Este capítulo se lo dedico a él, al nieto de mi padre, a Miguelín. Con sus sólo casi siete años nos da lecciones de vida cada día. Tiene muchas cosas que me recuerdan a mi padre, pero a la vez es único e irrepetible. Es la ilusión de muchos y fue la ilusión de su abu. Mi padre se quedó a medias con él, apenas empezó a disfrutarlo cuando nos dejó. Sin embargo, sé que mi padre lo vigila y cuida y sé que a veces se escapa del cielo para abrazarle. También sé que Miguelín no se olvidará nunca de su abu porque su recuerdo vive en él.
El pequeño Miguelín
El único nieto de mi padre, de momento, es Miguel. Un niño muy deseado y esperado por todos nosotros y que nació el 11 de enero de 2016 fruto del amor entre mi hermana Patricia y mi cuñado José Antonio. Mi padre le llamaba “Miguelín”, “Fenómeno” o “Artista”. Mi tío José Mario, lo llamaba “Miguelón” intuyendo que sería una persona que haría grandes cosas. Y no se equivocaba. Desde que era pequeñito todos nos dimos cuenta que ese niño era muy especial.
Cuando estaba en la tripita de mi hermana, y no paraba de moverse y darle patadas, imaginábamos que sería un niño vibrante e imparable. Tampoco nos equivocábamos. Está todo el rato moviéndose. Sin embargo, si captas su atención con inteligencia parará y te prestará atención. Me recuerda mucho, en este aspecto, a mi hermano Nacho cuando era pequeño. Tiene también, como mi hermano Nacho tenía, un vocabulario muy adelantado, e incluso resabiado, para su corta edad.
De recién nacido, a mi padre le daba mucho miedo coger a Miguelín en brazos por temor a que se le pudiese caer. Simples inseguridades de un abuelo primerizo, porque mi padre sabía, por experiencia, que un niño recién nacido era lo más delicado de este mundo. Sostenía a su nieto, con gran cuidado, mimo y protección, sujetando su cuello con enorme dulzura y firmeza.
Miguelin llamaba a mi padre “abu Pakitin” y se acuerda de muchas cosas de él. Se acuerda que el abu Pakitin le daba hojas para pintar, rotuladores para colorear y unas tijeras de punta redonda para recortar. Una vez fallecido el abu Pakitin, Miguel nos preguntaba por esas tijeras de punta redonda que tenía mi padre. Él las debió guardar en un lugar escondido por temor a que Miguelín las cogiese sin su permiso y se pudiese hacer daño. Miguelín, no sé cómo, pero las encontró.
Cuando viene a casa, Miguelín dibuja y pinta con unos rotuladores que le regalé yo a mi padre. Sabe que esos rotuladores están en el tercer cajón de la mesa del despacho de mi padre. Él los coge y luego los guarda en su sitio porque sabe que el abu Pakitin era muy cuidadoso con las cosas.
Mi padre atesoraba los primeros dibujos que hizo Miguelin y que eran apenas unas líneas y unas curvas esbozadas en una hoja.
Poco a poco, Miguelín fue perfeccionando su estilo y ahora igual te dibuja un cuadro impresionista que un Picasso. Corre por sus venas la sangre pintora de su tía Irene, su abuela Mari Carmen y su tía abuela Monicha. Juega con los colores de una manera divertida y arriesgada. Sin miedo. Cuando pinta, tiene claro en su mente el resultado que quiere conseguir y lo que quiere expresar.
Cuando mi padre estuvo en el hospital, antes de fallecer, Miguelín le hacía muchos dibujos para demostrarle cuánto le quería y cuánto deseaba que se pusiese bueno.
Desde que era un bebé, Miguelín ha querido formar parte del mundo en el que vive. Es consciente de todo lo que hay a su alrededor. Está integrado completamente en el ecosistema en el que vive, en el planeta en el que habita y en el universo al que pertenece. De más pequeño solía recoger del suelo hojas y ramitas de árboles para llevárselas a casa o regalárnoslas a nosotros.
El universo para él no es algo desconocido ya que desde muy pequeñito se interesó por lo que había por encima del cielo, como mi hermano Nacho. Se conoce todos los planetas, y sus características, al dedillo. Dibuja planetas con todo tipo de pinturas y fabrica planetas con todo tipo de materiales. Ya le he dicho a mi hermana Patricia que se vaya preparando porque este niño le sale astronauta. Aunque Miguelín, para tranquilizar a su madre, le ha dicho que se quedará en tierra y será astrónomo.
