañables y, en muchas ocasiones, hasta cómicos.
De mí madre hablé al principio de este blog, y contaba su infancia, su adolescencia y cuando conoció a mi padre.
Para ponernos en situación, y recordar lo más destacado, mi madre, María del Carmen Sánchez Ortuño nació el 26 de agosto de 1944 en Hellín (Albacete). Cuando tenía unos dieciséis años, ella y parte de su familia se trasladaron a Tarrasa (Barcelona). Allí, en la antigua “Egara” conoció a mi padre que estaba estudiando para ser Ingeniero Industrial.
También conté un hecho muy duro, que marcó mucho a mi madre y a todos nosotros, y es que a mi madre le detectaron un cáncer de pecho a los 37 años. Esta enfermedad le dejó secuelas psíquicas y físicas difíciles de superar. Pero mi madre era una mujer fuerte, una hellinera de armas tomar, y siguió adelante teniendo que criar a cuatro hijos. Y lo hizo de maravilla. Mi padre siempre admiró la fortaleza con la que mi madre afrontó esa y todas las adversidades que sufrió en su vida.
La Titis y sus sentencias
Mi padre decía: “La titis cuando habla, sentencia” y así surgió una norma implícita en casa que mi padre articuló de la siguiente forma:
«Artículo 1. La jefa siempre tiene la razón
Artículo 2. En caso de no tenerla, se aplicará el artículo primero»
Mi padre siempre decía que: “la titis habla para inteligentes”. Y era cierto. Cuando hablabas con mi madre, ella estaba un paso por delante de ti. Cuando hablabas con ella, hablaba, pero a la vez se mantenía pensativa. Y entonces, de repente, en una conversación sacaba a relucir verbalmente algunos de esos pensamientos que se adelantaban al interlocutor y que habían sido muy madurados en su cerebro. A menos que no hubieses estado en su cabeza, era imposible averiguar a qué se refería mi madre en ese momento. Sin embargo, mi padre, era uno de los pocos, que aprendió a descifrar el lenguaje inteligente de mi madre.
«Hay que consultarlo con el Gran Sanedrín»
y El Gran Sanedrín no era otro que “La Titis”. Históricamente, El Gran Sanedrín de Jerusalén era un consejo administrativo formado por setenta miembros cuyas funciones eran básicamente la legislativa y la judicial. Además, ostentaba la representación del pueblo judío ante la autoridad romana. Era competente en asuntos religiosos, penales y civiles, ¡casi nada!
Mi padre siempre hacía gracias y tonterías, especialmente cuando mi madre estaba enfadada o triste. Era la forma que mi padre utilizaba para conseguir calmar a mi madre. Pero mi madre era dura de roer y cuando veía a mi padre que le hacía tonterías mi madre le decía: «¡Anda Paco, no digas tonterías!» y mi padre le contestaba: “¡Pero titis, si hago tonterías para que te rías!”. Y al final los dos acababan riéndose.
La Titis y sus plantas
Mi padre era muy detallista con ella, siempre quería agasajarla. Pero como decía él:
«La titis es very difficult to please»
es decir, “La Titis” era muy difícil de complacer. Cuando mi padre le regalaba algo a mi madre, ella decía: “¡Paco, te he dicho que no me regales nada! ¡que no te gastes dinero!”. Como era tan complicado regalarle algo a mi madre, al final mi padre optó por apostar a caballo ganador, es decir, regalarle plantas. Esas plantas siempre iban acompañadas de unas palabras en una notita.
A mi madre siempre le han gustado las plantas y mi padre decía que tenía muy buena mano con ellas, y era cierto. En casa tenemos una pequeña terraza que da a la Calle Ricla y que mi madre la llena de macetas, especialmente de geranios, y enseguida florecen. Es el sitio de su recreo. Allí ella disfruta y mi padre, que lo sabía, no dudaba en obsequiarla con flores y plantas.
Los Titis amarraditos
Cuando los dos iban por la calle, o bien de paseo o bien para hacer recados, era muy bonito verlos andar porque iban siempre cogidos de la mano. Como las parejas de antes cuando eran novios o empezaban una relación sentimental, así eran mis padres, inseparables. Como una de las canciones preferidas de mi padre, “Amarraditos”, de María Dolores Pradera:
“Vamos amarraditos los dos, espumas y terciopelo.
Yo con un recrujir de almidón y tú, serio y altanero.
La gente nos mira con envidia por la calle.
Murmuran los vecinos, los amigos y el alcalde.
Dicen que no se estila ya más, ni mi peinetón ni mi pasador.
Dicen que no se estila, o no, ni mi medallón ni tu cinturón.
