Este capítulo se lo dedicó a la diligencia, perseverancia y disciplina de mi padre. A la hora de realizar cualquier actividad siempre llevaba por bandera esas virtudes. Y cuando era para hacer su “magnesia” y su natación, aún se evidenciaban más esas cualidades. No era una persona deportista pero sabía que, en la medida de sus posibilidades, debía ejercitar su cuerpo. La mente ya la tenía muy ejercitada, así que debía entrenar también su cuerpo para obtener un equilibrio entre la psique y la máquina. “Mens sana in corpore sano”
El Gran Pakitín y sus «Magnesias»
Como he comentado en los dos capítulos anteriores, a mi padre le gustaban los deportes y se emocionaba mucho viéndolos pero otra cosa muy distinta era el practicarlos. Bromeaba diciendo que era “un deportista venido a menos”. Pero eso sí, cada mañana hacía su rutina de ejercicios. Él decía con su característico sentido del humor:
”voy a hacer mis ejilicios” o “ voy a hacer magnesia”
Decía lo de la magnesia para hacernos reír ya que como bien dice el refrán: “No hay que confundir la gimnasia con la magnesia”. Los ejercicios que realizaba se basaban en la gimnasia sueca. Esa modalidad de gimnasia fue creada a principios del siglo XIX por Pehr Henrik Ling, médico, militar y profesor de esgrima, para el entrenamiento militar. La gimnasia sueca era una gimnasia correctiva, de ejercicios estáticos y terapéuticos, en donde el movimiento estaba sumamente limitado al lugar. Así que mi padre se ponía en su despacho para realizar su rutina de ejercicios. Empezaba con un calentamiento y unos estiramientos y después hacia una serie de ejercicios moviendo, a la vez o alternamente, las extremidades superiores e inferiores. Luego hacia algunas flexiones de cuerpo sobre una superficie más elevada que el suelo, una mesa o una silla, y acababa haciendo un poco de carrera en el sitio.
También salía a caminar a la calle, o como decía él salía “a dar un voltio” o “a dar un garbeo”, y así aprovechaba para hacer “sus recaditos”: ir a comprar el pan, sacar dinero del banco con la cartilla, comprar algunas bolsitas de plástico para guardar sus cositas, ir a comprar el periódico o hacerle recados a mi madre. Durante la pandemia, en vez de salir a caminar a la calle, caminaba en el largo pasillo que tenemos en casa. Y la verdad que, como con todo, era muy disciplinado y no hacía falta recordarle que caminar era un deporte muy sano y que tenía que caminar aunque fuese en casa.
Durante el confinamiento mi hermana Irene y su novio Dan me regalaron una bicicleta estática y una máquina de remo para hacer ejercicio en casa, como dijo mi padre: “¡Menudo regalazo¡”. Yo hacía la bicicleta en el cuarto de estar y cuando mi padre pasaba y me veía pedaleando y sudando me decía:
“¿Ya estás en el potro de la tortura?”
Alguna vez le dije que por qué no intentaba subirse a la bicicleta y dar unas pedaladas, a lo que él me contestaba: “¡Deja, deja, que con mi gimnasia ya tengo suficiente!”.
Desde pequeño disfrutó del agua en los viajes con su familia a Miño (La Coruña). Fueron sus primeros contactos con ese medio acuático.
Cuando se hizo adulto siguió disfrutando de ella.
Él nos enseñó a nadar a mis hermanos y a mí. ¡Cómo nos lo pasábamos en el agua!.
Pero, sobre todo, mi padre nos enseñó a no tener miedo al agua.
Nos encantaba tirarnos a la piscina y, para captar la atención de mi padre, continuamente le gritábamos :
“¡Papá, papá, mira como me tiro¡”
y mi padre no quitaba la mirada de nosotros. No hubiésemos necesitado captar su atención con nuestros gritos porque mi padre nunca quitaba la vista de nosotros. Siempre estaba pendiente de lo que hacíamos.
Un verano, cuando vivíamos en Tarrasa, mis padres quisieron alquilar una casa con piscina para soportar mejor los meses de más calor. Visitaron muchas propiedades, pero mi padre siempre recordaba una casa unifamiliar en la que el dueño, cuando enseñó la piscina, les dijo a mis padres : “ Yo cuando vuelvo del trabajo me tiro a la piscina y no paro de hacer largos, zas, zas, zas”. La gracia era que la piscina era tan pequeña que con dos brazadas ya habías hecho un largo. Era divertidísimo ver cómo mi padre nos contaba esa anécdota gesticulando y dando unas brazadas al aire simulando nadar.
Con la edad y debido a su escoliosis, la desviación lateral que tenía en su columna vertebral, el médico le aconsejó a mi padre que nadara como método terapéutico. Y así lo hizo, y nadó durante muchos años. En la última época, antes que le quitaran el páncreas y antes de jubilarse, él y yo coincidíamos a la hora de nadar en la piscina cubierta del Polideportivo San Agustín del que éramos socios.
Recuerdo que, por mis horarios de trabajo, yo llegaba antes que él a la piscina y me metía en el agua y empezaba a nadar en una calle. Yo siempre estaba pendiente, entre largo y largo, de ver si entraba mi padre al recinto de la piscina. Mi padre hacía su aparición en escena equipado con su albornoz, las chanclas, el gorro, las gafas de nadar y a su espalda, su mochila . En una ocasión se compró unas gafas de nadar de cristal oscuro que, según él, eran una pocholada y decía muy contento que podría ser “Martín López – Zubero Bis”, refiriéndose al nadador estadounidense de padre aragonés que ganó la medalla de oro en las Olimpiadas de Barcelona de 1992.
