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Este capítulo se lo quiero dedicar a los compañeros de trabajo de mi padre en Hacienda. Todos ellos en general, y algunos en particular, hicieron que mi padre fuese feliz en su trabajo. Los consideraba como una segunda familia. Mi padre se integró en esa familia, como él siempre lo hacía todo, sin querer destacar. No quería los focos, prefería estar entre bastidores, aunque sin quererlo siempre iluminaba el escenario. Para mí significa mucho el afecto que sus compañeros de trabajo en Hacienda le entregaron en vida y el afecto que aún le siguen teniendo ya fallecido. El trabajo en sí no lo es todo, los compañeros de trabajo sí.

De cómo mi padre entendía el trabajo

Mi padre siempre decía que el trabajo dignificaba. Al trabajo lo llamaba curro, currele o tajo. Nos solía poner como ejemplo de hombre trabajador a un señor que trabajaba en el Banco de España donde trabajaba su hermana Monicha en Madrid.

Este señor era padre de familia y, como detalle curioso, no tenía cama en su casa dado que todo el día se lo pasaba trabajando. Su primer trabajo, a primera hora de la mañana, era como botones en el Banco de España.

A mediodía comía rápido en su casa y se iba a su segundo trabajo, que era en un colegio mayor donde se encargaba, entre otras funciones, de recoger el correo postal y entregarlo a los residentes.

Cuando se hacían las nueve de la noche cenaba rápido y se iba a su tercer trabajo en un hotel en el que trabajaba como recepcionista. Allí pasaba la noche y cuando podía, que no eran muchas veces, se echaba alguna cabezada rápida. Y así todas las semanas de lunes a domingo.

Si por ejemplo daba la casualidad que un día a la semana libraba en los tres trabajos, entonces ese día se dedicaba íntegramente a dormir. Como no tenía cama propia en su casa, cualquiera de sus hijos le prestaba una de sus camas para que pudiese descansar ese día ¡Así que ante tal ejemplo de señor trabajador, cualquiera le decía a mi padre que estabas cansada de ir a trabajar!

Completamente opuesto a este ejemplo de persona trabajadora, mi padre nos contaba la historia de un señor que tenía una tienda de ropa en el barrio de Madrid donde vivía mi padre de pequeño. Este señor estaba sentado en una silla y tenía la ropa expuesta a lo ancho y largo de las paredes de su tienda. Cuando entraba un cliente y le decía al tendero si podía bajarle una prenda para que la viese de cerca, el tendero contestaba muy descortésmente: “¿Pero se la va a llevar usted o no? ¡Es que, si no se la va a llevar, no se la bajo!”. Mi padre no sabe qué fue de aquel negocio, pero probablemente no duraría mucho dada las pocas ganas de trabajar del tendero.

Cuando mi padre escuchaba alguna noticia en la que se había cometido un delito o habían asesinado a alguien, siempre exclamaba:

“¿Por qué a esos ladrones, locos o asesinos no les da por trabajar?”

Y añadía que en los tiempos de Franco no ocurrirían esas cosas ya que a aquellas personas que se les ocurría delinquir, se les aplicaban unos correctivos que les quitaban las ganas de hacer más fechorías.

Cuando era lunes y había que ir a trabajar, lo cual siempre nos daba un poco de pereza a mis hermanos y a mí, mi padre nos animaba y nos hacía alusión a un cartel que tenían colgado en la pared de un centro médico de la calle Félix Latassa en Zaragoza, dónde mi padre se hacía las analíticas, y que decía tal que así:

“¡Otra vez Lunes! ¡Menos mal que el día siguiente a pasado mañana ya es la víspera del viernes!”

Con esta frase, ¿quién podría quejarse de los lunes?.

Lo que sí que es cierto es que cuando mi padre trabajaba y llegaba el viernes, decía:

“Es que a final de semana uno llega con el depósito justo de gasolina” o “Es que a final de la semana uno llega a medio fuelle”.

Y es que ese cartel tan motivador que proclamaba que la semana de trabajo pasaba volando no mencionaba que, si bien la semana podía pasar rápido, el cansancio se hacía evidente al final de la misma.