Tiene una gran bondad y empatía hacia los que le rodean. Me recuerda mucho a mi padre y estoy muy orgullosa que mi sobrino haya desarrollado esa cualidad tan escasa hoy en día. Esa forma de ser, esa preocupación por los demás, hace que la gente se vea enseguida atraída por él. Esos dos soles, que tiene por ojos en su cara, hablan por sí solos.
Suele ser el líder del grupo en el que está porque su carisma no pasa desapercibido. Y es que tiene muchísimos amigos. Muy parecido también a mi padre en este sentido.
También tiene muchas novias, aunque se avergüenza mucho cuando hablamos de ese tema.
Posee una gran inteligencia emocional que me ha demostrado específicamente con el fallecimiento de su abu Pakitín. Cuando mi padre falleció y Miguelín vio las flores que nos trajimos a casa del funeral, él interpretó que esas flores nos las había regalado mi padre para que no estuviésemos tristes.
Unos meses más tarde de la muerte de mi padre, una noche íbamos él y yo de la mano por la calle y vio que yo tenía los ojos llorosos, supuso enseguida que era porque me acordaba de mi padre y entonces me dijo:
“No te preocupes tata Moni, que el abu Pakitín va a volver siendo un bebé. Va a bajar del cielo porque ahora está en la estrella más brillante de allá arriba”
y señaló una estrella muy brillante que destacaba del cielo oscuro de aquella noche. Ese niño, de apenas seis años y poco más de un metro de altura, me había dejado sin palabras. La rotundidad de sus afirmaciones calmó mi alma y mi corazón, más que cualquiera de las palabras con las que me habían intentado consolar los adultos.
Miguelín, no sólo tiene inteligencia emocional, sino que también tiene inteligencia intelectual. Aprende muy rápido todo lo que se le enseña. Tiene mucha memoria y para él no supone ningún esfuerzo hacer los deberes de clase, aunque le gusta más pasar el tiempo inventando sus propias manualidades. Prefiere los juegos que le hacen pensar, como el ajedrez o el cuatro en raya, a los juegos que le proporcionan sólo divertimento. Mi padre estaba convencido que su nieto era un portento, incluso un superdotado. Yo también lo estoy.
Le encanta disfrazarse y convertirse en seres reales o imaginarios. No hay disfraz que se le resista.
El abu Pakitín, de vez en cuando, se prestaba a semidisfrazarse para contentar a su nieto. Mi padre tenía mucho sentido de la vergüenza, pero con su nieto perdía ese sentido.
Recuerdo que el último cumpleaños de Miguelín que vivió mi padre, como fue el 11 de enero de 2021 y estábamos en plena pandemia, no se podía hacer mucha celebración. Así que, a mí se me ocurrió comprar unas narices de plástico que imitaban a narices de animales y que se ajustaban a la cara con una goma elástica. El abu Pakitín no dudó en ponerse el hocico de ratón para sorprender a su nieto. La idea era esperar, detrás de la famosa puerta batiente de mi casa que servía como “burladero” durante la pandemia, a que llegase Miguelín a casa y nos viese con nuestras nuevas narices.
Cuando llegó Miguelín y nos vio con semejantes narices se quedó sin palabras y no paraba de reírse. Le contamos que cuando nos levantamos por la mañana nos miramos al espejo y nos habían nacido unas nuevas narices. Con esa explicación que le dimos, Miguelín se reía aún más.
Come muy bien, al contrario de su madre cuando era pequeña, y para él siempre es buen momento para dar un bocado a un manjar delicioso. Le gustan los caprichos gastronómicos como a mí padre. Si Miguelín no tiene hambre, hay que preocuparse porque entonces es que le pasa algo, le preocupa algo o está incubando algo.
Le gusta estar activo y vive la vida al máximo, a su corta edad exprime cada momento con mucha intensidad. Hace mil y un deportes ya que tiene mucho control y dominio de su cuerpo. Su psicomotricidad es notoria. Igual te patina sobre ruedas, que te hace un revés con la raqueta, te nada a crol o te da una patada de “muay thai”.
Le gusta moverse sobre dos ruedas, cuatro o las que se presten, y por ello tiene una extensa flota de vehículos que conduce con gran habilidad y maestría. Mi padre solía decir que era un fuera de serie.