Yo sé que se estila tus ojazos y mi orgullo
cuando voy de tu brazo por el sol y sin apuro.
Nos espera nuestro cochero frente a la iglesia mayor
y a trotecito lento, recorremos el paseo.
Tú saludas tocando el ala tu sombrero mejor
Y yo agito con donaire mi pañuelo”
En una ocasión, para celebrar uno de sus aniversarios de casados, mi padre y mi madre fueron a escuchar cantar a María Dolores Pradera al Auditorio de Zaragoza. A mí padre le encantó asistir a tal evento y lo recordaba con mucha emoción. Mi padre sintió mucho la muerte de María Dolores Pradera el 28 de mayo de 2018. Se iba “la gran dama española de la canción” que con su música y su «fina estampa» acercó las dos orillas del Atlántico.
La Titis y sus porras con chocolate
Mi padre y mi madre solían ir los domingos por la tarde, después de oír misa en la Iglesia del Carmen, a tomar churros con chocolate a una churrería llamada “La Fama” situada en el casco antiguo de Zaragoza. A mi madre le gustaban las porras que hacían en esa churrería y disfrutaba mucho comiéndolas. Mi padre no era de dulces, pero su disfrute era ver cómo mi madre saboreaba esas porras con ese chocolate caliente.
Una vez fallecido mi padre, a mi hermana Irene se le ocurrió que sería buena idea llevarle porras a mi madre todos los viernes de invierno por la tarde y preparar el chocolate en casa. Mi hermana Irene iba a comprar las porras a la misma churrería a la que iban mis padres. Cuando mi hermana llegaba a casa, ella, mi madre y yo compartíamos ese momento juntas, conversando y comiendo. Sabíamos que mi padre nos acompañaba en esos momentos, aunque el dulce no le fuese demasiado.
La Titis y su playa
A mi madre le encantaba ir de vacaciones de veraneo a la playa. Le encantaba tomar el sol vuelta y vuelta, como una lagartija. Sin embargo, a mi padre no le gustaba tomar el sol. Cuando mi padre tomaba el sol, cronometraba 15 minutos de cara y otros 15 minutos de espalda, y ese era el tiempo que mi padre estaba al sol un día de playa, ni más tiempo ni menos tiempo. Justo esos 30 minutos. Entonces lo que hacía mi padre para estar con mi madre en la playa y no tener que estar achicharrándose al sol, era ponerse debajo de la sombrilla y leer el periódico. Y cuando mi madre, por ejemplo, quería echarse un chapuzón, mi padre salía de la sombrilla y los dos se iban juntitos de la mano a meterse en el agua.
Otra técnica que tenía mi padre para que las largas sesiones de playa con mi madre fuesen más llevaderas, era hacer recaditos de vez en cuando. Y así, por ejemplo, se iba al hotel o al apartamento, según fuese el caso, a por una botella de agua fría para que mi madre bebiese en la playa. Igual hacía otro paseíto a comprar el periódico. Otro a comprar el pan. Y con esas idas y venidas el día de playa era más soportable para él.
Cuando a mi padre le extirparon el páncreas el 28 de marzo de 2017, él ya no se sentía cómodo haciendo viajes largos por el engorro de la insulina y ya no pudo ir de veraneo con mi madre a la playa. Pero mi padre quería tanto a mi madre, que incluso con lo nervioso y preocupado que se quedaba, prefería que mi madre se fuese sola a la playa y disfrutase, aunque él no pudiese acompañarla.
Como solía decir mi padre:
“¡Es que la titis necesita el sol!”
Entonces mi padre hacía de tripas corazón y él y mi madre se separaban durante un mes y medio. En su estancia en la playa mi padre y mi madre se llamaban por teléfono muchísimas veces al día. Tanto era así, que mis hermanos y yo, de broma, los llamábamos “los plasta-titis”. Y es que no podían vivir el uno sin el otro, y el otro sin el uno.
La Titis y su sagaces sentidos
Mi madre tenía el olfato y el oído muy desarrollados. Enseguida olía todo y oía todo. Mi padre, al contrario, tenía muy poco desarrollados esos sentidos. Su pérdida de audición era genética porque su padre, el abuelo Paco, también la padecía. Cuando mi padre no escuchaba bien hacía el ademán de ponerse la mano en la oreja para que el pabellón auricular estuviese más orientado y así poder oír mejor.
Entonces mi madre le decía a mi padre: “¡Paco, necesitas un sonotone!”, cosa que a mí padre le horrorizada. Mi padre bromeaba y se imaginaba llevando una trompetilla como antiguamente se utilizaba. Le dijimos que ahora los audífonos casi no se notaban, aún así no le hacía ni pizca de gracia llevar ningún tipo de aparato en los oídos.