Mi padre siempre se liaba mucho con mis horarios de trabajo. Normalmente yo hacía jornada partida de lunes a jueves, pero los viernes hacía jornada intensiva y entraba por la mañana antes a la oficina. Recuerdo que, si mi padre se levantaba un viernes y me veía preparándome para ir al trabajo, siempre me preguntaba: “¿Qué haces tan pronto levantada?” Y enseguida él mismo caía en la cuenta que era viernes y decía: “¡Es verdad!, ¡Pero si es que hoy es viernes!”.

Como comenté en capítulos anteriores, el primer trabajo de mi padre fue en la empresa “Marconi Española S.A.” en Madrid, como ingeniero industrial y luego, una vez aprobadas las oposiciones a Inspector de Hacienda, trabajó para la Agencia Tributaria hasta que se jubiló.

Mi padre nos animaba, a mis hermanos y a mí, para que preparásemos las oposiciones a Inspector de Hacienda. Mi hermana Patricia, como también comenté en un capítulo de este blog, intentó prepararlas, pero eran unas oposiciones muy complicadas y aprobarlas requería mucho esfuerzo y sacrifico. Mi hermana se estresó ante tanta presión y tuvo que abandonar la idea de opositar.

Mi padre desempeñó su profesión de Inspector de Hacienda con integridad, valentía y determinación. Y, aunque parezca inusual, mi padre aportaba compresión y compasión, dos características poco habituales en este tipo de trabajos habitualmente considerados agresivos e implacables.

Su trayectoria fue ejemplar, modélica e intachable. Recuerdo, que una vez vinieron a casa unos albañiles a hacer una reparación y el encargado le preguntó a mi padre si quería la factura con o sin IVA y mi padre le contestó: “¡Hombre, que soy inspector de Hacienda!”.

Además, no aceptaba ningún regalo que personas ajenas a la Agencia Tributaria le quisieran ofrecer por su buen hacer. Y es que, por más pequeño que fuese el regalo, mi padre consideraba inadecuado e inapropiado recibir recompensas por un trabajo al que él se debía.

Todo cambió el 17 de Mayo de 2021
Todo cambió el 17 de Mayo de 2021

Mis hermanos, mi madre y yo nos vimos abrumados por el cariño que ex–compañeros de Hacienda, pero sobre todo amigos, procesaban hacia mi padre. Juan Vicente me aseguraba el sentimiento generalizado de afecto que todos guardaban, guardan y guardarán hacia mi padre y el reconocimiento a la bonhomía que él poseía.

Juan Vicente me decía que lo echaban mucho de menos, y que, sobre todo, lo echarían de menos en las comidas de amigos en las que mi padre era el alma mater y su organizador antes de jubilarse. Me comentó que la última comida a la que acudió mi padre, que fue antes de la pandemia, él fue con el buen ánimo y alegría que le caracterizaba. Juan Vicente me contó que los compañeros de Hacienda habían reanudado las comidas suspendidas por la pandemia y que el pasado 26 de octubre celebraron la primera, espero que de muchas, en la que todos se acordaron mucho de mi padre y brindaron por él.

Otro ex compañero, José Maria A., dice que mi padre no es su excompañero, sino que será siempre su compañero y amigo. Cuenta que hacia 1989, conoció a mi padre y ya vio lo buena persona y el buen compañero que era. Dice José María A. que él estaba destinado en la Administración de Delicias y quería ir destinado a la Delegación de Albareda lo antes posible por temas personales. Cuando llegó mi padre a Zaragoza resultó que mi padre tenía más antigüedad que él en el Cuerpo de Inspectores de Hacienda, por lo que mi padre podría haberse quedado en la Delegación, que era una mejor plaza. Sin embargo, cuando mi padre supo que su compañero había solicitado ir a la Delegación de Albareda por temas personales, a mi padre no le importó en absoluto que le enviaran a la Administración de Delicias. 

Carlos L., un ex compañero de Hacienda, cuenta que conoció a mi padre cuando a él lo destinaron desde la inspección de Huesca a la Administración de Delicias de Zaragoza en marzo de 1991. Dice que en la Administración de Delicias mi padre era jefe de la Unidad de Inspección de dicha Administración. Enseguida mi padre le incorporó a su equipo como a uno más y le iba a buscar para que se fuera a desayunar con él y con el resto de compañeros. Dice Carlos L. que había un ambiente muy bueno en esa Administración de unos cincuenta funcionarios. La media de edad era de treinta años y mi padre, siendo mayor que la mayoría, cuarenta y cinco años tenía entonces, era el animador de todos y colaboraba y estaba pendiente para ayudar en lo que fuera necesario.