Entonces dejaba la mochila, el albornoz y las chanclas en un banquillo y se disponía a meterse en la piscina. En cuanto yo le veía entrar a la pileta, le hacía un gesto indicándole qué calle estaba libre porque sin sus gafas de ver andaba un poco perdido. Una vez ya se ubicaba en la calle, a su estilo y a su ritmo, iba haciendo sus largos. Cuando él acababa de nadar, y como yo nadaba más tiempo que él, paraba mi entrenamiento y me acercaba nadando hacia él para darle un besito y despedirme. ¡Qué besos tan dulces y a la vez tan clorados! ¡Cómo echo de menos esos y todos los besos que nos dábamos!. Después de recoger todos sus bártulos que había dejado en el banquillo, se iba a duchar a los vestuarios. Le encantaba ducharse allí porque eran unas duchas abiertas, separadas unas de otras por unos muretes, y allí podía salpicar y gotear a su gusto.
Unas semanas después de su fallecimiento, al abrir el armario empotrado que tenemos en el pasillo de casa, vi la mochila que mi padre llevaba cuando iba a nadar. La mochila estaba allí inmóvil con su cinta del Pilar, con los colores de la bandera española, atada a un lateral. En su interior seguía todo su material de natación: su toalla, sus chanclas, sus gafas de nadar, su gorro. También estaba su carterita con el carnet de socio del polideportivo. Actualmente la mochila sigue tal cual la dejó. Todo sigue tal cual lo dejó.
Los sábados que él iba a nadar, muchas veces le acompañaba en el camino de casa al polideportivo, su amigo y camarada Andrés P. iban hablando de sus cosas. Después, cuando ya había acabado de nadar solía ir a visitar a su amigo Manolo C., que en paz descanse. La hija de Manolo C., Amparo, o Amparito como la llamaba mi padre, me contaba que mi padre y su padre hacían tertulia en la casa de éste, se tomaban su cafecito y hablaban de sus ideales. Decía Amparito que ella se unía a la tertulia casi al final y estaba un ratito con ellos. Recordaba que mi padre siempre estaba sonriendo. Siempre tenía pintada en la cara una sonrisa.
Mi padre, cuando se iba a nadar y no había nadie en casa, nos dejaba un papelito escrito en la entrada diciendo a dónde había ido y con quién. En esos papelitos, con pocas palabras y más jeroglíficos, plasmaba la gracia y salero que siempre le acompañaban.
Meses antes de ingresar en el hospital, mi padre me comentaba que quería volver a retomar la natación que había dejado después que le quitasen el páncreas. Yo le dije que si el se animaba a volver a nadar, yo también lo haría. Desgraciadamente fue un propósito que no pudimos cumplir juntos.
Pero, como haría mi padre, vamos a acabar poniendo unas notas de humor y añadiendo unos de sus chistes preferidos relacionados con este capítulo. Mi padre guardó impreso un chiste que el 9 de enero de 2014 le remitió por email su amigo de la infancia, Armandito. Tiene lugar en un gimnasio….
“Un grupo de hombres se encuentran en el gimnasio de un club y suena un móvil. Uno de ellos contesta y pone el teléfono en manos libres para poder seguir levantando pesas:
Uno de ellos contesta: ¿Si?
Mujer: -¿Querido, eres tú? ¡Se oye horrible!
Marido: -Hola… Hola!… Hola.
Mujer: -¿Estás en el gimnasio?
Marido: ¡Si!
Mujer: – Mi amor, estoy frente al escaparate de una tienda hay un abrigo de visón precioso. ¿Puedo comprármelo?. ..
Marido: ¿Cuánto cuesta?
Mujer: – 3.000 €
Marido:- ¡Bueno!, Y cómprate también un bolso que le haga juego,
Mujer: – Bueno… estooo… resulta que también pasé por un concesionario de automóviles y pensaba que ya es hora de cambiar de coche, así que entré y pregunté. ¿Y sabes qué? Resulta que tienen un BMW en oferta
Marido: – ¿Cuánto es esa oferta?
Mujer: – Nos lo dejan en 55.000 € …¡Y es divino!.
Marido: – Buuueno. Cómpralo, pero que te lo den con todos los extras y si sale un poco más, como situación excepcional, no me voy a enfadar.
La mujer, viendo que hoy todos sus pedidos eran complacidos, decidió arriesgarse:
– Cariño… ¿Te acuerdas que te conté que mamá quería venir a vivir con nosotros?, ¿Te parece bien que la invite por un mes, a prueba, y el mes que viene lo volvemos a hablar?.
Marido: – Bueeeno está bien… pero no me pidas nada más, ¿eh?.
Mujer: – Si, si, está bien mi cielo… ¡Ay, cuanto te adoro!.
Marido:- ¡Yo también te quiero! Un besito.
Al colgar el teléfono, el hombre mira al grupo y pregunta:
-¿Alguien sabe de quién es éste móvil?”
Sobre la natación:
“Un socorrista le dice a un bañista:
-Oiga, ¿usted no nada, nada?
Y el bañista le contesta:
-No, es que no traje, traje.“