Los Titis y sus cosas
Ya hace unos cuantos años, mi padre y mi madre acudían con unos amigos suyos, Juanito y Florinda, a unas reuniones que se celebraban en los salones de los hoteles y en las que una empresa ofertaba su producto y hablaba de las cualidades y beneficios del mismo. Al final de la reunión se daba un obsequio a todos los asistentes. Mis padres disfrutaban de esas veladas porque estaban con sus amigos, les daban un regalito y muchas veces se interesaban por los productos ofertados y compraban alguno.
Mi madre era mucho más tranquila que mi padre. Mi padre se ponía muy nervioso si habían quedado y se retrasaban. Cuando quedaban con amigos, a oír misa o para ir a alguna cita con el médico, mi madre siempre salía con el tiempo justo y ya tenias a mi padre mirando su reloj y diciéndole que se diese prisa. Mi madre le decía: «¡Paco, eres un cagaprisas! ¡No me pongas nerviosa que llegamos enseguida!” y bueno, tarde, pero al final llegaban. Mi madre entonces decía: “¡Ves Paco, ya hemos llegado. Más vale tarde que nunca!”
Mi padre siempre ha sido de ciudad más que de campo. Al contrario de mi madre que nació rodeada de campo y animales. Mi madre le decía: “¡Es que eres un señorito de ciudad!»
De hecho, en una ocasión nos llevamos a mi padre a hacer una excursión al bosque y volvió con arañazos, alguna picadura de insecto y diciendo que era la última vez que salía por el campo. Y es que a mi padre no le gustaban para nada los bichos, insectos y similares. Siempre era mi madre la que acababa deshaciéndose de ellos. Recuerdo que en una ocasión estando de veraneo en la playa, entró en la cocina una libélula que más bien parecía un helicóptero. Pues bien, la cocina era pequeña y en el momento que entró la libélula estábamos mi madre, mi padre y yo. Pues cogió mi padre y rápidamente salió de la cocina y mi madre y yo nos quedamos lidiando con semejante pedazo de libélula.
La Titis y su modernez
Mi madre era más moderna vistiendo que mi padre. Ella siempre le decía: “¡Eres un antiguo!” o “¡Estás chapado a la antigua!”. Así que iban los dos juntos a comprar ropa para mi padre. A mi padre no le gustaba ir de compras y es que mi madre se paraba en todos los escaparates que veía. Cuando entraban a una tienda y mi padre ya veía que la cosa iba para largo, optaba por esperar a mi madre en algún asiento que hubiese en el comercio.
Mi madre siempre ha tenido muy buena mano a la hora de ir a comprar y conseguir que por la compra le hiciesen algún barato o le diesen algún regalito. Entonces mi padre bromeaba exagerando la situación y decía que mi madre hubiera dicho al tendero: “¿y no tendría una tortillita de sobra? ¿Y unas croquetitas para llevarnos? “, queriendo decir que a mi madre no le dolían prendas a la hora de pedir. Aunque ya se sabe también que ante el vicio de pedir, la virtud de no dar, cosa que mi madre a veces experimentó en esos regateos con los que tanto disfrutaba en las compras.
A mi padre le gustaban el color marrón, el negro, o el azul oscuro para vestir y mi madre le decía: “¡Paco, que parece que vas a un entierro!”. Así que cuando volvían de comprar ropa, mi padre había conseguido rascar alguna prenda del color que le gustaba a él, pero el resto eran de colores más llamativos elegidos por mi madre. Y la verdad es que a mi padre le acababan gustando mucho los modelitos coloridos que le compraba mi madre. Estaba muy guapo y le sentaban muy bien así que salía de casa muy contento con sus nuevas adquisiciones textiles. Recién casados, mi madre compró a mi padre un abrigo precioso y que le quedaba de maravilla, tanto que Fernando M., un amigo y compañero de mi padre de Marconi, le dijo al verle con el abrigo: “¡He visto a marqueses con peor aspecto que tú!”
Mi padre siempre decía: “Parece que tu madre me huele al sentarme”. Y es que mi madre tenía el don de la inoportunidad de llamar a mi padre para que hiciese algo justo cuando mi padre se acababa de sentar. Se sentaba mi padre, por ejemplo para echarse la siesta, y en ese justo momento mi madre decía: “¡Paco, ven un momento a la cocina que no sé qué le pasa al grifo! ”, “¡Paco, mira a ver si está cerrada la puerta de la habitación de nuestro dormitorio!” o “¡Paco, llama al vecino de arriba que se le ha caído un paño a nuestro tendedero! ”. Entonces, aunque gruñía un poco porque se acababa de sentar, mi padre cumplía con total diligencia las peticiones de mi madre.