Agustín C., también ex-compañero de Hacienda, que sobre todo tuvo contacto con mi padre en sus primeros años en la Delegación de Albareda, me lo definió como una persona entrañable. Y cierto es, que ese adjetivo es uno de los adjetivos que encajan a la perfección con la forma de ser de mi padre.

Mi familia y yo no nos olvidamos del sufrimiento que están pasando la familia de Agustín C. por la pérdida prematura de su hijo Fernando C., que falleció el 10 de julio de 2021 practicando su mayor afición, la escalada, en Francia. El dolor por la muerte de un ser querido es inconsolable, pero compartimos con ellos su dolor. A veces uno siente que el dolor compartido es más llevadero y soportable.

Todo cambió el 17 de Mayo de 2021

Mi padre se jubiló en el 2014 a los 70 años y de esta forma finalizaba su etapa de funcionario en las tareas de Inspección que había iniciado hacía ya 30 años. Mi padre solía decir de broma:

“jubilado, jorobado”

Nos decía que era justo el momento para que nosotros, mis tres hermanos y yo, montásemos una empresa en la que él fuese nombrado director general en trámites y tuviese un horario sólo de 12h a 13h de lunes a jueves. ¡Qué ocurrencias tenía mi padre!

Por motivo de su jubilación, el 27 de febrero de 2014, La Ventana de la Agencia, una revista de la Agencia Tributaria, dedicó unas bonitas y sinceras palabras a mi padre: “….. En los días previos a su jubilación manifestó su querencia a la casa, que explicaba por la gran ayuda que siempre recibió de sus compañeros de trabajo. Estaba contento porque decía: “que se iba a casa para poder hacer lo que le diera la gana, ¿no dicen que la palabra jubilado viene de júbilo?, comentaba a quienes le acompañaron en sus últimas horas de trabajo, “pues venga, ¡mucho júbilo!”. En el acto de su despedida, Francisco Morillo estuvo rodeado de muchos compañeros, quienes le expresaron los mejores deseos en su nuevo día a día”.

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De la Delegada Especial Paloma V.G. recibió una carta, fechada el 12 de febrero de 2014 con el membrete de la Agencia Tributaria, en la que se leían también palabras de agradecimiento por su dedicación a la profesión:

 “Querido Paco:

 

Ha llegado el día de tu jubilación, supongo que se agolparan en tu memoria muchas, muchas cosas después de tantos años de trabajo, esfuerzo e ilusiones compartidas con muchos amigos y compañeros y mi sincero deseo es que el balance sea positivo.

 

De ti siempre nos quedarán los mejores recuerdos, por ello quiero darte las gracias en el nombre de la Agencia Tributaria y en el mío propio por haber estado con nosotros y por todo lo que nos has dado.

 

Un fuerte abrazo”

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Aún habiéndose jubilado, mi padre solía quedar los viernes por la mañana a tomar un “cafelito con sus antiguos compañeros de Hacienda. Recuerdo que, un par de veces al mes, hacía lo que él llamaba “la ronda de llamadas” que consistía en llamar a los más allegados antiguos compañeros de Hacienda para saber qué tal estaban y cómo les iban las cosas. Mi padre siempre estuvo muy ligado a la gran familia de Hacienda, porque como buen inspector de Hacienda, él nos decía siempre que: “Hacienda somos todos”

Termino este capítulo con humor, como lo haría mi padre, con sus chistes y chascarrillos preferidos en relación al trabajo:

“En una manifestación contra los despidos y el paro, se acerca un empresario a la primera fila de los que se manifestaban y le dice a uno: “Le ofrezco un trabajo” y el manifestante incomodado le dice al empresario: “¡Con tantos como hemos venido y se ha tenido que fijar en mi!”.

“Al trabajo no voy porque estoy cojito, pero a la taberna sí poquito a poquito”.

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