Le encanta utilizar las manos para montar construcciones de cualquier tipo. Tiene unas manitas redonditas y regordetas, pero con unos dedos hábiles que encajan piezas con gran precisión.
Mi padre empezó a transmitirle la afición por el Meccano. Entre los dos habían organizado las piezas para empezar a construir el Tower Bridge de Londres, pero mi padre falleció antes de que pudiesen ponerse manos a la obra. Estoy segura que, cuando Miguelín sea un poco más mayor, continuará el legado que dejó mi padre con las construcciones del Meccano.
Es miedoso con determinadas cosas, como buen hijo de su madre Patricia y como buen nieto de su abuelo Pakitín. Le asusta la oscuridad y algún que otro dibujo animado que ve en la televisión. Pero con otros temas, con los que se presupondría que podría asustarse, no lo hace. Es un miedoso selectivo. Eso sí, disfruta asustando a los demás.
A Miguelín le encantaba, y le encanta, urgarse las narices y el abu Pakitín cuando le veía con el dedo en la nariz le decía:
“Anda, anda, ¡qué vas a sacar petróleo!“
y Miguelín se reía mucho al escuchar estas palabras.
Es un niño que suele estar malito a menudo porque padece continuas bronquitis, laringitis y otitis desde muy pequeñito. Cada dos por tres está en la pediatra o en el médico de urgencias. Recuerdo que mi padre, cuando ya hacía tiempo que Miguelín no se ponía malo, le decía a mi hermana Patricia:
“¡Vaya Patricina¡, ¿Verdad que hace tiempo que Miguelin no se pone malo?”
y, curiosamente, al día siguiente Miguelin empezaba con toses y mocos
De más pequeñito Miguelín iba a la guardería “Petete”, que está en la calle Ricla, al lado de nuestra casa en la calle Gran Vía. El abu Pakitín lo iba a buscar a la guardería dos o tres veces a la semana. Cuando el abu Pakitín llegaba a la guardería, los niños estaban colocados en varias filas con sus carritos preparados para que les fuesen a buscar sus padres o algún familiar. El abu Pakitín decía que parecía una parrilla de salida de la Fórmula 1. Pues bien, cuando le tocaba el turno al abu Pakitín para llevarse a Miguelín, las cuidadoras siempre le decían que: “no había hecho cacas y que se había portado muy bien”. El abu Pakitín se reía porque nos contaba que siempre le decían lo mismo.
Una pena que le quedó al abu Pakitín fue no poder llevar al parque a su nieto y jugar allí con él. Las patologías del abu Pakitín impedían que hiciese o compartiese más tiempo con su nieto. Pero el abu Pakitín, como siempre, se adaptaba la situación y disfrutaba de su nieto lo que estaba en sus manos.
Cuando Miguelín venía a visitarnos a casa durante la pandemia, le gustaba hacer juegos de palabras y pasábamos un rato riéndonos y haciendo bromas en la entrada de nuestra casa. A Miguelín le encantaba “castigar” al abu Pakitín cuando fallaba alguna respuesta. Mi padre fallaba aposta, y entonces Miguelín le decía que no podía atravesar las puertas batientes de nuestra casa hasta que él lo ordenarse. Ante tal castigo, el abu Pakitín, siguiendo el juego a su nieto, hacía aspavientos e imploraba que no le castigase y eso a Miguelin le hacía reír a carcajadas.
La esencia de Miguelín es la felicidad. Sus ganas de reír y hacer reír a los demás son sus señas de identidad. Cuenta a menudo los chistes que contaba mi padre, especialmente los escatológicos que eran los preferidos de Miguelín, como aquél que decía:
“Había un chino que tenía un vecino que se llamaba Curro y tenía dos perros que no paraban de ladrar. Una noche, ya harto, el chino llama a la policía y le dice:
-Los pelos del culo no me dejan dolmil.
Y el policía que coge el teléfono le responde:
-¡Y a mí que me cuenta, so tío guarro, pues aféiteselos!”.
El humor de Miguelín ilumina nuestro mundo que se oscureció con la pérdida del abu Pakitín. Él es nuestra esperanza de que los días serán mejores. Él es nuestra ilusión de un futuro. Él da sentido a los días que no lo tienen. Simplemente su sonrisa te hace olvidar las penas del alma.